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UNO

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Había tres de ellas, tres chicas.

Estaban de pie una al lado de la otra.

De pie en posición de atención.

Y la chica con el vestido rosa, la que estaba junto a Raymie, soltó un gemido y dijo:

—Entre más lo pienso, más aterrada estoy. ¡Estoy demasiado aterrada para continuar!

La chica apretó su bastón contra el pecho y cayó de rodillas.

Raymie la observó con sorpresa y admiración.

Ella misma a menudo se sentía demasiado aterrada para continuar, pero nunca lo había admitido en voz alta.

La chica de vestido rosa se quejaba y se caía a los lados.

Se le cerraban los ojos. Estaba en silencio. Entonces abrió muy grandes los ojos y gritó:

—¡Archie, lo lamento! ¡Lamento haberte traicionado!

Por algún motivo, las palabras parecían dignas de ser repetidas.

—Detén esta tontería de inmediato —dijo Ida Nee.

Ida Nee era la instructora de malabarismo de bastón. Aunque mayor —más de cincuenta, por lo menos—, su cabello lucía un amarillo extremadamente brillante. Calzaba unas botas blancas que le llegaban a las rodillas.

—No estoy bromeando —dijo Ida Nee.

Raymie le creía.

No parecía que Ida Nee fuera muy bromista.

El sol estaba muy, muy alto en el cielo, y toda la escena era como el mediodía en una película de vaqueros. Pero no era una de vaqueros; eran clases de malabarismo de bastón en la casa de Ida Nee, en el patio de Ida Nee.

Verano de 1975.

Quinto día de junio.

Y dos días antes, al tercer día de junio, el papá de Raymie Clarke se había fugado de casa con una mujer que era asistente de dentista.

Los palomos se casaron y se van de la ciudad…

Ésas eran las palabras que cruzaban la cabeza de Raymie cada que pensaba en su papá y la asistente de dentista.

Pero ella no pronunció las palabras en voz alta porque la mamá de Raymie estaba muy alterada, y no era apropiado hablar acerca de una pareja de palomos que se habían casado y se iban de la ciudad.

De hecho, lo que había sucedido era una gran tragedia.

Eso fue lo que dijo la mamá de Raymie.

—Esto es una gran tragedia —dijo la mamá de Raymie—. Deja de recitar rimas infantiles.

Era una gran tragedia porque el papá de Raymie se había puesto en ridículo a sí mismo.

También era una gran tragedia porque Raymie ahora no tenía padre.

Ese pensamiento —ese hecho—, de que ella, Raymie Clarke, no tenía papá, provocaba que se disparara un pequeño y filoso dolor a través de su corazón cada vez que ella lo consideraba.

A veces el dolor en su corazón la hacía sentir demasiado aterrada para continuar. A veces la hacía querer caerse de rodillas.

Pero entonces recordaba que tenía un plan.

El verano de Raymie Nightingale

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