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CAPÍTULO 12

Estrellas

Cuando miras el cielo y fijas una estrella, si sientes escalofríos bajo la piel, no te abrigues, no busques calor, no es frío, es solo amor.

Frase atribuida a Kahlil Gibran,

Líbano, 1833-1931

BUENOS AIRES

María Paz ya estaba al tanto por su madre de lo ocurrido a su hermana Emilia, quien no había querido hablar del tema. Al principio, solo algunas llamadas, y días después le había pedido que se vieran al siguiente.

Cuando tenía esa alerta de sensación de angustia que era un presagio, el vértigo terminaba al momento de reconocer la causa. Sin embargo, y por muy grave que fuera lo de su hermana, la sensación de una mano que oprimía su estómago y le avisaba algo permanecía allí. Estaba segura de que se trataba de otro tema.

Pensaba en su historia. Buscar desesperadamente, insistir hasta el insomnio. Caer, levantarse, poner la otra mejilla, esperar, perder, recordar, comprender, intentar. Ir adonde no estaba y quedarse en el lugar del que había partido. Creer, viajar, sentir, volver, llorar. Todo eso a la vez, en el exacto momento en que descubría en el espejo la única realidad y la miraba a los ojos para gritarle que ya era suficiente. Seguir peleando con la memoria de las promesas y enlazar los latidos a la desesperanza. Negar, estallar, morir. Renacer como si fuera posible escapar de la soledad al sentir el agotamiento físico de no llegar a ninguna parte.

¿Cómo reconocer la señal posible cuando no escampa el sentimiento de angustia que gobierna cada espacio del corazón y cada tramo del alma?

Makena. África. Obi. Soltar. Ser feliz. ¿Cómo? Parecía que estaba encerrada entre los muros que esas personas y esas palabras significaban.

Se sentía muy nerviosa. El vértigo continuaba oprimiendo su estómago y golpeaba las puertas de su razón.

En ese momento, sonó el interno de su despacho. Su editor la llamaba y le pedía que acudiera a su oficina.

–Dime, Juan Pablo, ¿qué necesitas? –dijo María Paz una vez dentro del despacho de su jefe.

–Nada en realidad, quiero hablarte de Bogotá.

–No entiendo.

–Me pediste un viaje… –comenzó a decir.

–¡Genial! ¿Surgió alguna noticia para cubrir en Colombia? –se anticipó. Sonaba entusiasmada.

–No exactamente. Tengo una amiga que es directora editorial de una revista allí, y su mano derecha, una joven brillante, viajará a capacitarse a Nueva York y le gustaría alguien de confianza en quien delegar algunas tareas. Fue un comentario al pasar. Ella iba a buscar alguien en su país, pero yo pensé en ti de inmediato y se lo sugerí. Le pareció algo disparatado al principio, luego dijo que quiere conocerte. Pero en caso de que Lucía Juárez diera su conformidad y tú aceptaras, deberías mudar allí e instalarte, de tres meses a un año máximo. No es un viaje corto. Trabajarías para la revista Nosotras y serías corresponsal del periódico allí –una inusitada tranquilidad, ausente durante los últimos días, la invadió y lo supo. Esa era la alerta. Se trataba de ella misma. De una decisión que podía ser la respuesta a sus deseos–. ¿Quieres que organice una videoconferencia?

La intuición gritaba que sí, la razón dudaba, la palabra, desde el conflicto, se hacía inaudible. ¿Makena? ¿La escuela? ¿Su vida? Todos eran interrogantes.

–Déjame pensarlo –pudo decir al fin.

–Entiendo que necesites evaluarlo, aunque te aconsejo que tomes la entrevista para poder hablar directamente con quien sería tu editora.

María Paz lo meditó un instante. Era razonable.

–Bien, hazlo. Cuanto antes mejor –respondió guiada por su intuición.

–Lo haré.

–Gracias, más allá de lo que suceda, por tenerme presente.

Juan Pablo solo le guiñó un ojo. Le alegraba que alguien tuviera ilusiones; su momento personal distaba mucho de eso. Un divorcio conllevaba demasiados sueños rotos.


Makena estaba en el cumpleaños de una compañera del colegio, así que esa tarde, al salir de su trabajo, María Paz había acordado con su hermana Emilia pasar a verla por el Mushotoku. Necesitaba conversar con alguien y ella era la persona ideal, porque no juzgaba. Era cierto que transitaba por un mal momento, pero seguramente encontraría las palabras adecuadas para responder a todo su debate interno. Solían pensar muy diferente, pero el respeto que las unía siempre les aportaba una visión importante a sus opiniones.

Al llegar, fue directo a la mesa que solían ocupar con vista al jardín. Esperaba verla peor, que se le notara su tristeza. Sin embargo, no fue así y eso la preocupó. Lo que no se exterioriza lastima por dentro, lo sabía bien.

Se abrazaron. El silencio de las dos les puso medida a sus preocupaciones.

–¿Qué pasó, Emilia? Mamá me contó, pero no puedo creerlo. ¿Hay algo más que ella no sepa? –preguntó pensando que, quizá, su hermana habría omitido algo.

–No, María Paz, así de simple y tremendo ha sido. Me dejó. Se acabó el amor y eso es todo lo que dijo –pausa–. Perdón, dijo algunas cosas más, pero ese es el resumen.

–¿Qué más?

–Que mis planes no son los suyos, que no es feliz, que hace tiempo estamos mal…

–¿Y es verdad?

–Yo no me di cuenta; si era así, lo disimuló muy bien.

–¿Puedo preguntarte algo sin que lo tomes a mal?

–Claro.

–¿Acaso tú sola decidiste el embarazo?

–¿Te volviste loca?

–No, bueno, disculpa, pero tienes el hábito de organizar todo a tu criterio.

–No puedo negar eso, pero jamás hubiera hecho algo así. Los dos soñamos con formar una familia, y hace meses que dejé de cuidarme. Hasta este mes no había pasado nada y justo cuando logramos el embarazo… –se le caían las lágrimas.

–Tranquilízate. Quizá las cosas se arreglen cuando él se entere.

–No. Fue muy claro. Es más, entre las pocas palabras que usó destacó que era más fácil porque no había hijos.

–¿Y no le dijiste? –agregó María Paz imaginando la escena.

–Hubiera sido denigrarme más todavía, si fuera posible. Como sabes, una rubia lo esperaba en la puerta en un horario en el que se suponía yo no regresaría a la casa, y conducía su auto. Humillante por donde se mire –insistió.

–¡Qué desgraciado! Me resulta increíble viniendo de él.

–Pues así es. Créelo.

–Sé que es difícil. Lo sé mejor que nadie, quizá, pero no serás la primera mujer que tenga un bebé sola.

Emilia la miró, muy seria.

–Ese es exactamente el punto. No sé si quiero a este bebé sin mi matrimonio.

–¿Qué dices?

–Digo que he pensado en interrumpir el embarazo. No puedo conectarme con mi estado. Mi realidad no era lo planeado –María Paz se quedó callada–. ¿Me juzgas?

–Intento no hacerlo, pero…

–No lo hagas, entonces.

–No puedo ponerme en tu lugar. Makena vino a mi vida sin que lo dudara un instante. Sin embargo, como bien sabes, su padre nunca estuvo a mi lado de la manera que imaginé. Además, es infantil que no hables con Alejandro y se lo digas, tiene derecho a saber –dijo pensando que tal vez esa verdad lo hiciera reaccionar.

–Hasta aquí llegamos con tus consejos. Necesito mi espacio para decidir –Emilia puso un claro límite a la posibilidad de que su hermana opinara más allá de lo dicho. María Paz se sentía mal de solo imaginar en los hechos la idea que rondaba por la cabeza de su hermana, pero sabía perfectamente que era en vano tratar de persuadirla. Además, la vida le había enseñado que había que dejar enfriar las situaciones para poder hablar con claridad y decidir en consecuencia.

–¿Cuántas semanas de embarazo tienes?

–No lo sé. He cancelado ya dos veces la visita a Mandy –dijo con referencia a su médica–. Te repito, no avances con tu opinión. Será mi decisión cualquiera que sea.

–Entiendo. Quieres que me calle.

–No, quiero que me cuentes qué te sucede a ti. Te quiero, pero no permitiré que nadie pueda influir en mí. Solo yo sé cómo me siento.

–Está bien, no es fácil lo que me pides, se trata de tu hijo y mi sobrino o sobrina… Solo ve a la consulta. El tiempo cuenta.

–¡Basta! No le des entidad de persona. No la tiene –dijo duramente–, si no puedes evitar el tema y tus convicciones en ese sentido será mejor que no conversemos más –no agregó nada respecto de ir a la consulta médica, sabía que su hermana tenía razón.

–Perdóname, es difícil, pero lo intentaré.

–Ahora dime qué te sucede –insistió. María Paz decidió priorizar su realidad frente a la firmeza de su hermana. Si hubiera sido por ella, hablar sobre la decisión que Emilia estaba por tomar para que comprendiera era lo más importante. Se trataba de una vida, pero supo que no era el momento de insistir. Entonces, cambió de tema y le contó.

–Siento que lo único que me motiva en esta vida es mi hija. No sé si sigo enamorada de su padre o si solo es una ilusión, pero tengo muy claro que necesito un cambio. Estoy ahogándome en un vacío rutinario.

–Un cambio… ¿De qué tipo?

–No lo sé; de aire, creo. Pedí en el trabajo que se me tenga en cuenta para volver a viajar y apareció algo, solo que no es por algunos días como para recuperar el movimiento –dijo refiriéndose a una estadía breve–. Existe la posibilidad de ir a Bogotá de tres meses a un año, surgió un reemplazo en una revista. Sería una buena experiencia, algo diferente. Supongo que la idea de Juan Pablo, mi editor, tiene que ver con incluirme en la revista del periódico a mi regreso. No tengo práctica en eso –explicó lo que se le había ocurrido pensando en el tema–. Me darían vivienda y viáticos si es que me seleccionan. Tendré una entrevista virtual en breve.

–¿Y Makena?

–Vendría conmigo, por supuesto. Puedo tramitar el pase a un colegio allá. ¿Qué piensas?

–Que es una locura. Mudarte de país no cambiará las cosas, el vacío viajará contigo. No puedes exponer a la niña a cambios repentinos solo pensando en ti y…

–Usaré tus palabras: Hasta aquí llegamos con tus consejos. Necesito mi espacio para decidir –la interrumpió.

–Pero María Paz, estarías sola en otro país –Emilia intentó que su hermana reflexionara.

–Estaría con mi hija y comunicada con mami y contigo. Es tiempo de que me anime a lo que deseo.

–¿Y qué es lo que deseas? ¿Ir a Bogotá? –preguntó con ironía–. Nunca has hablado de Colombia.

–Deseo ser feliz y cambiar mi presente de manera radical.

–Radical sería, sin dudas –agregó Emilia sin pensar–. Supongo que el destino se divierte con nosotras al mismo tiempo. Te respeto, pero quisiera que no lo hagas –y allí se detuvo no por no tener más nada que decir sino por la necesidad de que María Paz no volviera al tema de su embarazo. Era un pacto tácito de límites.

–Tengo un presentimiento. Siento que me irá bien en la entrevista y que debo ir –María Paz miró la hora y se despidió de su hermana. Emilia prefirió no decir nada más frente a lo que se presentaba como una decisión completamente equivocada para ella. La acompañó hasta la puerta; ya había oscurecido. Ambas miraron el cielo al mismo tiempo sin proponérselo. Estaba lleno de estrellas, cada una fijó la mirada en una diferente y, por un instante, las recorrió el mismo escalofrío. Era posible que Kahlil Gibran tuviera razón. ¿Era amor lo que se anunciaba?

Las otras verdades

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