Читать книгу El increíble robo del informe "Rinconcillo" - Julio Muñoz Gijón @Rancio - Страница 10

SEIS

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Registro General del Ayuntamiento de Sevilla. Son las once de la mañana. Jiménez entra apresurado en las oficinas. Hay una cola de unas quince personas por delante de él. Jiménez se pone nervioso y se va para la mujer que está la última en la cola.

—Señora, ¿está usted para renovar la caseta?

—Sí, hijo, sí. Joselito el Gallo 17.

—Vale, pero está todo bien, ¿no? No han reducido número de casetas y va esto por orden de llegada, ¿no?

—¿Qué dices tú, hijo? ¡Eso cómo lo van a hacer! ¡Qué susto, por Dios! Vamos, los que se queden sin caseta son capaces de matar a alguien, los tíos. A mí, por ejemplo, me quitas tú la caseta y salgo en los papeles.

Jiménez mira el reloj y se lamenta para sí mismo.

—Me cago en la madre que trajo a Villanueva, al coronel del tinto y a las paredes de El Rinconcillo. Y qué mal cuerpecito tengo, encima.

Jiménez se acerca a la ventanilla, allí hay un señor hablando con la funcionaria.

—Hola, buenos días, disculpen un momento.

Los dos lo miran.

—Miren, yo es que soy policía…

La funcionaria lo interrumpe.

—Sí, tú eres el que todos los años me hace la fotito sin que yo me dé cuenta con el móvil, ¿no? Que no sé para qué coño me tienes que hacer tú una foto a mí, ¿eh? Tenía yo ganas de cogerte, hombre.

El hombre que está en la ventanilla interrumpe.

—Oiga, pero no se despiste de lo mío, haga el favor.

—¿Y esta pena? Usted se calla también porque vaya mañana que me lleva dada. Todos los años igual, cuando no es el rarito que viene a las seis de la mañana y me hace fotito son los locos como usted, ¿pero usted ve normal lo que me está pidiendo?

El hombre intenta calmar la situación.

—A ver, lo primero es estar seguro de que la caseta se ha renovado, ¿eh? Eso es lo prioritario, que ande yo tranquilo.

—Eso ya lo tiene, ya se lo he dicho. Ya le he dado el papel. ¿También quiere usted fotito como el personaje este?

Jiménez se revuelve.

—Oiga, sin faltar, que ya sabe usted que esto es muy importante.

—Importante es que yo estos días acabo loca. Ahora, que os digo una cosa, el año que viene me guardo días y esto que se lo coma una interina mientras yo estoy mojándome el culo en Isla Canela, hombre, ya está bien. Caballero, que tiene una cola de quince personas esperando.

Jiménez se mete.

—Eso le quería decir yo, si podía hacerme un hueco, hombre, que he tenido un inconveniente…

El hombre se queja.

—Oiga, usted se espera a que me resuelvan a mí el problema como poco.

Jiménez se desespera.

—Oiga, por Dios, pero qué problema tiene usted, si ya tiene la caseta renovada…

—Pues que la caseta la llevamos entre béticos y sevillistas y llevamos quince años con las telas de rayas rojas y blancas, que digo yo que ya es hora de cambiar la tela, los farolillos, etc., y ponerlo todo verdiblanco otros quince años.

La funcionaria está desesperada.

—Pero, oiga, que ya le he dicho que usted puede cambiar las telas y ponerlas del color que le salga del farolillo.

—No, no, del color que me salga del farolillo, no.

—Hombre, con tela de los colores que están en el pliego de condiciones: no tiene pérdida ni para usted, verde o rojo, si le parece va a poner usted una caseta de sacos de arpillera.

Jiménez está desesperado.

—Pero, oiga, ¿no le ha dicho ya la señorita que puede cambiar la tela de color?, ¡¿qué más quiere?!

—Pues un papel que lo confirme. Que luego viene el inspector, da la casualidad que es socio del Sevilla de voladizo, por ejemplo, ve que el color de la tela es distinto al del año pasado y a ver si me van a poner problemas con las muelas del Betis, que con la de disgustos que trae, no me extrañaría.

La funcionaria está cada vez más enfadada.

—Si ya se lo le he dicho, buen hombre, papel de eso no hay, así que usted verá.

—Pues yo sin papel no me voy porque la caseta la quiero cambiar, pero no arriesgarme a ser un apestado en toda la ciudad, figúrese que pierdo una caseta, madre mía, qué vergüenza.

Jiménez no entiende nada.

—Pero, oiga, no sea usted desconfiado, si ya se lo ha dicho…

—¿Desconfiado yo? Mira quién habla, el que le hace fotos todos los años a la mujer.

De repente, la última mujer de la cola se acerca y mira a Jiménez.

—Niño, ¿no me digas que al final tienes tú razón y han recortado espacio y es por orden de llegada?

La funcionaria, el hombre de la ventanilla y Jiménez se quedan perplejos. En ese preciso instante, el comentario comienza a correr como la pólvora por el resto de la cola y todos se amontonan delante de la ventanilla de la funcionaria que no sabe qué hacer.

—¡Si es por orden de llegada yo estoy quinto!

—¡A mí, aunque sea en Espartero, aunque sea mirando a Los Remedios!

—¡A mí como me la quiten monto una barra en la de los niños perdidos!

—¡Y yo en el retén de Sevillana!

La funcionaria no puede creer lo que está pasando. Todos meten las manos en la ventanilla intentando coger el sello.

—¡Pero, oigan, qué están haciendo! ¡Seguridad!

Dos vigilantes de seguridad llegan corriendo para intentar calmar a las personas que quieren meterse como sea en la ventanilla. La funcionaria, a duras penas, consigue cerrar las hojas de madera de la ventanilla. Las personas se quedan preocupadas y escuchan, desde el otro lado de la ventanilla, la voz de la funcionaria.

—¡A tomar por culo las renovaciones! ¡Dios mío! ¡Con lo bien que estaría yo en Isla Canela!

La señora que iba detrás del hombre que estaba en la ventanilla está muy enfadada.

—Todo por culpa de usted, que tiene la caseta renovada y se ha puesto a dar calor con el color de la caseta y, al final, mira.

—Oiga, de eso nada, en mi lugar todos habrían hecho lo mismo. Ustedes saben los disgustos que me ha dado a mí el Betis, si hubiera sido al revés, pasarlo a rojo no me habría dado tanto miedo, pero, vamos, que todo iba bien hasta que ha llegado el policía de las fotitos, el Luis Crux este, queriéndose colar.

Jiménez no sabe dónde meterse.

—Oigan, tranquilidad, tranquilidad, que no es tiempo de buscar culpables, sino soluciones.

—Perfecto, pues soluciónelo usted, que es el que la ha cagado.

Jiménez intenta arreglarlo de cualquier forma.

—Tranquilo todo el mundo, que soy policía y esto lo arreglamos.

La gente está muy nerviosa, pero miran a Jiménez, que improvisa como puede y toca con los nudillos en la ventanilla. La funcionaria responde al otro lado.

—¡Dígame!

—Señorita, le queremos pedir perdón, entienda que estamos muy nerviosos, es algo muy importante…

—Me parece muy bien, pero yo no tengo la culpa, todos los años igual, coño.

A Jiménez parece que se le ocurre algo.

—Señorita, ¿está usted muy enfadada, verdad?

—Sí, señor. Mucho.

—A ver, pues le voy a proponer un juego. Usted dice tres palabras y yo con esas palabras hago un chiste. Si consigo que se ría, usted vuelve a abrir y nos renueva las casetas.

Hay un silencio al otro lado.

—¿Y si no me río?

Jiménez piensa rápido.

—Pues cada uno le daremos lo más bonito que le puede dar un sevillano a alguien.

Todos lo miran con inquietud. La voz responde al otro lado.

—No me vendrá con el rollo de su amistad o algo así, ¿no?

—No, no, mucho más bonito que nuestra amistad, si no se ríe cada uno le daremos un talonario completo de nuestras casetas para que usted vaya y se ponga de grana y oro.

El hombre habla al oído a Jiménez.

—Bien tirado, así, si quiere los talonarios, nos tiene que renovar las casetas. La has metido en nuestro bando, serías un buen negociador para un secuestro de esos de las películas.

Tras unos segundos, la voz de la mujer se oye al otro lado.

—Acepto.

El increíble robo del informe

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