Читать книгу Los irreductibles I - Julio Rilo - Страница 12
VI
ОглавлениеKino volvió a escupir a través de la ventana, pues el regusto amargo aún no había desaparecido de su boca. «Menuda calada que le acabo de pegar… las prisas no son buenas», pensó mientras una lenta canción del grupo inglés The Beat sonaba en sus auriculares.
Aquella larga calada había sido fruto de que eran casi las cuatro de la tarde, lo que significaba que debía reanudar su jornada en breve y, lo que era peor, que dentro de poco los pasillos de 5 Minutos se volverían a llenar de todos los que habían ido a comer al Starbucks. Volvió a mirar la hora en su pulsera, que marcaba las 15:52 en números iridiscentes, y observó su canuto, que estaba por la mitad. Si le daba con prisa lo echaría a perder, pensó. Se inclinó sobre la mesita que había colocado al lado de la ventana, que era también donde había dejado posado su humeante café con leche, y le dio un sorbo. Después, volvió a apoyarse en el marco de la ventana abierta con los antebrazos, contemplando la línea del horizonte de Madrid, cubierta como siempre de su perenne cúpula de contaminación. Parecía un campo de césped cuyas briznas estaban hechas de cemento y vidrio.
Desde aquella distancia no se distinguían, pero Kino llevaba su mirada de forma inconsciente hacia los edificios del Paseo de la Castellana y, más en particular, la sede de Industrias Lázaro. El no haber leído el correo de su hermano ya no era otra cosa más que cabezonería. Llevaba pensando en él desde el lunes por la noche, y por mucho que lo intentaba no era capaz de apartar su pensamiento de Raúl. De hecho, el último artículo en el que había estado trabajando eran «Las 10 senseries más esperadas de la nueva temporada», y Kino odiaba las senseries. Si pensaba en ellas era porque el mensaje de su hermano le rondaba la mente.
Si era sincero consigo mismo, la curiosidad le corroía. Así que, por fin, desplegó los hologramas de su pulsera y abrió el correo. Seleccionó el correo de su hermano, el que le recordaba en el asunto que tenían que hacer aquello que tanto llevaban sin hacer, lo abrió y empezó a leer.
“Buenos días, Kino:
Lo primero es que me gustaría preguntarte cómo estás. Hace mucho tiempo que no hablamos y no sé nada de ti, la verdad. Bueno, miento. Lo poco que sé sobre ti me lo cuenta mamá. El caso, ¿cómo te va todo? ¿Todo bien? ¿El trabajo bien?
En fin, creo que me voy a dejar de rodeos e iré directamente al grano. Necesito tu ayuda, Joaquín. Las cosas van bastante mal en la empresa, no sé si lo sabes. Llevamos varios trimestres presentando pérdidas en la cuenta de resultados, algo que en una empresa internacional multimillonaria como es esta, implica pérdidas de millones. Por lo tanto, estamos obligados a hacer algo antes de que la Junta Directiva tome cartas en el asunto. No creo que esto a ti te importe, ya que desde siempre dejaste bien claro que no te interesan estos asuntos, pero a pesar de que la Junta no controla la mayoría de las acciones de Industrias Lázaro sus miembros sí que tienen una serie de derechos de accionistas. Derechos que no están pudiendo ejercer al incurrir la empresa en pérdidas, por lo que, de seguir esto así, me veo que pretenderán sacarme de la dirección. Y eso no lo podemos permitir.
Básicamente, me temo que esté en peligro el legado de nuestro padre. Él dejó esta empresa en nuestras manos por un motivo, y creo que tengo en mis manos la herramienta para demostrar que no se equivocó. Por supuesto, la ayuda que te pido no sería gratis, ya que estarías trabajando en un proyecto de entretenimiento de alto secreto que, espero, cambie el rumbo de Industrias Lázaro volviéndola a poner al frente de nuestro sector. De manera que, si me ayudases a desarrollar tanto un producto como una estrategia, ten por seguro que recibirías el mismo sueldo que un encargado de contenidos sénior.
Por desgracia, no te puedo contar nada más acerca de este asunto por aquí, y es que como he dicho, es alto secreto. En cuanto leas esto, te agradecería que me lo hicieras saber para, si estás interesado, poder ponernos en contacto lo antes posible y tratar el asunto en profundidad y en persona. Un saludo, Raúl.”
Kino se quedó mirando el holograma donde se proyectaba el correo de su hermano atónito. Mientras lo iba leyendo lo único en lo que pensaba era en lo mal que redactaba el cabrón, parece mentira que pongan a alguien que no sabe redactar ni un correo al frente de cualquier tipo de responsabilidad en una empresa que se supone que debe ser creativa. Pero cuando por la mitad del texto se empezó a dar cuenta de que lo que su hermano quería era su ayuda (en un proyecto, nada menos), la confusión se apoderó de él.
Cerró el holograma y se asomó a la ventana para volver a fumar. La calada volvió a ser más larga de lo aconsejable, pero en esta ocasión no era porque tuviera prisa, sino porque no entendía nada. Mientras el humo inundaba los pulmones de Kino, a su mente solo llegaron tres palabras: «¿Pero qué coño…?».