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XII

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Raúl tomó aire, pensando por dónde empezar.

—¿Quieres sentarte? —le ofreció a su hermano mientras rodeaba su mesa.

Kino aceptó, y Raúl pulsó un botón transparente de su mesa de cristal. Acto seguido, una de las sillas que había a los lados de la puerta de entrada empezó a moverse sola y se acercó zumbando sobre su única pata hasta ponerse enfrente de la mesa de Raúl, y Kino se sentó en ella.

—Como te decía antes, el mercado de las senseries está decayendo. Estamos perdiendo muchos suscriptores y nuestros inversores no están contentos.

—Pobrecitos.

—Por suerte —siguió Raúl, ignorando a su hermano—, nuestro padre ya previno este devenir de los acontecimientos hace tiempo.

—Qué bien hablas, jodío. ¿Y en qué pensó Ricardo para seguir vendiendo cada vez más?

—En una nueva forma de plantearles las alternativas de las narrativas a los usuarios. Tenemos la esperanza de que, si aprovechan al máximo las narrativas, el feedback negativo que llevamos recibiendo las últimas temporadas se corregirá. Tenemos la intención de volver a generar hype por nuestro producto.

—¿Y ya está? Eso me acuerdo que se lo oí comentar alguna vez a papá, y de hecho me acuerdo que intentasteis varias veces reescribir los disparadores2 de las tramas.

—Y ahí estuvo el problema. Bueno, más bien uno de los problemas.

—¿Dónde?

—Pues en que nuestros usuarios no son ni los más sutiles ni los más perspicaces, por lo que los disparadores se les acaban pasando por alto.

—Nos ha jodido mayo con las flores. Pues claro que no lo son, pero porque vosotros los habéis hecho así.

—Ah, claro. ¿Y cómo les he hecho yo así?

—Pues con vuestra mierda de mind-mallows. Les disteis más alternativas y poder de decisión de las que podían asimilar.

—Claro, porque es mejor limitar el acceso a la tecnología de la gente.

—Yo no estoy diciendo eso, yo lo que digo es que antes de haber sacado al mercado una tecnología como las mind-mallows, que permite recrear las fantasías más perversas de los usuarios, deberíais haberlos educado de alguna manera.

—Mira, a pesar de lo pedante que suenas, en cierta manera estamos de acuerdo.

—¿En cierta manera?

—En cierta manera —repitió con una leve variación Raúl—. Verás, sí que tienes razón en que la forma de usar el contenido que nosotros generamos no es la adecuada. Eso es un hecho, y un hecho del que ninguno de los que estamos aquí nos sentimos orgullosos. Y por eso lo queremos arreglar.

—¿Y cómo lo pensáis arreglar? ¿Papá tuvo algo que ver con esto?

—Más bien fue idea suya. Joaquín, ¿por qué dirías tú que nuestros usuarios usan nuestro producto de la manera en que lo usan?

—Porque son unos cabrones enfermos y retorcidos. La mayoría, claro, hay excepciones.

—En serio, Kino.

Kino soltó un suspiro mientras sonreía y se quedó mirando a su hermano con una expresión torcida apoyado en el respaldo de su silla.

—Porque están reprimidos. Tienen vidas grises y anodinas, y cuando llegan a casa necesitan aliviar sus frustraciones.

—Tienes razón. En parte. La parte clave de lo que has dicho ahí, es la palabra «reprimido». En efecto, están reprimidos. La monotonía de su día a día les impide expresarse por sí mismos, así que cuando se les plantean más decisiones de las que pueden procesar, se bloquean. Ahora bien, yo pienso, igual que nuestro padre e igual que tú (estoy convencido), que la necesidad de descargar tensiones está ahí, pero que hay formas más constructivas de hacerlo, y por eso es por lo que aparece el campo del entretenimiento.

—A ver, creo que entiendo lo que dices y sí, es verdad, aunque no entiendo a dónde quieres llegar. Desde las tramas y narrativas de las senseries se puede canalizar mejor la catarsis que llevando a cabo fantasías de depravación en la vida real, vale.

—Exacto. Al fin y al cabo, cualquier obra de ficción cumple ese propósito. Guiarte hasta una catarsis y que o bien aprendas algo o bien solo te sirva para pasar un rato agradable y entretenido.

—Bueno, y se te olvida un propósito.

—¿Cuál?

—El que a ti te mola. El que un proyecto sea rentable.

—Es que no puedes contenerte, ¿verdad? —Kino negó con la cabeza lentamente y con una sonrisa torva—. En fin… el caso es que nuestro padre desarrolló una teoría, por la cual no solo pretende que se exploten las tramas y narrativas que se ponen al alcance de los usuarios, sino también dar con la forma de ofrecérselas de forma sutil y personalizada para que no la rechacen.

—Hace un rato hablabas de la falta de sutileza en tus clientes, pero antes, ¿cómo pretendes que la oferta sea personalizada?

—No solo eso, sino que también pretendo hallar la forma de escoger previamente cuáles serán las alternativas narrativas más satisfactorias para cada usuario.

—Eso es imposible. No existe una base de datos con semejante cantidad de información, ni siquiera con todas vuestras redes sociales espiando las privacidades y los gustos de la gente.

—Es cierto eso que dices, hay que tener en cuenta que, al fin y al cabo, el avatar digital de las redes sociales que tiene cada usuario es la proyección que hacen de sí mismos, y no reflejan necesariamente su personalidad real.

Kino puso los ojos en blanco, sorprendido aún hoy en día de que a su hermano se le hubiese pasado por alto una crítica a su falta de escrúpulos a la hora del data mining.

—¿Entonces? —preguntó Kino encogiéndose de hombros, empezando a impacientarse.

—Creemos que hemos dado con la llave al subconsciente.

Kino necesitó una pausa para asimilar esto. Y tras la pausa solo fue capaz de articular una palabra:

—¿Perdona?

—Lo que oyes. Tenemos fundamentos teóricos sólidos y un plan de acción.

—Es imposible acceder al subconsciente… a no ser… Si me habéis traído aquí para que me drogue, haber empezado por ahí. Y aún encima me van a pagar… —dijo para sí mismo.

—¡Que no! No es eso.

—Y entonces, ¿cómo pretendes acceder a algo intangible?

—No es tanto acceder, sino cartografiarlo.

Kino puso cara de confusión.

—¿Piensas hacer un mapa del subconsciente? —Raúl chasqueó los dedos, y se quedó señalándole a Kino con el índice como si fuera una pistola—. ¿Cómo?

—Averiguando antes cómo funcionan los recuerdos.

—Explícate.

—Hacer un mapa de los recuerdos que nos sirva de mapa del subconsciente. A ver, ¿tú qué dirías que es, con tus propias palabras, el subconsciente?

Kino cruzó los brazos sobre su pecho suspirando de nuevo, tomándose su tiempo para contestar.

—El subconsciente es la parte de nuestro cerebro que toma una decisión antes de que nosotros seamos conscientes de que la hemos tomado.

—Vale. ¿Por qué dirías tú que se toma esa decisión?

—Pues depende de cada uno.

—Explícate.

—Pues a ver, no sé. Depende de las experiencias personales de cada persona, cada uno puede tener una reacción instintiva diferente ante la misma situación. Por ejemplo, un veterano de guerra no podría ir a las Fallas porque todos los petardos le darían flashbacks, pero los valencianos se lo pasan pipa.

—Claro, dependiendo de nuestras vivencias nuestra personalidad se va formando de una manera u otra. «Yo soy yo y mis circunstancias». Así que, por decirlo de otra forma, ¿tú dirías que son nuestros recuerdos lo que marcan quiénes somos? Fíjate que digo recuerdos —siguió Raúl sin darle tiempo a contestar a su hermano—, no vivencias, porque las vivencias son objetivas y la manera que cada uno tiene de recordar el mismo suceso puede ser subjetiva.

—Vale, bien —asintió Kino sin saber qué más decir—. Te lo compro. Pero vamos a ver una cosa. ¿Me estás intentando decir que has inventado una máquina que te permite leer los recuerdos de la mente de alguien?

—No exactamente.

—¿Entonces?

—Hemos inventado una máquina que es capaz de analizar las reacciones químicas que desencadenan las emociones y los sentimientos dentro del cerebro al ir repasando una serie de recuerdos.

—Eso es increíble.

—Gracias. Estamos muy orgullosos…

—No, es que todavía no me lo creo. No lo entiendo. Suena a ciencia-ficción.

—A ver, no es leerle los recuerdos a una persona exactamente.

—¿Y cómo es posible analizar la memoria de alguien?

—Pues descargando la consciencia de una persona en una máquina. Y luego conectando unas mind-mallows.

Kino tenía los ojos abiertos de par en par, pensando en las implicaciones de lo que su hermano le acababa de decir pudiese ser real.

—¿Descargar la consciencia de una persona? ¿Cómo?

—Verás, Joaquín, como te decía antes, este proyecto es uno en el que ya llevamos trabajando bastante tiempo con el máximo secreto…

—Sí, sí, sí… máximo secreto y la idea fue de nuestro padre. ¿Pero cómo es posible eso? Tú te estás quedando conmigo.

—Que no, que intento llegar a esa parte. En los últimos años, hemos sido capaces de pasar una consciencia a una máquina a través de innumerables sesiones de escaneo.

—¿Escaneo?

—Sí. Hemos escaneado un cerebro y observado sus reacciones y sinapsis durante todos los procesos cognitivos conocidos, y la manera de conseguir esto fue revivir los eventos de su vida una vez, y otra, y otra. A raíz de ahí empezamos a extraer patrones de personalidad después de grabar los recuerdos usando las mind-mallows. Durante años los modelos de los patrones de personalidad salían erróneos y no obteníamos los resultados esperados, pero a base de pura repetición fuimos capaces de dar con los algoritmos adecuados para analizar la forma en la que determinados recuerdos influyen en la personalidad, o del rastro que dejan en el cerebro determinados recuerdos clave, así como las características que definen a un recuerdo clave. —Había ilusión en la voz de Raúl, y hablaba con la efusividad de quien persigue una meta durante años y se sabe cercano a alcanzarla por fin—. Estábamos haciendo progresos, los suficientes como para empezar a crear un Mapa de los Recuerdos.

—¿Y qué pasó?

Raúl dio un largo suspiro y su rostro se ensombreció, y toda la efusividad y la emoción de su discurso se desvanecieron en cuestión de segundos.

—Pues que nos quedamos a medias. El sujeto murió. Pero no te preocupes —dijo Raúl al ver la expresión en el rostro de Kino—, fue de vejez. La máquina no tuvo nada que ver. Obviamente, era mejor tener un sujeto anciano del que extraer los recuerdos por el simple hecho de que ha habido más tiempo para recabar información en ese cerebro.

—¿Entonces qué pasa? ¿Cómo pensáis terminar el trabajo? ¿Vais a volver a empezar con otro sujeto? ¿Yo soy el nuevo sujeto?

—No exactamente, verás… a ver cómo te lo explico. La información de sus recuerdos está ahí, ya la tenemos. Pero aún nos faltan los datos para poder interpretarla. Y ahí es donde entrarías tú. Tú nos podrías ayudar a interpretarla. Serías nuestra piedra Rosetta particular.

Kino guardó un largo silencio y se recostó en la silla una vez más, cavilando en silencio. No le hacía ninguna gracia adentrarse en los recuerdos de otro, a saber lo que encontraría allí. Ya tenía bastante con lo suyo. Además, la situación era muy bizarra por sí misma, parecía algo antinatural el adentrarse en la mente de otra persona. Y de una persona que ya estaba muerta, para más inri. Eso era una invasión de la privacidad que lo desagradaba mucho, pero el sueldo prometido revoloteaba por encima de su cabeza y le impedía negarse rotundamente, como le hubiera gustado hacer.

—No me parece bien, Raúl. Esto está mal.

—¿El qué?

—No entiendo por qué me vienes a mí con esto, más sabiendo lo que pienso de vuestras senseries y vuestras redes supuestamente sociales. ¿Por qué me vienes a mí para pedirme que me meta en la cabeza de otra persona? ¿Es por esa tontería de la confidencialidad? ¿Me vas a decir que no te podías fiar de ninguna otra persona?

—Más bien diría que no nos fiábamos de otra persona.

—¿Qué quieres decir?

—Verás, Joaquín, es más complejo de lo que crees. Para cartografiar la parte que nos queda inexplorada de su psique, no solo necesitamos a alguien que nos guíe desde el interior. Debido a la complejidad que tiene la ecuación con la que se representa la personalidad de cualquier individuo, no puede entrar cualquier persona.

—¿Por qué?

—Se necesita previa afinidad existente entre las dos mentes.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Kino con su rostro ensombrecido por una sospecha que aún no era capaz de identificar.

—Necesitamos que las dos personas se conozcan para poder interpretar los datos. Tiene que haber experiencias en común con las que ambos os podáis relacionar, para que, a partir de ahí, nosotros seamos capaces de establecer los lazos de conducta.

—¿De quién son los recuerdos que quieres que espíe…? —Ya se temía la respuesta.

—El sujeto de quien extrajimos los recuerdos, Joaquín, como supongo que ya te imaginarás, es la persona que inició este trabajo y de quien nació la idea. Te estoy pidiendo que nos ayudes a descifrar cómo funciona la memoria, explorando los recuerdos de la vida de nuestro padre.

2 Los disparadores de las tramas es la manera que tiene la gente del «mundillo» a referirse a los eventos dentro de las simulaciones que activaban las acciones que desencadenaban en una narrativa u otra.

Los irreductibles I

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