Читать книгу El increíble robo del informe "Rinconcillo" - Julio Muñoz Gijón @Rancio - Страница 13
NUEVE
ОглавлениеJiménez llega a las afueras del Archivo de Indias. Ya está acordonada la zona cercana a la puerta que da a la avenida de la Constitución. Hay policía local y nacional a partir del cordón, también hay coches aparcados como protección para los agentes, dos helicópteros vigilan la zona y a cientos de curiosos.
Jiménez se levanta sobre sus puntillas y, en lugar de ir primero hacia el cordón, se encamina en dirección contraria. Frente al Archivo, en la pared del edificio de Correos, hay dos músicos callejeros, uno con un inmenso sombrero mexicano, otro con gafas y con una armónica en la boca, hablando con un chico moreno de piel que podría ser latinoamericano. Jiménez los saluda con una sonrisa.
—El gran Charro, el gran Billy y el gran Reysperu, esto sí que es un tridente.
El hombre del sombrero mexicano le responde.
—¿Qué tal, Jiménez? ¿Te ha tocado el marrón este?
—Marrón, que no he podido renovar la caseta de feria y no veas el disgusto que tengo, esto no sé yo… Ahora voy para dentro, pero os he visto y quería saber si os habíais enterado de algo de lo que ha pasado, que vosotros siempre estáis aquí cerca.
El hombre de la armónica toma la palabra.
—Qué va, tío, justo lo estábamos hablando. Y mira que está la cosa… en el centro nada más que hay locos.
El hombre del sombrero lo pica.
—Cuéntale lo del bar de esta mañana, cuéntaselo.
Jiménez parece intrigado.
—Pues nada, que esta mañana me estaba tomando un café con leche antes de arrancar y veo que entra un gachó en el bar y pide un café con leche y un langostino.
Jiménez pone cara de asco.
—Qué mezcla más asquerosa, por Dios.
—Ya te digo. Pues todo el bar mirando, el camarero alucinado, imagínate. Total, que le trae el café con leche y un langostino en un platito. El tío coge el langostino, le arranca la cabeza, la chupa, le quita las patitas, la cáscara y moja el langostino en el café con leche.
Jiménez no cambia la cara de repugnancia mientras escucha.
—Total, que el camarero ya no puede más y le dice: «Disculpe que le mire así, pero es que nunca había visto a nadie comerse un langostino mojado en un café con leche», y dice el tío: «Ni lo vas a volver a ver ¡porque esto está malísimo!».
Todos se ríen.
—Mira, ahora nos reímos, pero vaya tela la cabeza del chaval.
Jiménez niega con la cabeza mientras se ríe.
—Hay gente que te la regalan y te salen caros. En fin, ¿habéis visto algo del robo este?
—Ni idea, yo estaba aquí tocando un blues callejero con la guitarra y un botellín de Cruzcampo en el traste…
Jiménez se sorprende. Y el chico moreno interviene.
—¿No lo has visto, Jiménez? Lo tienes que ver, es un espectáculo de verdad, a los turistas les encanta, toca con la mano y un botellín.
El hombre de la armónica le responde.
—No, que los retratos de las vírgenes que haces tú a tiza en el suelo no gustan nada…
Jiménez los corta.
—Bueno, dejaros de ojana, ¿habéis visto algo o no?
El hombre del sombrero mexicano le responde.
—Nada, Jiménez. Y eso que yo estaba con las rancheras justo enfrente. Dicen que es un robo, pero yo te juro que no he visto entrar a nadie.
Jiménez se extraña.
—¿Pero no ha entrado nadie a lo bestia ni ha salido diciendo «Esto es un atraco» ni algo así peliculero?
—Qué va, te juro que lo primero que he visto ha sido el coche de policía llegando y acordonando. Yo he pensado, de hecho, que era algo como un escape de gas o así, pero luego nos han dicho que es un atraco.
El hombre de la armónica interviene.
—Por aquí lo que dice la gente es que se han equivocado de edificio, que debían de ir a algún banco de los de más adelante. A lo mejor son de fuera y no tienen ni papa. Menos mal que no se han metido en la catedral, que ahí sí que hay bancos, aunque sea para la misa.
Todos se ríen.
—Hay un policía que antes riéndose nos ha dicho que eso es alguno que ha escuchado eso de que los datos ahora valen mucho dinero y ha dicho, «Pues voy a pegar un palo en el Archivo de Indias».
El joven latinoamericano insiste.
—Es que yo creo que nos atracas a nosotros y sacas más dinero que robando ahí. Esa gente no tendrán ni máquina de papas fritas.
Jiménez se ríe.
—Bueno, qué cosa más rara, pues voy para dentro, ya os contaré.
—Eso serán unos chavales, que se han liado, Jiménez, solucionadlo pronto, hombre, que la mañana iba muy bien pero con un secuestro enfrente cualquiera se pone a cantar rancheras. Bueno, y los cocheros de caballo no veas el mosqueo que tienen, que ha pasado antes Iván y no veas cómo iba poniendo a los atracadores. A ese lo dejas y te lo arregla
solo.
Jiménez asiente con una sonrisa y se mete en la zona acordonada tras enseñar su placa a un compañero. A los pocos metros, ve a Villanueva.
—¿Qué tal, jefe?
—Pues ya ve. Si antes decimos anoche en El Rinconcillo que iba a ser el día tranquilo, antes salta la sorpresa.
—El mal nunca descansa, jefe. Pero, bueno, he preguntado y esto parece una confusión, ¿no?
—No sabemos nada aún, Jiménez, solo que un investigador intentó entrar y se encontró con que la puerta estaba bloqueada. Al intentar abrirla, salió un hombre al otro lado de la puerta con una escopeta, un mono blanco y, siéntese…
—Verás.
—Con una máscara de Curro el de la Expo’92 tapándole la cara.
Jiménez se queda pasmado, blanco.
—Qué daño ha hecho «La Casa de Papel», jefe. Estos son unos flipados que se han montado la película y se han equivocado de sitio, como si lo viera. A lo mejor se han puesto nombres como en la serie, y uno es «Pumarejo», otro «Rochelambert», «Pío XII»… No se preocupe, jefe, voy a entrar, que si tienen máscaras de Curro esa gente son de los míos, y en diez minutos está esto arreglado, les prometo impunidad, sillas en Campana y una cena en Robles y me vuelvo a arreglar lo de la caseta, que no veas la que se ha liado.
—Luego me lo cuenta, Jiménez, pero ahora ni se le ocurra entrar. Necesito que se quede aquí mientras voy al aeropuerto a por la negociadora.
Jiménez se queda sorprendido.
—¿La negociadora? ¿Han mandado a una negociadora de Madrid para hablar con cuatro canis disfrazados de Pichardo?
—Me temo que sí. Lo que necesito es que usted encuentre un local donde instalar la mesa de crisis. Un sitio en el que haya contacto visual con la puerta principal del Archivo y en el que podamos disponer de espacio.
—Eso está hecho, jefe, pero ¿seguro que hace falta alguien de fuera para esto? Yo soy un negociador fabuloso.
Villanueva ya no lo oye, va camino del coche.