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CAPÍTULO 14

Libre

Soy la mujer que piensa.

Algún día mis ojos encenderán luciérnagas.

Del poema Estoy viva como fruta madura,

de Gioconda Belli

BOGOTÁ

Isabella había tomado una decisión convencida de estar haciendo lo mejor, pero se sentía mal todo el tiempo. Matías era su persona en el mundo y el hecho de tener posturas opuestas respecto de la posibilidad de tener hijos no cambiaba para nada el sentimiento que la unía a él. Desde que se había planteado el tema vivían en permanentes treguas. Podía entregarse al placer sin pensar o llamarlo para contarle cosas o simplemente mirarlo con ese amor único que su mirada sostenía como una señal. Sin embargo, era el reloj de Cenicienta pasada la medianoche cada vez que recordaba su peor diferencia. Era la caída dentro del pozo de Alicia en el país de las maravillas cada vez que confirmaba que no había salida, solo que en su situación no había tantas sorpresas en el camino; además, lo que cambiaba no era el tamaño de su cuerpo sino de sus dudas. Había releído y recordado cuánto había amado esa historia. Realizaba paralelos, quizá, porque los simbolismos le daban oxígeno para seguir. En ese momento pensó que sus argumentos no eran tan difíciles de comprender como las cartas que Lewis Carroll escribía al revés para que los lectores tuvieran que sostenerlas delante del espejo para poder descifrarlas, pero ¡parecía que sí!

¿Cómo resolvería la Mujer Maravilla su dilema? La protagonista del cómic que amaba la observaba desde la pared, pero no arrojaba respuestas. La Virgen de Guadalupe parecía querer darle tranquilidad. Era un regalo de Gina traído desde México.

Esa tarde, regresaba a su casa caminando, pero deseando no haber elegido volver sola. Entonces, lo llamó. La Isabella completamente enamorada de él ocupó su cuerpo y su espíritu, olvidando todo lo demás.

Amore, come stai? –dijo en italiano.

Sorpreso –respondió Matías.

–Entiendo que estés sorprendido. No quiero estar peleada contigo, te amo. Ven a buscarme –dijo y le indicó su ubicación–. Sé que no te gusta que viaje sola, pero te pido, por favor, que creas en mí; necesito pensar y reencontrarme conmigo para poder resolver lo que hoy nos aleja. Pero no será hoy. Hoy… solo ven por mí.

Matías también sostenía intacta la bandera de su amor por Isabella. Ella era la mujer de su vida, no tenía dudas sobre eso. Pero sí las tenía acerca de la manera de continuar. No todos los hombres podían quedarse por siempre con quien amaban, tampoco las mujeres. ¿O sí? ¿Acaso amar conllevaba ceder al extremo de renunciar a los sueños? Todo era confusión para él, menos sus sentimientos. No entendía el punto de Isabella, el no por el no mismo. No comprendía tampoco el hecho de que no hubiera en ella instinto maternal. No era un hijo lo que rechazaba, era un hijo con él. Y eso le dolía como un fuerte y permanente golpe en el alma. Por momentos, elegía pensar que su postura tenía relación con el pasado, con el accidente y la culpa por haber atropellado a esa mujer embarazada que perdió la vida junto a su bebé. Sin embargo, en el rincón más sincero de su ser, sabía que esa era simplemente la salida más esperanzadora. Isabella ya no era la mujer sumisa casada con Luciano, su exesposo. Ella era la mujer libre y segura que había decidido tomar las decisiones en su vida y vivir cada momento con plenitud. La pregunta obligada ocupó un lugar en su corazón ¿Quién era él? No estaba seguro. ¿De qué era capaz por amor? Le hubiera gustado responder que era capaz de todo pero, por segunda vez, no fue así. De inmediato y frente a la conflictiva respuesta tomó una determinación. Mientras estuvieran juntos iba a intentar hacer que el amor fuera más fuerte. Entonces, fue a buscarla. Durante el trayecto se preguntó: ¿Tener un hijo con ella era su sueño? ¿O ella era su sueño?


Luego de caricias mudas, de un diálogo entre sus cuerpos que susurraban un pedido de auxilio en favor de ese amor que sabían eterno, pero que no implicaba estar juntos por siempre, se amaron con desesperación. En los latidos de su entrega sonaba el ritmo de sus dudas, de su furia, de su desacuerdo. Y, paradójicamente, estaban haciendo lo único que podía concebir una vida entre los dos, pero Isabella tomaba sus recaudos y eso no ocurriría.

–Te extrañaba –dijo ella todavía agitada.

–Nunca me he ido de ti, cariño… Te amo.

–Lo sé, pero creo que ya no estamos tan solos y, recién pude sentir que sí.

–No te entiendo.

–No quiero hablar de ello ahora. Solo me refiero al tema que nos separa. Siento que nos acompaña.

–Yo solo quiero que estés completa, pero no es un buen momento para retomar esa charla. Ven aquí –dijo mientras acercaba su boca a los labios de ella y la besaba degustando el sabor de amarla. Ella lo dejó hacer. La pasión ganó la pulseada a las diferencias y permanecieron en la cama, sintiéndose uno hasta quedarse dormidos.

Un rato después, Isabella, abrió los ojos, de repente. ¿Completa? ¿Esa era la idea del hombre que amaba? Dejó atrás la tibieza de las sábanas, un rompecabezas se había armado en un instante urgente. Una idea la impulsó a levantarse rápido y en silencio. Necesitaba escribir. Las palabras aparecían desbocadas y ruidosas. Una imagen la invadió. Sonrió por lo paradójico del simbolismo. Imaginó que las palabras eran niños en un recreo de colegio y un timbre los llamaba a formar filas. Lo hacían de manera desordenada. ¿Acaso el timbre era el mismo que la había despertado minutos antes?

Completa.

¿Completa?

Frases hechas.

Dependencia.

Otras mujeres.

Muchas mujeres.

Sororidad.

Respeto.

Pensar.

Pensar diferente.

Instinto maternal.

¿Instinto?

Óvulos.

Egoísmo.

Mandato.

Libertad.

¿Opción?

¿Obligación?

Opción.

Deseo.

Pobre, no tuvo hijos.

¿Quién te va a cuidar?

De pronto, las ideas se ordenaron, los niños entraron al salón, pensó. Ordenó silencio a la imagen que quedó enmudecida y guardada en su mente. Estaba lista para escribir su nueva columna y lo hizo.

Incompleta

Acabo de darme cuenta de que, desde hace un tiempo, estoy cometiendo un error. Hoy tengo la necesidad de compartirlo no solo para alejarme de él y sostener la bandera de mis ideas con el orgullo con que se comparte un fundamento válido, sino porque estoy segura de que no soy la única. Las mujeres pensamos diferente unas de otras y eso está muy bien. Celebro la pluralidad de voces, pero no a todas nos va de la misma manera al momento de enfrentar una sociedad prejuiciosa o de dejar atrás mandatos encriptados en la mente de personas que no pueden comprender los cambios de paradigmas. Seré más clara: Cuando una de nosotras decide tener hijos, nadie se detiene ni opina respecto de la normalidad de esa decisión. Yo misma celebro los nacimientos y soy una tía orgullosa y feliz. Sin embargo, debo decirles que no sucede lo mismo cuando otra de nosotras dice que elige no tener hijos. En ese exacto momento la igualdad con que debemos ser tratadas desaparece y, en su lugar, ese grupo minoritario (que crece cada día, lo sé) es señalado, cuestionado y destinatario de frases hechas tales como “te vas a quedar sola”, “nunca estarás completa”, “congela tus óvulos. Te arrepentirás sino lo haces”, “se te pasará la hora”, y en el mejor de los casos, una visión generalizada: “No tiene hijos, pobre, es rara”. Y yo me lo creí por mucho tiempo. Hoy hago público mi error y comparto mis convicciones en este sentido. No me quedaré sola. No tengo nada que congelar. No me corre ningún reloj. No soy pobre y no soy rara. He dejado el “nunca estarás completa” para el final, porque eso sí es cierto. Nunca estaré completa pero no porque elijo no ser madre sino porque el motor de mi vida es “el deseo”, siempre estoy evolucionando, mis desafíos son diferentes y voy hacia algún lugar, lo cual indica que algo me falta: ¡Lo que busco en mí o afuera! Por eso la “completitud” no existe, ninguna mujer está completa jamás, aunque la maternidad la defina, porque siempre deseará mientras esté viva, algo más o distinto para ella o para los seres que ama.

He vivido la dependencia; no fue fácil soltarla. No volveré a recibirla en mí, en ninguna de sus formas, porque soy una mujer libre y amo serlo. Ese es mi instinto incompleto, el que me guía a defender mi opinión, a respetar la de mis pares y, sobre todo, a no juzgar. La maternidad no es una obligación colectiva sino una elección de cada una.

Tú, ¿eres libremente incompleta?

Isabella López Rivera

Terminó de escribir y suspiró. Se sentía más liviana porque había podido ponerle palabras a su deseo. De pronto, vivió como un presagio la sensación que le provocarían los comentarios a esa columna. Aun así, estaba decidida a publicarla en favor de cada mujer, madre o no. ¿Qué diría Lucía? ¿Y Gina, su madre? ¿Le importaba la opinión de ellas? ¿Y la pública?

Las otras verdades

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