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La opción nuclear

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Independientemente de cuáles fueran los aciertos y errores de la bomba atómica, nuestro mayor conocimiento de las reacciones en cadena de tipo exponencial causadas por la fisión nuclear desarrollada en el marco del Proyecto Manhattan nos proporcionó la tecnología necesaria para generar una energía limpia, segura y con bajas emisiones de carbono: la energía nuclear. Un kilogramo de U-235 puede liberar aproximadamente 3 millones de veces más energía de la que se genera quemando la misma cantidad de carbón.5 Pese a todas las evidencias en sentido contrario, la energía nuclear tiene mala prensa en materia de seguridad e impacto medioambiental. En parte, el culpable de ello es el crecimiento exponencial.

La noche del 25 de abril de 1986, Aleksandr Akímov fichó para iniciar su jornada en la central de energía en la que trabajaba como supervisor de turno. En un par de horas debía dar comienzo un experimento diseñado para someter a una prueba de resistencia el sistema de la bomba de enfriamiento. Cuando inició el experimento, sin duda podría perdonársele por pensar en lo afortunado que era —en un momento en que la Unión Soviética se desmoronaba y el 20% de sus ciudadanos vivían en la pobreza— por tener un trabajo estable en la central nuclear de Chernóbil.

Hacia las once de la noche, a fin de reducir la potencia de salida aproximadamente al 20% de su capacidad operativa normal debido a las necesidades de la prueba, Akímov insertó de forma remota una serie de barras de control entre las barras de combustible de uranio del núcleo del reactor. Las barras de control tenían la función de absorber algunos de los neutrones liberados por la fisión atómica, de modo que estos últimos no pudieran provocar la escisión de un número excesivo de otros átomos. Eso interrumpía el rápido crecimiento de la reacción en cadena que en una bomba nuclear se habría dejado que continuara exponencialmente sin control alguno. Sin embargo, Akímov insertó accidentalmente demasiadas barras, lo que hizo que la potencia de salida de la central cayera de manera significativa. Sabía que esto causaría lo que se conoce como envenenamiento del reactor: la creación de material que, como las barras de control, ralentizaría aún más el reactor y disminuiría su temperatura, lo que a su vez provocaría un ulterior envenenamiento y un mayor enfriamiento formando un bucle de realimentación positiva. Presa del pánico, anuló los sistemas de seguridad, puso más del 90 % de las barras de control bajo supervisión manual y las retiró del núcleo para evitar que el reactor se fuera debilitando hasta apagarse por completo.

Mientras observaba cómo subían las agujas de los instrumentos indicadores a medida que la potencia de salida iba aumentando poco a poco, el ritmo cardíaco de Akímov volvió gradualmente a la normalidad. Tras evitar la crisis, pasó a la siguiente fase de la prueba, consistente en apagar las bombas. Pero, sin que él lo supiera, los sistemas auxiliares no estaban bombeando agua refrigerante tan deprisa como deberían. Aunque en un primer momento el problema era indetectable, la disminución del flujo de agua refrigerante había evaporado parte de esta, lo que mermaba su capacidad tanto para absorber neutrones como para reducir el calor del núcleo. De modo que el incremento del calor y de la potencia de salida aumentó aún más la cantidad de agua que hervía y se evaporaba de forma instantánea, lo que a su vez posibilitó que se produjera aún más energía: otro bucle de realimentación positiva, pero mucho más letal. Las pocas barras de control que Akímov no había puesto bajo supervisión manual se reinsertaron automáticamente para frenar la mayor generación de calor, pero no bastaron. Al darse cuenta de que la potencia de salida estaba aumentando demasiado rápido, Akímov presionó el botón de apagado de emergencia, diseñado para insertar todas las barras de control y apagar el núcleo. Pero ya era demasiado tarde. Cuando las barras se sumergieron en el reactor, causaron un breve pero significativo pico de la potencia de salida que llevó al sobrecalentamiento del núcleo, lo que provocó la fractura de algunas de las barras de combustible y bloqueó la inserción adicional de barras de control. Al aumentar exponencialmente la energía calorífica, la potencia de salida se disparó hasta alcanzar más de diez veces su nivel operativo normal. El agua refrigerante se convirtió rápidamente en vapor que causó dos enormes explosiones debidas a la presión, las cuales destruyeron el núcleo y extendieron por todas partes el material radiactivo fisible.

Negándose a creer los datos que indicaban que el núcleo había explotado, Akímov transmitió información incorrecta sobre el estado del reactor, y con ello retrasó unas labores de contención de vital importancia. Tras darse cuenta por fin del alcance total de la destrucción, se puso a trabajar con su equipo, sin protección alguna, para bombear agua al reactor, ahora hecho añicos. Mientras realizaban estos trabajos, los miembros del equipo absorbieron dosis de radiación de 200 grays por hora. Habitualmente se considera que la dosis letal es del orden de los 10 grays por hora, de modo que aquellos trabajadores desprotegidos absorbieron dosis letales en menos de cinco minutos. Akímov murió dos semanas después del accidente debido a envenenamiento por radiación.

El número oficial de fallecidos a causa del desastre de Chernóbil que facilitó la Unión Soviética fue de tan solo 31, aunque algunas estimaciones, que incluyen a las personas que participaron en la posterior limpieza a gran escala de las instalaciones, dan cifras significativamente más altas. Eso sin hablar de las muertes causadas por la dispersión de material radiactivo más allá de las inmediaciones de la central. En el núcleo del reactor destrozado estalló un incendio que se prolongó durante nueve días. El fuego arrojó a la atmósfera cientos de veces más material radiactivo del que se liberó con la bomba de Hiroshima, lo que tendría consecuencias medioambientales generalizadas en casi toda Europa.6

Así, por ejemplo, el fin de semana del 2 de mayo de 1986 una lluvia anormalmente intensa azotó las tierras altas del Reino Unido. Las gotas de lluvia contenían los productos radiactivos derivados de la explosión: estroncio-90, cesio-137 y yodo131. En total, aproximadamente el 1% de la radiación liberada por el reactor de Chernóbil cayó sobre el Reino Unido. Esos radioisótopos fueron absorbidos por el suelo, incorporados a la hierba en crecimiento y luego ingeridos por las ovejas al pastar. Resultado: carne radiactiva.

El Ministerio de Agricultura impuso de inmediato restricciones a la venta y el movimiento de ovejas en las zonas afectadas, lo que acarrearía consecuencias negativas para casi 9000 granjas y más de 4 millones de ovejas. David Elwood, un criador de ovejas del distrito de los Lagos, no podía creer lo que estaba pasando. La nube que transportaba los invisibles y casi indetectables radioisótopos proyectaba ahora una larga sombra sobre su sustento. Cada vez que quería vender ovejas tenía que aislarlas y llamar a un inspector del gobierno para que verificara sus niveles de radiación. Y cada vez que venían los inspectores le decían que las restricciones solo se prolongarían otro año más o menos. Pero Elwood vivió bajo esa nube durante más de veinticinco años, hasta que las restricciones se levantaron finalmente en 2012.

Sin embargo, debería haber resultado mucho más fácil para el gobierno británico informar a Elwood y a otros agricultores de cuándo los niveles de radiación serían lo bastante seguros como para que pudieran vender libremente sus ovejas. Los niveles de radiación resultan extraordinariamente predecibles gracias al fenómeno del decaimiento exponencial.

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