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capítulo 11

Energía

El secreto de la salud física y mental

no es llorar por el pasado, preocuparse

por el futuro o anticipar problemas,

sino vivir el momento presente con sabiduría y seriedad.

Buda

Bernarda llegó a casa de Nelly, su amiga. Solían reunirse con un grupo para jugar a la generala y después, cuando el resto se iba, ellas cenaban juntas y hablaban de cosas que no querían que las demás escucharan. La cuestión no era que las otras mujeres no fueran confiables, sino que algunas eran del tipo “en mi familia todos son perfectos” y eso ambas sabían que no era cierto. No existían ni hijos, ni nietos, ni esposos perfectos. Mucho menos nueras y yernos. Lo que sí resultaba verdad era que esas mujeres mostraban la realidad que les gustaría. Bernarda y Nelly, cuyas familias estaban bastante lejos de la perfección, se agotaban de escucharlas. A veces se preguntaban por qué continuaban reuniéndose. Suponían que porque, a su modo, las querían. La vejez también enseñaba a aceptar y comprender para vencer la soledad.

Esa noche cuando se quedaron solas, la conversación tomó el color de la honestidad que compartían.

–¿Tú les crees? –dijo Bernarda.

–¿Qué parte?

–Que sus hijos son magníficos, que se llevan bien entre ellos. Que sus nueras y yernos las aman. No sé… mi familia no es ejemplo de nada. Mi hija, Renata, que en paz descanse, murió y no fue la mejor. Pobre hija. Mi Elinita es una sobreviviente, llena mi vida y es un sol, pero es desordenada. Sigue soltera y aunque tiene una profesión y treinta años, vive conmigo. No es de las que se detienen en lujos, o marcas o logros materiales…

–Bernarda, querida… Yo, que ahora de vieja aprendí “las otras verdades” justamente intentando comprender por qué tengo una hija que decidió ser monja y un hijo que se casó con una cretina que lo domina a su antojo, puedo asegurarte que no les creo. Sin embargo, es una rara paradoja, estoy segura de que no dicen la verdad, pero también creo que no saben que mienten. Ellas se convencen de que todas las relaciones familiares funcionan y de que sus hijos son exitosos porque inconscientemente saben que no son capaces de hacerse cargo de las cosas tal y como son.

–¿Por qué?

–Porque los hijos que tenemos, en buena medida, son la consecuencia de las madres que hemos sido. Eso creo.

–Pero ellos toman sus propias decisiones. Yo nunca acepté que Renata fuera así con Elina, nunca lo entendí.

–Es cierto, pero tampoco te impusiste.

–No podía. No fui capaz, era mi hija. Temí que se alejara. En vez de eso, decidí ser para mi nieta todo lo que ella le negaba.

–No te juzgo. No estamos aquí para juzgar, por eso continuamos reuniéndonos a jugar a los dados, porque nos queremos, cada una es quien es y hace lo que puede. ¡Tú y yo estamos más evolucionadas!

–Nelly, estoy muy preocupada. Elinita tiene un síndrome –dijo y extrajo un papel de su bolso–. Sjögren. Debo leerlo porque no retengo el nombre. Es autoinmune. No genera saliva normalmente, debe hidratarse de manera continua, está cansada, le duele el cuerpo y los ojos. Es posible que no pueda volver a llorar… ¿Imaginas eso?

–¿Autoinmune? Eso sí que es muy simbólico. Ella misma lo provoca… –reflexionó.

–¿Qué piensas?

–Hay que leer sobre eso, buscar el origen emocional, pero interpreto que hay algo que no se perdona y por eso, desde su inconsciente, se castiga y el cuerpo se ha enfermado. Es muy fuerte que no pueda llorar o que le sea difícil. Según cómo lo analices, alguien que no puede llorar estaría obligado al dolor encerrado –dijo y siguió–: o a ser feliz irremediablemente y de una vez por todas. Creo que ese es el caso de Elinita.

–Me das tranquilidad. Tal vez me estés diciendo pura palabrería, pero elijo creerte. ¡Tanto curso no puede ser en vano!

–Es en serio, Bernarda. El cuerpo no es solo cuerpo. Es energía, y concebirlo desde ese concepto hace que muchas enfermedades puedan mejorar desde un trabajo energético. Este tipo de tratamiento reconstruye poco a poco la salud. Hace de la sanación un viaje en el que el protagonista es siempre la propia persona y la salud no se limita al cuerpo físico, sino que abarca también otros aspectos ambientales, emocionales, mentales y espirituales.

–No entiendo bien.

–La medicina energética y las tecnologías que utiliza ayudan a entender que el ser humano no es solo una máquina biológica, sino una entidad que se expresa en un cuerpo físico, en una estructura emocional y mental, y que goza de una consciencia que le permite elegir. Desde que aprendí eso, vivo mejor. Tú lo sabes.

–Es cierto. Ya no te quejas de dolores y hasta te veo más alegre.

–Encontré el equilibrio. Es eso. ¿Qué estás pensando?

–En encontrar el mío y en qué es lo que Elina no se perdona, si ella ha sido víctima de Renata siempre… Según lo que acabas de decir, es su propia energía la que la enfermó.

–Sí, eso creo. No sé qué es lo que no puede perdonarse, tal vez esté cargando culpas que no debería. Pero verás que algo hay. Y tú… ¿Cuándo vas a perdonar a Renata y dejarla ir?

–Ya la perdoné, lo que no puedo hacer es comprenderla. Se ha ido hace años.

–No de ti.

–Es mi hija.

–Merece ser un espíritu libre, también. Ya te lo he dicho.

Renata había rechazado a Elina desde antes de conocerla. Ese embarazo no había sido deseado. Aunque jamás había confesado la razón. Nunca había dicho quién era el padre de la niña, por eso llevaba el apellido de ella.

Bernarda se lo había preguntado directamente pero solo un “no es asunto tuyo” había sido la respuesta. Era posible que la noticia del embarazo la hubiera impulsado a viajar, porque su partida había sido inesperada y por poco tiempo. O, por el contrario, también podría haber quedado embarazada estando de viaje en Europa, por las fechas. Nada sabía Ita con certeza, solo suposiciones. Renata era muy reservada, y si bien era evidente por sus actitudes que salía con alguien en Montevideo, nadie sabía con quién. Había sido una joven muy hermética, apegada a la estética y a su trabajo. Cuando Elina había nacido estaba por recibir su título de abogada y trabajaba en un estudio jurídico. Le gustaba estar siempre arreglada, las buenas marcas y era ambiciosa. Tenía una figura de modelo y cuidaba su cuerpo. El opuesto de su hija.

Elina, cuando era pequeña, tenía algunos kilos de más y el pelo con rizos que se erizaban. No le gustaba comprarse ropa y anunciaba su perfil bohemio y relajado. Sin embargo, no era posible que esa fuera la razón del rechazo materno. Era una niña dulce y hermosa. ¿Qué madre podía negarle su amor?

–Nelly, ¿qué puedo hacer para ayudar a Elina?

–No tengo todas las respuestas, pero siento que debes perdonar a Renata, primero. Encontrar tu propia paz y equilibrio.

–¡Ya lo hice!

–No. Sigues pensando que no la entiendes. Debes tratar de comprender qué sucedió para poder perdonarla en serio. Y no juzgarla.

–¿En el incendio?

–Desde que quedó embarazada. Y sí, ese incendio… Debemos averiguar detalles.

–¿Para qué?

–Elina ha generado una enfermedad autoinmune. En algún momento de su vida se originó la causa. ¿Confías en mí?

–No tengo más remedio –respondió con humor.

–Tenemos tiempo. Yo voy a ayudarte. Tú trata de hablar con Elina, que te cuente. Que te hable de Renata y veremos qué pasa.

Bernarda se fue de la casa de su amiga con demasiada información. ¿Acaso esas “otras verdades” de Nelly podían desenredar el nudo de emociones, preocupación y preguntas que cada día se le venían encima con más fuerza?

Antes de subir al taxi, elevó una mirada al cielo y le pidió a su hija que ayudara a Elina.

Ecos del fuego

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