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OCHO

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—A mí me pareció que eran criminales —dijo Beverly—. Esa chica y su abuela casi invisible. Me recordaron a Bonnie y Clyde.

Raymie asintió, aunque Louisiana y su abuela no le recordaban a nadie que hubiera visto o de quien hubiera escuchado.

—¿Siquiera sabes quiénes eran Bonnie y Clyde? —preguntó Beverly.

—Ladrones de bancos —dijo Raymie.

—Así es —dijo Beverly—. Criminales. Esas dos se veían como si pudieran robar un banco. ¿Y qué clase de nombre es Louisiana? Louisiana es el nombre de un estado. No le llamas así a una persona. Probablemente esa chica opera bajo un apodo. Quizás está huyendo de la ley. Por eso parece tan temerosa y actúa de forma esquiva. Te digo qué: el miedo es una gran pérdida de tiempo. Yo no le temo a nada.

Beverly lanzo su bastón alto en el aire y lo atrapó con un golpe de cadera muy profesional.

El corazón de Raymie se encogió de incredulidad.

—Ya sabes cómo hacer malabarismo de bastón —dijo.

—¿Y qué? —dijo Beverly.

—¿Entonces por qué asistes a clases?

—Creo que eso no es de tu incumbencia. ¿Y tú por qué lo haces?

—Porque necesito ganar el concurso.

—Ya te lo dije —dijo Beverly—, no habrá ningún concurso. No si yo puedo evitarlo. Tengo todo tipo de habilidades para el sabotaje. Justo ahora estoy leyendo un libro sobre cómo abrir cajas de seguridad, escrito por un criminal llamado J. Frederick Murphy. ¿Has escuchado sobre él?

Raymie negó con la cabeza.

—Eso pensé —dijo Beverly—. Mi papá me dio el libro. Él conoce todas las costumbres criminales. Estoy aprendiendo a abrir una caja fuerte.

—¿Tu papá no es policía? —preguntó Raymie.

—Sí —dijo Beverly—. Lo es. ¿Cuál es tu punto? Ya sé abrir cerraduras. ¿Alguna vez has abierto una?

—No —dijo Raymie.

—Eso pensé —dijo Beverly de nuevo.

Lanzó el bastón al aire y lo atrapó con su mano mugrosa. Hacía que girar el bastón pareciera fácil e imposible al mismo tiempo.

Era terrible observarla.

De pronto, todo parecía no tener sentido.

Después de todo, el plan de Raymie de traer a su padre de vuelta a casa no era un gran plan. ¿Qué estaba haciendo? No lo sabía. Estaba sola, perdida, a la deriva.

Lamento haberte traicionado.

Fffffttttt.

Sabotaje.

—¿No temes que te atrapen? —le preguntó Raymie a Beverly.

—Ya te dije —dijo Beverly—. No le temo a nada.

—¿Nada? —preguntó Raymie.

—Nada —dijo Beverly. Miró a Raymie con tanta intensidad que su rostro cambió. Sus ojos brillaban.

—Dime un secreto —murmuró Beverly.

—¿Qué? —preguntó Raymie.

Beverly desvió la vista de Raymie. Se encogió de hombros. Lanzó el bastón al aire y lo atrapó y luego lo lanzó de nuevo. Y mientras el bastón estaba suspendido entre el cielo y la gravilla, Beverly dijo:

—Te dije que me cuentes un secreto.

Beverly atrapó el bastón. Miró a Raymie.

Y quién sabe por qué.

Raymie se lo dijo.

—Mi padre huyó con la asistente del dentista. Se fue a la mitad de la noche.

No era necesariamente un secreto, pero las palabras eran terribles y verdaderas y le dolía pronunciarlas.

—La gente hace ese tipo de cosas patéticas todo el tiempo —dijo Beverly—. Arrastrándose por pasillos en la oscuridad con los zapatos en la mano, parten sin decir adiós a nadie.

Raymie no sabía si su papá se había arrastrado por el pasillo con los zapatos en la mano, pero ciertamente se había ido sin decir adiós. Considerando este hecho, sintió una punzada de algo. ¿Qué era? ¿Indignación? ¿Incredulidad? ¿Tristeza?

—Eso me enoja mucho, mucho —dijo Beverly.

Tomó su bastón y con la punta de goma comenzó a golpear la gravilla de la rotonda. Pequeñas rocas saltaron al aire, desesperadas por escapar de la ira de Beverly.

Huam, huam, huam.

Beverly golpeaba la gravilla y Raymie la miró con admiración y temor. Nunca había visto a nadie tan enojado.

Había mucho polvo.

Un auto pintado de un azul brillante y reluciente apareció en el horizonte y entró en la rotonda hasta detenerse.

Beverly ignoró el auto.

Seguía golpeando la gravilla.

No parecía que fuera a detenerse sino hasta que hubiera hecho polvo el mundo entero.

El verano de Raymie Nightingale

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