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SIETE

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Caminaron juntas hasta la rotonda de acceso a la casa de Ida Nee.

Ida Nee todavía estaba en el muelle, marchando de adelante hacia atrás y girando su bastón y hablando con sigo misma. Raymie escuchaba su voz —un murmullo enojado—, pero no comprendía lo que decía.

—Odio los concursos de belleza —dijo Beverly—. Odio lo moños y los listones y los bastones y todo eso. Odio las cosas brillosas. Mi mamá me ha inscrito a todos los concursos de belleza que existen y estoy harta de ellos. Y por eso voy a sabotear éste.

—Pero en éste se ganan 1 975 dólares —dijo Louisiana—. Ése es el rescate de un rey. ¡Una fortuna! ¿Sabes cuánto atún puedes comprar con 1 975 dólares?

—No —dijo Beverly—. Y no me importa.

—El atún tiene mucha proteína —dijo Louisiana—. En la casa hogar del condado sólo sirven sándwiches de mortadela. La mortadela no es buena para la gente que tiene pulmones congestionados.

La conversación fue interrumpida por un fuerte ruido. Una camioneta con paneles de madera a los costados se dirigía muy rápido hacia la rotonda de la casa de Ida Nee. La puerta trasera del lado del conductor de la camioneta estaba parcialmente caída; se abría y se cerraba una y otra vez.

—Ya llegó Abu —dijo Louisiana.

—¿Dónde? —preguntó Raymie.

Porque en verdad parecía que nadie conducía la camioneta. Era como el jinete sin cabeza, sólo que sobre una camioneta y no sobre un caballo.

Y entonces Raymie vio dos manos sobre el volante, y justo cuando la camioneta entró a la rotonda, salpicando gravilla y polvo, una voz gritó:

—¡Louisiana Elefante, sube al coche!

—Debo irme —dijo Louisiana.

—Eso parece —dijo Beverly.

—Me dio gusto conocerte —dijo Raymie.

—¡Apresúrate! —gritó la voz desde dentro de la camioneta—. Marsha Jean está cerca en alguna parte. Estoy segura. Puedo sentir su presencia malévola.

—Ay, Dios mío —dijo Louisiana. Se subió al asiento trasero e intentó cerrar la puerta descompuesta—. Si Marsha Jean aparece —le gritó a Raymie y Beverly—, díganle que no me han visto. No permitan que escriba nada en su carpeta. Y díganle que no saben por dónde estoy.

No sabemos por dónde estás —dijo Beverly.

—¿Quién es Marsha Jean? —preguntó Raymie.

—Deja de preguntarle cosas —dijo Beverly—. Sólo le das un pretexto para inventar una historia.

La camioneta arrancó. La puerta trasera se columpiaba abierta y luego se cerró con un fuerte golpe y se quedó así. Aceleró alarmantemente rápido, el motor rugió y gimió, y la camioneta desapareció por completo. Raymie y Beverly se quedaron solas, de pie en medio de una nube de gravilla, polvo y cansancio.

Fffffttttt, como diría la señora Borkowski.

Fffffttttt.

El verano de Raymie Nightingale

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