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ONCE

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Ya en casa, después de la muy extraña clase de malabarismo de bastón, Raymie se sentó en su habitación con la puerta cerrada y comenzó a llenar la solicitud para Pequeña Señorita Neumáticos de Florida. Era una fotocopia de dos páginas, y era obvio que el señor Pitt, el dueño de Neumáticos de Florida, la había mecanografiado. No lo había hecho muy bien. La solicitud estaba repleta de errores, que por algún motivo hacían que todo el plan (el concurso y que Raymie lo ganara y la consiguiente esperanza de que al ganarlo su papá volviera a casa) pareciera dudoso.

La primera pregunta estaba en mayúsculas. Decía: ¿QUIERES SER PEQUEÑA SEÑORITA NEUMÁTICOS DE FLORIDA 1975?

No había espacio para la respuesta, pero Raymie pensó que sería mejor hacerlo, ya que la solicitud decía: “Asegúrate de risponder TODAS las preguntas”.

Raymie escribió SÍ muy apretado justo después del signo de interrogación. Usó puras mayúsculas. Pensó añadir un signo de exclamación, pero decidió no hacerlo.

Y luego escribió su nombre: Raymie Clarke.

Y su dirección: Calle Borton 1213, Lister, Florida.

Y luego su edad: 10.

Se preguntó si Louisiana y Beverly estarían sentadas en sus habitaciones llenando sus solicitudes. ¿Uno tenía que llenar la solicitud para un concurso si es que intentaba sabotearlo?

Raymie cerró los ojos y vio a Louisiana escribiendo en el aire las palabras Los Elefantes Voladores con el bastón. ¿Cómo podía competir Raymie con alguien proveniente del mundo del espectáculo?

Raymie abrió los ojos y miró por la ventana. La vieja señora Borkowski estaba sentada en una tumbona en medio de la calle. Las agujetas de sus zapatos estaban desatadas. Tenía el rostro levantado hacia el sol.

La mamá de Raymie decía que la señora Borkowski estaba chiflada. Raymie no sabía si eso era verdad o no. Pero ella pensaba que la señora Borkowski sabía cosas, cosas importantes. Algunas de las cosas que sabía las decía. Y se negaba a decir otras cosas que también sabía, a veces se limitaba a decir Fffffttttt cuando Raymie pedía más información.

La vieja señora Borkowski quizá sabía quiénes eran los Elefantes Voladores.

Raymie volvió a mirar la solicitud. Decía: “Por favor, enlista todas tus BUENAS OBRAS. Utiliza una hoja de papel adicional si es necesario”.

¿Buenas obras? ¿Qué buenas obras?

El estómago de Raymie se encogió. Se levantó del escritorio, salió de su habitación, fue a la puerta principal y salió a la calle. Se paró enfrente de la tumbona de la señora Borkowski.

—¿Qué? —dijo la señora Borkowski sin abrir los ojos.

—Estoy llenando una solicitud —dijo Raymie.

—Sí, ¿y?

—Se supone que debo hacer buenas obras —dijo Raymie.

—Una vez —dijo la señora Borkowski. Chasqueó los labios. Sus ojos seguían cerrados—. Una vez algo pasó.

Obviamente, la señora Borkowski intentaba contar una historia. Raymie se sentó en medio de la calle a los pies de la señora Borkowski. El pavimento estaba tibio. Miró las agujetas desatadas de los zapatos de la señora Borkowski.

La señora Borkowski nunca se ataba los zapatos.

Era demasiado vieja para alcanzar sus pies.

—Una vez algo pasó —dijo de nuevo la señora Borkowski—. Estaba en un bote en el mar y vi que un bebé era arrebatado de los brazos de su madre. Por un pájaro. Un pájaro marino gigante.

—¿Es una historia sobre una buena obra? —preguntó Raymie.

—Fue terrible, la forma en que la madre gritó.

—Pero la mamá recuperó al bebé, ¿verdad?

—¿De un pájaro marino gigante? Nunca —dijo la señora Borkowski—. Esos pájaros marinos gigantes se quedan con lo que roban. También roban botones. Y broches para el pelo —la señora Borkowski inclinó la cabeza y abrió los ojos y miró a Raymie. Ella parpadeó. La señora Borkowski tenía unos ojos muy tristes y extremadamente llorosos—. Las alas del pájaro marino eran enormes. Parecía como si pertenecieran a un ángel.

—¿Entonces el pájaro marino de hecho era un ángel? ¿Estaba haciendo una buena obra al salvar al bebé?

—Fffffttttt —dijo la señora Borkowski. Agitó la mano al aire—. ¿Quién sabe? Sólo te digo lo que sucedió. Lo que vi. Tómalo como quieras. Ven mañana y córtame las uñas de los pies, y te daré un poco de ese dulce divino, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo Raymie.

¿Cortar las uñas de los pies de la señora Borkowski contaba como una buena obra? Probablemente no. La señora Borkowski siempre le daba dulces a Raymie a cambio del corte de uñas, y si alguien te pagaba por hacer algo no podía ser una buena obra.

La señora Borkowski cerró los ojos. Recostó otra vez la cabeza. Después de un rato comenzó a roncar.

Raymie se levantó y entró a la casa y fue a la cocina.

Tomó el teléfono y marcó a la oficina de su papá.

—Aseguradora Familiar Clarke —dijo la señora Sylvester con su voz de pájaro de caricatura—. ¿Cómo podemos protegerlo?

Raymie guardó silencio.

La señora Sylvester aclaró la garganta.

—Aseguradora Familiar Clarke —dijo de nuevo—. ¿Cómo podemos protegerlo?

Fue agradable escuchar a la señora Sylvester decir por segunda vez: ¿Cómo podemos protegerlo? De hecho, Raymie pensó que le gustaría escuchar a la señora Sylvester formular la pregunta varios cientos de veces al día. Era una pregunta tan amigable. Era una pregunta que prometía cosas buenas.

—¿Señora Sylvester? —dijo.

—Sí, querida —dijo la señora Sylvester.

Raymie cerró los ojos e imaginó el frasco gigante de caramelos sobre el escritorio de la señora Sylvester. A veces, por la tarde, el sol brillaba directo sobre el frasco y lo iluminaba de forma que parecía una lámpara.

Raymie se preguntó si eso estaba sucediendo en ese momento.

Detrás del escritorio de la señora Sylvester estaba la puerta de la oficina del papá de Raymie. La puerta estaría cerrada, y la oficina vacía. Nadie estaría sentado frente al escritorio de su papá porque él se había marchado.

Raymie trató de evocar su rostro. Intentó imaginarlo sentado en su oficina frente a su escritorio.

No pudo hacerlo.

Sintió una oleada de pánico. Apenas habían pasado dos días desde que su papá se había ido, y ella no podía recordar su rostro. ¡Debía traerlo de vuelta!

Recordó entonces por qué llamaba.

—Señora Sylvester —dijo—, uno tiene que hacer buenas obras para el concurso.

—Ay, corazón —dijo la señora Sylvester—, ése no es problema para nada. Sólo camina un par de calles hacia el asilo Valle Dorado y ofrece leer a uno de los residentes. A los mayores les encanta que les lean.

¿A los ancianitos les encantaba que les leyeran? Raymie no estaba segura. La vieja señora Borkowski era muy mayor y lo que siempre quería que Raymie hiciera era que le cortara las uñas de los pies.

—¿Qué tal estuvo tu primera clase de malabarismo de bastón? —preguntó la señora Sylvester.

—Estuvo interesante —dijo Raymie.

Una imagen de Louisiana Elefante cayendo de rodillas cruzó la cabeza de Raymie. A esta imagen le siguió una de Beverly Tapinski y su mamá peleándose por el bastón en medio de una nube de polvo de gravilla.

—¿No es emocionante aprender algo nuevo? —preguntó la señora Sylvester.

—Sí —dijo Raymie.

—¿Cómo está tu mamá, corazón? —dijo la señora Sylvester.

—Está sentada en el sillón en el invernadero. Lo hace muy a menudo. Básicamente eso es lo que hace. En realidad no hace nada más. Sólo se sienta ahí.

—Bueno —dijo la señora Sylvester. Hubo una larga pausa—. Todo va a estar bien. Ya verás. Todos hacemos lo que podemos.

—De acuerdo —dijo Raymie.

Las palabras de Louisiana flotaban en su mente. Estoy demasiado aterrada para continuar.

Raymie no dijo las palabras en voz alta, pero sintió que la atravesaban. Y la señora Sylvester —amable y con voz de pájaro— debió sentirlas también porque dijo:

—Sólo selecciona un libro adecuado para compartir, corazón, y luego ve al asilo Valle Dorado. Les alegrará mucho verte ahí. Sólo haz lo que puedas, ¿de acuerdo? Todo estará bien. Todo va a salir bien al final.

El verano de Raymie Nightingale

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