Читать книгу El increíble robo del informe "Rinconcillo" - Julio Muñoz Gijón @Rancio - Страница 14
DIEZ
ОглавлениеSala central del Archivo de Indias. Uno de los atracadores está apuntando a los rehenes. Pasados unos minutos, el otro atracador aparece.
—Listo.
Los dos atracadores se quedan con los rehenes. El que acaba de llegar se sienta en la mesa, saca su pequeño tablero de ajedrez y se pone a jugar. Dos de los rehenes, con uniformes de limpieza, están hablando en voz baja.
—Pues no veas, Carlos el que está en la Consejería, que resulta que tenía una doble vida y engañaba a la mujer.
—¡No me jodas! ¿Lo ha pillado?
—Sí y no.
Uno de los secuestradores, el que no está jugando, les manda callar con un sonoro «tshhhhhhh». Los hombres se callan un momento, pero siguen en voz baja al poco.
—¿Pero lo ha pillado o no?
—Tío, la mujer era de Málaga, ¿no?
—Sí.
—Pues se iba los fines de semana y este se la pegaba con otra. Pues una de las veces, la mujer dijo que se iba y al final perdió el tren o no sé qué. Total, que volvió y lo ligó en la cama con una.
El hombre, tumbado en el suelo con las manos atrás, se lamenta sin hacer mucho ruido.
—Vaya marrón.
—Pero el nota no tiene otra idea que taparse con la sábana entero. Y la mujer llamándolo «perro judío» y el nota debajo de la sábana. Total, que cuando se cansa, se marcha de la casa, coge un tren y se va a Málaga.
—Normal.
—Pero es que el cabrón de Carlos se espera todo el fin de semana y el domingo la llama como si nada.
—¡Qué dices!
—Digo, la mujer no se quería poner, pero él insistió y al final habló con la madre. La mujer, claro, negra. Le dijo que su hija lo había pasado muy mal, que cómo le había hecho eso, y Carlos haciéndose el nuevo.
—No lo entiendo.
—Pues espérate al gachó, coge y cuando la mujer le cuenta por fin que lo ha trincado in fraganti, dice: «¿Pero en nuestra cama?».
El otro hombre parece no entender nada.
—¿Y al final lo perdonó?
—Verás, verás. Le pregunta eso y la mujer le responde: «Sí, claro, te vi con una tía en nuestra cama», y coge Carlos y le dice: «¡Me cago en el Paco y en todas sus castas!». Claro, la mujer, super rayada, le pregunta: «¿Pero, qué pasa?». Y dice: «Que al irte tú, bajé a correr y me encontré a Paco en un bar de abajo, me dijo que había ligado y que si le dejaba las llaves para subirse con una chavala. Gordita, te prometo que yo le insistí que hiciera lo que quisiera… ¡pero rápido y en el sofá! ¡Se va a enterar!».
El compañero empieza a reírse.
—¡Vaya genio!
Uno de los rehenes, el mayor, con gafas y sin pelo, comienza a molestarse.
—Oiga, esto es ridículo.
El otro atracador reacciona.
—¿Qué dices tú, gafas? Gafas y calvo, que te peinas con un muslito de pollo. ¿Te quieres callar la boca ya?
—Diré lo que me dé la gana, y no me falte al respeto.
—Mira, el nota, secuestrado y pidiendo respeto. ¿Quieres que te falte al respeto? Que tienes menos pelo que los huevos de un robot, que eres un tobogán de piojos.
El otro atracador levanta la vista del tablero y tranquiliza a su compañero poniéndole la mano en el pecho.
—¿Perdone?
—Le digo que es ridículo lo que están haciendo y que no tienen ningún tipo de futuro.
Tras unos segundos, el secuestrador resopla y cierra el tablero magnético de ajedrez, lo guarda en uno de los bolsillos del mono y se aproxima hasta el rehén. Se agacha y le acerca la cara a su cara. Algunos de los rehenes comienzan a sollozar de miedo.
—¿Quién es usted?
—Soy el director de referencias, controlo todos los documentos que hay aquí.
—Y… ¿qué es exactamente lo que estamos haciendo aquí? Eso que es ridículo para usted.
El hombre traga saliva.
—Está claro, ¿no? Vienen a por las cartas de Colón.
—Anda, a por las cartas de Colón…
El secuestrador mira al otro, que se encoge de hombros. El director de referencias sigue.
—Sí, son diecisiete, y cada una está tasada en más de veinte millones de euros.
El otro secuestrador se sorprende.
—¡Coño! Escucha, pues ya que estamos…
El secuestrador que está junto a él vuelve a hablarle, muy tranquilo.
—Bueno, pues la verdad es que no es mal botín, diecisiete cartas a veinte millones son 340 millones de euros.
El hombre traga saliva de nuevo.
—Pero no pueden venderse, un documento no tiene mercado negro, no es una obra de arte por la que haya un jeque o un ruso que pague lo que sea. No es la Gioconda o el Guernica. Los documentos valen millonadas, pero solo si se pueden comprar oficialmente, por un museo, un gobierno, un archivo… Está claro que son dos atracadores novatos que no tienen ni idea de dónde se están me…
En ese preciso momento el atracador lo agarra del pelo, le levanta la cabeza, le abre la boca y le mete el cañón de la escopeta. El resto de rehenes comienzan a llorar aterrados.
—Mira, vamos a hacer un juego, Guillermo Candau, director de referencias. Te voy a hacer una pregunta sobre el Archivo, si la aciertas, te dejo salir y, de hecho, te dejo que te lleves una de esas cartas de Colón, aquí ninguno vamos a decir nada. Qué coño, te dejo que te lleves las diecisiete cartas, que seguro que tú sí tienes contactos para venderlas, porque estuviste trabajando ya en el Museo del Prado, en el Archivo del Instituto Europeo de Florencia y en los Archivos Generales del Reino de Inglaterra.
El director está pasando un mal rato. El secuestrador continúa.
—Pero si fallas, te meto un tiro en la boca. ¿Jugamos?
El silencio puede cortarse. El rehén no puede ni contestar. El atracador sigue.
—Te voy a dar hasta ventaja. Te voy a dar la pregunta y tú me respondes si crees que lo sabes y te quieres arriesgar, para que veas. Mira, la pregunta es: ¿cuántas páginas en total hay ahora mismo en las estanterías del Archivo de Indias?
El silencio es aún más pesado. Pero el rehén intenta contestar, el secuestrador le retira el cañón de la boca.
—43 212 legajos. 8 136 mapas. Un total de 83 631 172 páginas. Lo sé porque, además, estamos con el proyecto de digitalización completa.
El secuestrador se queda en silencio. Todos esperan su reacción. De repente, se levanta y comienza a aplaudir. Todos están expectantes.
—Así que ahora mismo hay 83 631 172 páginas en las estanterías del Archivo de Indias. Muy bien, levántese nuestro concursante, por favor.
El hombre se levanta.
—Ahora cumple tu palabra.
El secuestrador hace una mueca de duda.
—No sé si te gustaría que cumpliera mi palabra, Guillermo. Efectivamente hay 83 631 172 páginas en el Archivo de Indias. Efectivamente estáis digitalizando y, por cierto, vais muy lentos. Pero yo te he preguntado cuántas páginas hay ahora en las estanterías del Archivo, no en el Archivo.
Nadie parece entender nada. El atracador golpea en el pie a uno de los investigadores.
—¿Qué documento estabas analizando en la mesa cuando hemos entrado?
El rehén contesta medio llorando.
—Las ediciones cartográficas de Abraham Ortelius.
El secuestrador asiente.
—Cuarenta y dos páginas.
Le da un toque a otro en el pie.
—¿Y tú? ¿Qué estudiabas tú en la mesa, no en la estantería?
—La descripción de la Florida Oriental del gobernador Vicente Manuel de Céspedes.
—1784, ¿verdad?
El rehén asiente perplejo.
—Diecisiete páginas que tampoco están en las estanterías, sino en una mesa. ¿Hay que restar, verdad?
El rehén está pálido.
—La próxima vez que abras la boca me cobraré lo que me debes. Así que estate callado y, otra cosa, ni se te ocurra volver a menospreciarme.
En ese momento suena la alarma del reloj de muñeca del secuestrador. Para el sonido y mira al otro.
—Busca tú, a ver si lo encuentras.
El otro secuestrador abandona la sala.