Читать книгу El increíble robo del informe "Rinconcillo" - Julio Muñoz Gijón @Rancio - Страница 8

CUATRO

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Tres meses después. Sevilla. Barra del bar El Rinconcillo. Jiménez y Villanueva están cenando con algunos compañeros de la comisaría. Jiménez tiene el móvil en la mano y todos están alrededor escuchando una nota de audio.

«Bastante mejor, bastante mejor, bastante mejor. Estoy bastante bien, ya estoy un poquito mejor. Estoy bien, estoy muy contento.»

Todos sonríen. Jiménez guarda el móvil.

—Es Angelito, yo no lo conozco en persona, pero es que soy admirador a más no poder. Nota de audio que me mandan en cualquier grupo de WhatsApp, nota de audio que oigo sin parar porque no se puede tener más arte. Yo, os lo digo de verdad, me moriría si me hiciera una nota de audio dedicada a mí.

Otro de los compañeros se ríe.

—Coño, pues no es una locura, yo he escuchado una dedicada al Poto porque es muy buen cantante.

Otro compañero interviene.

—Sí, sí, y a Manuel Pombo, y a Pellegrini el del Betis, que me la mandaron a mí.

Otro compañero saca el móvil.

—Y a Lopetegui, es que es para comérselo.


Jiménez se ríe.

—Esa era buenísima. A mí es que sin conocerlo me cae tela de bien el chaval, porque la cantidad de alegría que el nota reparte con las notas de audio… Pero, claro, a mí ¿qué nota de audio me va a hacer? «Jiménez de Sevilla, que lo mismo multas que renuevas un DNI…».

Villanueva lo mira con una sonrisa.

—Jiménez, con usted todo es posible, así que yo no lo descartaría.

El camarero llega en ese momento y pone dos tortillas con jamón en el mostrador. Jiménez corta con el tenedor un trozo y se lo come.

Ojú, qué maravilla, niño. La tortilla está para entrar a vivir.

Todos cogen y Jiménez sigue saboreando.

—Con lo simple que es una tortillita de jamón, que es huevo, jamón y ya, y cómo está la de aquí… qué maravilla.

Villanueva, que también ha comido, levanta la mano para llamar al camarero.

—Medio coronel, por favor.

El camarero le pone un vaso de vino tinto. Jiménez se sorprende.

—Míralo él… qué integrado está ya, pidiendo su medio coronel y todo.

Uno de los compañeros señala:

—Tiene guasa que yo, que soy de Sevilla, no sepa de dónde viene eso del medio coronel y Villanueva, que es madrileño, sí que lo sepa.

Villanueva sonríe.

—Tengo buen maestro.

Y señala a Jiménez.

—Bueno, pues venga, explíquelo, a ver si se acuerda.

—Sí, hombre, esto era el teniente coronel jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Sevilla de… no recuerdo, pero antes de la guerra, años veinte, ¿no?

Jiménez asiente orgulloso.

—Sí, señor.

—Pues eso, que el hombre siempre se bebía un vaso de tinto y cuando lo veían venir, los camareros ya pedían «El vaso del coronel» y de ahí pasó a «un coronel», y, claro, los clientes, de escucharlo, pues cuando querían un vaso de vino pedían «un coronel» y así se ha quedado tantos años después.

El compañero asiente.

—Hombre, desde luego, cuando lo pides dejas claro que turista no eres…

Villanueva asiente.

—Eso es así, y, además, y esto ya es cosecha de Jiménez, hay que pedir «medio coronel» porque lo llenan por encima de la mitad y tiene más cuenta.

Todos se ríen. Jiménez toma la palabra.

—Una historia más de este bar, fíjate, casi cuatro siglos tiene El Rinconcillo, imagínate la de historias que tendrá esto. ¿Sabíais que durante un tiempo le decían el bar de las tres pes?

Todos se miran sorprendidos. El compañero le pregunta.

—No será una rima con premio, ¿no, Jiménez?

—Qué va, qué va. Con las tres pes se refería a que era de los pocos bares que estaba casi todas las noches abierto y aquí se juntaban las tres pes: policías, prostitutas y periodistas. Por lo visto, aquí se enteraba uno de todo lo que había pasado durante el día, todos los chismes de la ciudad se conocían aquí. Si hubiera habido micrófonos y cámaras en estas paredes… En fin.

Jiménez apura su medio coronel.

—Oye, que yo me voy, que esto pinta a que os liais y yo mañana tengo cosas importantes que hacer.

Todos los compañeros se quejan de que se vaya. Villanueva se extraña.

—¿Qué tiene mañana, Jiménez? Me sé su agenda y mañana tenemos el día tranquilo…

—No, del trabajo nada, algo más importante, que mañana es el primer día para renovar la caseta de Feria y todos los años lo hago el primer día, que luego vienen las complicaciones.

—Hombre, Jiménez, que le he visto liarse teniendo operativos complicados al día siguiente, no me diga que por eso va a irse usted ya.

—Hombre, entrar en un piso franco de etarras, un atraco a una joyería, una persecución tras un alunizaje… eso es importante, pero renovar la caseta de Feria es otro rollo. Ahí sí que no puede haber fallos.

Villanueva no se cree lo que oye.

—¿Me lo está diciendo en serio? Venga, que le pido otro medio coronel y unas espinacas con garbanzos, que sé que le encantan las de aquí.

—Que no, que no, que tengo mucha gente detrás a la que no puedo fallar. Imagínese que se nos pasa y perdemos la caseta.

Jiménez se abre un poco el cuello de la camisa.

—Madre mía, me ha entrado hasta calor y todo.

—Pero, qué pasa, ¿que en Sevilla no se puede tener una caseta de nuevas?

Todos los compañeros se echan las manos a la cabeza. Uno de ellos se mete.

—Villanueva, todo lo sevillano que parecías pidiendo medio coronel en El Rinconcillo y lo acabas de perder de golpe. La lista de las casetas se mueve menos que el avión de la rotonda de la Motilla. El que no tenga caseta lleva esperando lo más grande y, claro, el que la tiene, pues no se le pasa ni a tiros.

Jiménez asiente.

—Se me olvida antes el nombre de mi madre o cómo se pela un langostino que renovar la caseta, así te lo digo. Yo es el único día al año que madrugo. Me pongo a las seis de la mañana en la puerta del Registro del Ayuntamiento para ser el primero y asegurarme, así tampoco llego tarde a la comisaría por si hay algo, pero, vamos, secundario lo de la comisaría,

la verdad.

Villanueva se ríe.

—Pero eso se podrá hacer por Internet, ¿no?

Todos resoplan. Jiménez le responde.

—Deje, deje. Yo las cosas importantes las hago viendo la carita, mirándole a los ojitos al funcionario o a la funcionaria, de hecho, le suelo hasta hacer una foto por si hay algún problema.

Villanueva está mirando en el móvil algo.

—¡Pero si estoy viendo y el Registro abre a las nueve!

—Pues por eso, hay que asegurar, a ver si un año va a haber recortes y la renovación va a ser por orden de llegada o algo… Así que nada, lo siento, pero me voy. Mañana nos vemos y a ver si hacemos otra quedada pronto. Me voy, y cuidado con lo que habláis, que estas paredes son de las que se enteran, ya sabéis, las tres pes. Aunque, vamos, con lo que habrán escuchado, lo que contemos nosotros será un mojón gordo.

En ese momento le llega una notificación de WhatsApp a uno de los compañeros, que mira el móvil.

—Ojo, nota de audio nueva de Angelito, quédate y la escuchamos.

Jiménez duda.

—No, no, mándamela, haz el favor y la oigo de camino…

Pero Villanueva se divierte.

—De eso nada, si quiere oírla tiene que venir y tomarse el último medio coronel… quiero decir «el penúltimo», claro.

El increíble robo del informe

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