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DOCE

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Fue hasta que Raymie colgó el teléfono que se preguntó lo que había querido decir la señora Sylvester con un libro adecuado.

Entró a la sala y se detuvo sobre la alfombra amarilla y observó el librero. Todos los libros eran color café y se veían serios. Eran los libros de su papá. ¿Y si él volvía a casa y uno de los libros faltaba? Sintió que lo mejor sería no tocarlos.

Raymie fue a su habitación. En las repisas sobre su cama había conchas marinas y animales de peluche y libros. ¿Mis pequeños inquilinos? No, era muy poco probable. Ningún adulto normal creería en personas pequeñitas que vivían debajo de la duela. ¿El oso Paddington? Ese libro tenía un aire demasiado alegre y tonto para la seriedad de un asilo. ¿La casa del bosque? Alguien muy mayor seguro había pasado toda su vida escuchando ese cuento y no querría escucharlo de nuevo.

Y entonces Raymie vio Un camino luminoso y brillante: la vida de Florence Nightingale. Era un libro que Edward Option le había dado el último día de clases. El señor Option era el bibliotecario de la escuela. Tenía que agachar la cabeza para entrar y salir de la biblioteca del colegio George Mason Willamette.

El señor Option se veía demasiado joven e inseguro como para ser un bibliotecario.

Además, sus corbatas eran demasiado anchas y en todas ellas aparecían imágenes extrañas y solitarias de playas desiertas, bosques encantados o platillos voladores.

A veces, cuando sostenía un libro, las manos del señor Option temblaban de nerviosismo. O tal vez era de entusiasmo.

De cualquier forma, el último día de clases, Edward Option le había dicho a Raymie:

—Eres tan buena lectora, Raymie Clarke, que me pregunto si estarás interesada en ampliar tu horizonte. Aquí tengo un libro que no es de cuentos, quizá te guste.

—De acuerdo —dijo Raymie, aunque no le interesaba para nada los libros sin cuentos. Le gustaban las historias.

El señor Option sacó Un camino luminoso y brillante: la vida de Florence Nightingale. En la portada aparecían docenas de soldados recostados boca arriba en lo que parecía un campo de batalla, y una señorita caminaba en medio de ellos cargando una lámpara sobre su cabeza, y los hombres extendían las manos hacia ella, como suplicando ayuda.

En ninguna parte de la imagen había un camino luminoso o brillante.

Parecía un libro horrible y deprimente.

—Tal vez —dijo el señor Option—, podrías leer esto durante el verano, y luego podríamos platicar sobre él cuando reanuden las clases.

—De acuerdo —dijo Raymie otra vez. Pero sólo accedió porque le caía muy bien el señor Option, y porque era tan alto y solitario y estaba tan ilusionado.

Había tomado el libro de Florence Nightingale, lo había llevado a casa y colocado sobre su repisa. Unos días después, su papá huyó con Lee Ann Dickerson y Raymie olvidó todo acerca de Edward Option y sus extrañas corbatas y su libro sin cuentos.

Pero quizás alguien en el asilo Valle Dorado querría escuchar sobre la vida de Florence Nightingale y su camino luminoso. Tal vez era justo lo que la señora Sylvester quería decir con un libro apropiado.

Tal vez todo saldría bien al final.

El verano de Raymie Nightingale

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