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ОглавлениеCAPÍTULO 10
Muro
Convierte tu muro en un peldaño.
Frase atribuida a Rainer Maria Rilke,
República Checa, 1875-1926
BOGOTÁ
Matías sentía un gran vacío que afectaba su vida cotidiana. El amor que lo unía a Isabella era tan grande y fuerte que el hecho de no estar de acuerdo en algo tan importante como el proyecto familiar le dolía todo el tiempo. No podía entenderlo. Estaba seguro de que Isabella lo amaba; sin embargo, miles de dudas lo perseguían de día y le quitaban el sueño de noche.
Siempre desde diferentes lugares, la maternidad había marcado la vida de Bella y no de la mejor manera. Primero con ese accidente fatal en el que había fallecido una mujer embarazada. Complicando aún más el escenario, había aceptado que su entonces novio, Luciano, respondiera por ese hecho para protegerla. Tiempo después, había permitido que convertido en su esposo la presionara para tener un hijo. Por ese entonces, Isabella no ponía límites a su culpa y permitía lo que no era justo. En aquel tiempo, Matías era su amigo, estaba enamorado de ella, pero no se animaba a confesarlo por miedo a perderla. Recordó su indignación y sus consejos. No quería que tuviera un hijo con su esposo. Hizo una pausa en su memoria. No quería que tuviera un hijo si no lo deseaba. Le había dicho que eso era una decisión de dos. ¿En qué lugar lo ubicaban sus palabras de entonces? ¿Acaso él también la estaba presionando?
Sin pretenderlo, un diálogo del pasado se repitió en sus recuerdos:
–Intento hacerte sentir lo que es el verdadero amor. Lo que tú necesitas puede no coincidir con lo que yo deseo, pero entre ambas cosas elijo que te sientas segura.
–¿Eres real?
–Tú dime.
–No lo creo. No conozco ese modo generoso de amor.
–Pues lo que conoces no es amor. No hay modo generoso y modo egoísta. Hay amor y eso significa que el otro es lo primero en tu vida. Su felicidad es la tuya.
Ese día habían ido a tomar las fotografías de Isabella luego de saber que sus columnas irían a primera página de la revista Nosotras con su imagen. Habían hecho el amor por segunda vez y se habían mezclado en cuerpo y alma para siempre. Lo sorprendió una sonrisa al recordar. Tres años después pensaba lo mismo: Hay amor y eso significa que el otro es lo primero en tu vida. Su felicidad es la tuya. Entonces, ¿por qué Isabella no podía comprender que su felicidad era tener un hijo con ella? Ver en un niño o una niña la manera en que el amor podía crear un ser que fuera el testimonio maravilloso de vida más allá de ellos mismos. Sintió que no era esclavo de sus palabras, sino que las había interpretado al revés.
Un minuto después pensó que Isabella no tardaría en utilizarlas como argumento y que serían igual de válidas para defender su no deseo de ser madre. ¿Lo serían?
Indudablemente, el desacuerdo que él había minimizado no era pequeño y podía ser definitivo. Quizá fuera como Alicia en el país de las maravillas. Tal vez no fuera un real “sinsentido” todo lo que ella decía que los separaba. Había leído la columna de Isabella y se preguntó de qué era capaz por amor. Le hubiera gustado que la respuesta fuera “soy capaz de todo, incluso de renunciar a ser padre”, pero no lo fue.
En ese momento, sonó su celular. Era Gina, quien parecía tener un GPS para detectar cuando algo andaba mal.
–¡Hola, Matías! Bella no responde su celular. ¿Cómo están? ¿Todo está bien?
–Estaba reunida con Lucía. Sí, todo perfecto –mintió.
–Bueno, dile que me llame luego. He soñado con ella toda la noche.
–Le diré.
Matías vio la señal con claridad. Su madre la soñaba, él se cuestionaba. Nada estaba bien.
Esa tarde coincidieron en la oficina en el horario de salida y volvieron juntos en el auto hablando de temas triviales. Lo que no se decía ocupaba cada vez más espacio entre los dos.
De pronto, ella tomó una decisión. Le dolía su amor por todas partes porque conocía el lugar al que los llevarían sus palabras. La verdad tomó protagonismo.
–Me voy.
Matías se quedó mudo y detuvo el vehículo.
–¿Qué dices? –preguntó mirándola a los ojos.
–He aceptado la propuesta de Lucía. Creo que es lo mejor en este momento.
Matías sentía avanzar su enojo e impotencia. Aceleró y sin decir una palabra llegaron a la casa. Isabella intentaba calmarse para poder hablar sin discutir.
–¿No vas a decir nada? –había preguntado ya en la sala.
–Buen viaje –respondió él con ironía.
–¡Te desconozco! –gritó Isabella conteniendo las lágrimas.
–Estamos igual.
De pronto, un muro helado los separaba. Los dos tenían ganas de pelear, de decir cosas sin pensar, de gritar sus motivos y su rabia por darse cuenta de que el gran amor del inicio ya no se manifestaba de la misma manera, aunque seguía creciendo.
–Toda esta indiferencia es porque no quiero ser madre, ¿verdad?
–Tu viaje es porque quiero tener un hijo contigo, ¿verdad? –cuestionó Matías casi con sus mismas palabras, pero desde su deseo.
–¡No! Es porque ya rechacé una oportunidad de ir a Nueva York a trabajar y no volveré a hacerlo.
–Mientes.
–Nunca te he mentido, por eso estamos discutiendo.
–Mientes, porque si fuera por trabajo querrías que viaje contigo y, claramente, no me incluyes en tus planes. Tu amor no es suficiente para comprender y compartir lo que me haría feliz.
–Y el tuyo no alcanza para comprender que eso que tú quieres me haría infeliz. ¿Por qué no entiendes? A las mujeres que deciden ser madres nadie las cuestiona. Sin embargo, tú me señalas como lo hará la mayoría cuando se entere.
–Y eso ¿qué te dice?
–Que no es justo.
–No. Debería decirte que es lo normal, la familia lo es todo. Los hijos son un sueño a cumplir cuando se ama como yo te amo.
–Mi familia eres tú. Deberías enterarte de que existe la posibilidad de familia sin hijos y lo es todo también. No te amo menos por eso.
–Bella, por favor. Debemos resolver esto juntos, iré contigo a Nueva York, sé que Lucía puede intervenir y puedo trabajar allá un tiempo. Te amo –dijo y se acercó. Intentaba bajar el nivel de conflicto.
Isabella contenía las lágrimas. Lo besó sin pensar. Por un instante, ambos sintieron el amor que los unía.
–Perdóname, pero quiero ir sola –respondió.
Matías sintió una puntada en el alma.
–Necesito aire –dijo para salir de allí y que ella no lo viera llorar.
Después de haber dicho lo que pensaban, ¿volverían progresivamente a ser lo que ya no eran? ¿Era ese el motivo por el que muchas historias de amor en los libros o en el cine terminan con la pareja unida y feliz y no dan cuenta del después?
Luego de haber sostenido irónicas verdades entre guerras y milagros, la pregunta es: ¿Hay siempre un después del después o ese momento solo conjuga finales?