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CAPÍTULO 4

Desacuerdo

Un desacuerdo tal vez sea la distancia más corta entre dos mentes.

Kahlil Gibran, 1985

BOGOTÁ

Isabella llevaba noches sin dormir bien. Se despertaba, observaba a Matías, confirmaba cuánto lo amaba y se levantaba para calmar sus pensamientos. Después de tres años juntos, estaba más enamorada de él que nunca, y la enojaba tremendamente que un tema tan difícil se interpusiera entre los dos, con posiciones tan radicalmente opuestas.

Sobre todo, porque estaba segura de que era el hombre de su vida. Pero no era menos cierto que había descubierto que ella era la mujer de su vida y que ya no haría nada que no tuviera ganas de hacer. Un empate de género en el que debía elegir entre priorizar sus deseos o acceder a los de Matías. ¿Por qué un “no quiero” y punto final no era suficiente?

La propuesta de Lucía consistía en mudarse durante tres meses a Nueva York y hacerse cargo de la dirección editorial de To be me, una revista similar a Nosotras, la publicación en la que trabajaba en Bogotá. El contenido habitual incluía temas dirigidos a la mujer actual, como moda, consejos de belleza, familia, amor, trabajo, sexualidad y prensa del corazón. Además, tenía una versión en castellano, Ser yo, dirigida a los habitantes latinos que residían en Estados Unidos. En principio, la experiencia se presentaba como una gran posibilidad en reemplazo de la actual editora, quien inicialmente estaba por tomarse tres meses de licencia por maternidad y, quizá, un año sabático.

Isabella sentía que el destino se burlaba de ella, enviando señales relacionadas con las mismas cuestiones.

Otra vez Nueva York. Recordó que cuando había aceptado casarse con Luciano, su exesposo, había rechazado una propuesta parecida. Su pasado y una culpa que ya no pesaba sobre su espalda habían sido determinantes, pero ¿qué debía hacer frente a esa segunda oportunidad? Recordó las palabras que había leído en la historia de Alicia, esas que afirman que la imaginación es la única arma en la guerra contra la realidad. ¿Estaba en guerra contra su presente?

Se dio una ducha mientras las ideas empujaban unas a otras, decidida a hablar con Matías durante el desayuno. Eran las seis de la mañana, tenía una hora hasta que él despertara. Envuelta en su bata no pudo evitar el impulso de ir a su escritorio y retomar la escritura de su columna. Hasta eso había cambiado en su vida, tenía un refugio en su propia casa, su lugar, su ambiente, allí ella “era”. Con esa idea, Matías había decorado el lugar como a ella le gustaba. Entro otros detalles, había un pequeño altar a la Virgen de Guadalupe y un cuadro con la imagen del cómic de la Mujer Maravilla que Isabella amaba. Recordó ese momento, y la felicidad de estar enamorada le pareció ajena, casi nostálgica.

–Bella, no te pierdas –se dijo en voz baja, usando su propio sobrenombre para acerarse más a sí misma.

Atrapada

Así me siento y sé que no soy la única. Estoy encerrada en una ecuación vital cuya incógnita no existe. Conozco los términos. Sé la respuesta. La siento en mí. No necesito un motivo, aunque lo tengo. Alcanza con decir que soy la dueña de mi vida y que tengo el poder sobre mi presente y mi destino. Entonces, aparece con su ingobernable sinsentido “el amor”, me atraviesa y me lastima. Define mi estado de ánimo y lloro porque después de haber superado momentos terribles, la diferencia irreconciliable parece ser lo único que hoy nos une. Escribo esta columna para todas las mujeres que, como yo, no saben qué hacer con tanto amor que se enfrenta lapidario a un conflicto, a posturas rivales, a una decisión o debo decir ¿a dos? En ese caso, ¿esto era todo? ¿Así finaliza una historia de amor, todavía amándose sin límites, solo por un imposible acuerdo? ¿Quién determina lo que debe ser? ¿Acaso ambos tenemos razón? Quiero una tregua. Irme de mí para no necesitar estar con él. Soy la última mamushka, pero la vida secuestró y amarró con una cuerda a la primera. A la grande, a la que protege a las demás. Y una a una, todas ellas, hasta llegar a la que soy, sienten la presión y el encierro, no se puede salir. Un nudo marino lo impide. Y yo estoy aparentemente entera en el aislamiento, pero más rota que nunca en la realidad que supone no ser libre. No puedo juntar mis pedazos porque no tengo la posibilidad de estrellarme contra la nada. ¿Es esta la prisión de los miedos? ¿Son estas las rejas cotidianas de los que sufren…?

Releyó. Le agradó lo que transmitía. Continuó escribiendo palabras que salían de su alma con fluidez.

Vivo uno de esos momentos en los que siento que debo conservar la calma, pero al mirarme al espejo soy testigo de que algo en mí se ha desbordado al límite impensado de pelearme conmigo, porque no es justo lo que me sucede. Tú, ¿qué ves cuando te miras? ¿Te has batido a duelo con un problema sin solución? Yo lo veo en mí, el conflicto me define. Nuestros ojos se enfrentan. Ninguno de los dos quiere ganar porque ambos sabemos que somos, un poco, el otro, y que habría frustración en cualquier triunfo. Sin embargo, así encerrados buscando una solución imposible, todo da igual. ¿Cuáles son las consecuencias de una certeza definitiva? ¿Y cuáles las de elegir no ceder? Cierro los ojos un instante para volver a encontrarme en mi imagen reflejada. No quiero perderme. Hoy no tengo respuestas solo preguntas.

Tú, ¿de qué eres capaz por amor?

Isabella López Rivera

Luego de poner su firma leyó la columna completa. Le gustó. Reflejaba su momento. Al salir de su escritorio escuchó a Matías preparando el desayuno. Fue a la cocina.

Ciao, amore mio –la saludó en italiano como a ella le gustaba.

–¡Buen día! ¿Te dije últimamente cuánto te amo? –lo amaba, lo deseaba, lo veía hermoso, era adicta a él. El conflicto no cambiaba eso; lejos de esa opción, parecía potenciar sus sentimientos.

–No. Ven aquí –respondió y la besó con dulzura–. ¿Me lo vas a decir de una vez?

–¿Qué cosa?

–No lo sé. Tú dime. No duermes bien. Escribes de mañana. Te conozco. Supongo que quieres hablar de lo que dices que nos separa y que yo sé que nos unirá.

Esas palabras alcanzaron para que Isabella se fastidiara.

–No… No quiero hablar de eso, pero es verdad que debo contarte algo. Lucía me ha recomendado para un empleo de editora general en una revista en Nueva York. Sería un reemplazo de tres meses con posibilidades de un año. Ella lo ve como una gran oportunidad de progreso y no perdería mi empleo en Nosotras –disparó sus palabras como un misil de distancia.

Matías se quedó pensando. ¿Ese plan lo incluía?

–Bueno, me alegra muchísimo por ti –dijo sin ironía–, pero ¿qué ocurrirá conmigo? Con nuestra pareja, en realidad –omitió plantear desde cuándo lo sabía, caía en abstracto en medio de tanta tensión.

–Te amo, lo sabes, pero necesito espacio y tiempo. Tal vez una separación de tres meses sea lo mejor.

–¿Qué dices? No quiero distancia entre nosotros, si deseas ir, te apoyo, pero eso nada tiene que ver con ganar espacio. ¿Es por lo que hablamos?

–Te amo –repitió– como nunca he amado antes, pero no quiero tener hijos. No imagino mi vida como madre –Isabella fue clara y rotunda. El problema estaba allí entre ambos una vez más.

–No lo imaginas porque aún quedan culpas en ti por el accidente –Matías se refería a un hecho del pasado en el que ella había atropellado con el auto a una mujer embarazada que había fallecido en el accidente. Isabella recordó el trágico episodio en el que su ex había tomado su lugar, asumiendo por ella la responsabilidad de los hechos, y la cadena de sucesos que habían ocurrido después, incluso su matrimonio. No quería que la vida la enredara nunca más.

–¡No! No es por eso. Me he liberado de esa culpa y lo sabes. Me ayudaste a hacerlo. Simplemente no quiero. Me parece bien que haya mujeres que sientan ese instinto maternal, pero no vive en mí, no lo tengo.

–No puedo entenderlo. Querías todo conmigo…

–Mi concepto de todo es mi vida contigo, pero no incluye ser madre, ¿es tan difícil de entender?

Lo que había comenzado como una mañana en pareja se había convertido en una escena más que repetía idénticas ideas con diferentes palabras.

–¿Por qué?

–Porque no lo siento. Cuando imagino mi vida dentro de algunos años, solo estamos tú y yo, viajando, siendo felices y progresando. Nadie más –era dura en su discurso, pero decía la verdad.

–¿Tienes miedo de que nuestros hijos no te permitan progresar? –preguntó intentando adivinar una razón que surgiera de sus propias palabras.

–¡No! Primero, no hay “nuestros hijos”, y en segundo lugar, debes saber que no pienso que los hijos sean un ancla. Los niños no detienen el progreso de ninguna mujer que sepa lo que quiere y se anime a ir por ello. Mi madre es un claro ejemplo de eso, y como ella muchas más. Mi motivo es que no lo deseo para mí, ¿puedes entenderlo?

–O sea, no porque no. Es hasta caprichoso –dijo Matías levantando un poco el tono de su voz, aunque sin gritar.

–Y sí porque sí ¿qué es?

–Es lo normal. Una familia.

–¿Quién dice qué es normal? ¿Una pareja no es una familia si no tiene hijos? –preguntó Isabella acentuando la idea con su tono.

Matías la miraba como si no la reconociera. En algún punto no lo hacía. Tenían todo para ser felices. ¿En qué momento había cambiado la sintonía de ese amor?

–Una pareja es una familia incompleta. Eso creo, si no pudiéramos tener hijos sería otra cuestión, pero que te niegues sin ningún motivo no tiene sentido para mí. Cuando estabas casada tuviste un atraso, ¿recuerdas? Me lo contaste porque era tu amigo, hablaste entonces de que no era el momento para un embarazo y estuve de acuerdo, ni el momento ni el hombre para ti, pero nunca me dijiste que negabas esa posibilidad. ¿Hubieras sido madre con tu ex pero no conmigo? –había dolor y duda en la expresión de su rostro.

–Es que no terminas de entender, mi motivo es mi decisión. Es mi derecho a elegir no ser madre. Es suficiente. No necesito más –tenía ganas de llorar, pero resistió–. Esta conversación es en vano, me cambiaré para ir a trabajar. Puedes usar tú el auto, prefiero caminar –agregó. Si bien ambos trabajaban para la revista Nosotras y cada uno tenía su despacho, no siempre compartían el mismo horario, además, por orden de Lucía, Matías se ocupaba de tareas fuera de la oficina.

A Isabella le molestó esa pregunta, la enfrentaba a lo que hubiera ocurrido casi con certeza, porque sometida como vivía en aquel momento, seguramente hubiera continuado con el embarazo de haberse producido. Agradeció que no hubiera sido así.

Posiciones opuestas sobre un mismo tema no deberían comprometer una relación, pero eso estaba ocurriendo. No existía mitad de camino en el conflicto que los unía porque era también el motivo que los separaba. Matías nunca había creído en la distancia o el tiempo como una variable para solucionar conflictos de pareja. Isabella creía en él, pero no era capaz de convertirse en madre en nombre del amor que sentía. ¿Era ese el principio del fin?

Las otras verdades

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