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capítulo 15

Consecuencia

Eres libre de tomar tus decisiones,

pero prisionero de sus consecuencias.

Pablo Neruda

Mayo de 2019. Montevideo, Uruguay.

Lisandro despertó con el sonido de su celular vibrando que indicaba una llamada. Miró la pantalla. Era Julieta Weber, su paciente, pero era pasada la medianoche. Se incorporó en la cama y atendió.

–Hola, Li… Perdón por llamarte tan tarde pero no sé qué hacer –dijo la joven. Sonaba muy acongojada–. Algo horrible sucedió.

–Tranquilízate. ¿Dónde estás?

–En mi casa.

–Bien –respondió. Primero debía averiguar que estuviera segura. Sin duda el problema era con su madre–. Ahora cuéntame.

–Bueno. Yo salí con mi novio y después de tomar una cerveza fuimos a un hotel. En realidad, fui yo la que insistió porque quería saber cómo era –aclaró–. Siempre dormimos en su casa. ¿Estás ahí? –preguntó.

–Sí, te estoy escuchando. ¿Qué sucedió?

–Bueno, supongo que conoces esos lugares. Llegamos y Fran dejó el auto en el estacionamiento. Todo estuvo perfecto hasta que salimos de la habitación –dijo y se puso a llorar al recordar.

Lisandro imaginó algo parecido a lo que después escuchó.

–Deja de llorar y continúa.

–Un hombre salía de la habitación de al lado justo en el mismo momento, yo miré para abajo porque me dio vergüenza y, entonces, vi el calzado de la mujer que lo acompañaba. Eran las botas floreadas que mamá compró en España. Me quedé sin aire y levanté la vista… Imagina el resto.

–¿Qué hiciste?

–Le dije que era una basura y corrí al auto. Franco me siguió y me trajo a casa. Quería que me quede con él, pero yo estoy furiosa y quiero contarle a papá. ¿Qué hago?

–Escúchame bien. Esto es lo que harás: quiero que llames a Franco y le pidas que te pase a buscar. Ve a dormir a su casa. ¿Tu papá está despierto?

–No.

–Mándale un texto para que no se preocupe al despertar. Luego, nos veremos en la consulta y decidiremos juntos cómo continuar. Si antes de eso me necesitas, puedes llamarme, pero evita confrontar hasta que podamos analizar qué es lo más sano para ti.

–La hija de puta no para de llamarme. No la he atendido.

–No lo hagas. Llama a tu novio y avísame si puede ir por ti.

Minutos después, Julieta volvió a llamarlo.

–Mamá acaba de entrar a la casa. Fran está viniendo. ¿Qué hago? No quiero verla.

–Irá a tu habitación. Dile que por ahora no hablarás con ella y que esta noche no dormirás allí.

–No cortes.

–No lo haré. Si hay problemas la comunicas conmigo.

–Espera… Fue directo a su dormitorio –un mensaje le indicaba que su novio estaba afuera–. Fran llegó –le avisó.

–Okey. Sal de la casa y procura descansar. No hagas nada hasta que hablemos y si hay dificultades vuelves a llamarme. ¿Está bien?

–Sí… Gracias.

–Tranquila. No me agradezcas, hiciste bien en llamar.

Lisandro se quedó despierto pensando en la situación. Fue a la habitación de Dylan y lo vio descansar. Batman a su lado dormía también. Recordó a Elina por asociación. Su gato ya no era solo su mascota. Sonrió. ¿Volvería a encontrarla?

Arropó al niño, lo besó. Acarició al animalito que ronroneó. Desvelado se fue a la cocina por un café.

Dejó el teléfono sobre la encimera y encendió la cafetera eléctrica. Entonces, su celular volvió a vibrar. Miró la pantalla esperando que fuera Julieta otra vez, pero no, para su sorpresa era su amigo Juan. Atendió de inmediato, no era habitual que lo llamara tan tarde.

–Juan, ¿qué pasa? –preguntó preocupado.

–A mí nada, directamente, pero necesito un consejo.

–¿A esta hora? No sigues los que te doy de día… ¿Por qué lo harías de madrugada? –reprochó con humor.

–Es cierto –ambos rieron–. En serio.

–Estoy preparando café… si quieres venir.

–¿Café? Bueno, voy, pero prefiero un whisky.

Unos minutos después, estaban juntos conversando y Juan fue al punto sin rodeos.

–¿Qué le aconsejarías a una mujer que tiene un amante y acaba de ser descubierta por su hija adolescente en un hotel alojamiento?

Lisandro casi escupe el café.

–Dime que el amante no eres tú –suplicó.

Silencio.

–¡Por Dios, Juan! ¿Sales con Mercedes Weber? –preguntó casi sin dudas. No podía ser coincidencia un hecho parecido en la misma noche. Conociendo a su amigo y a la madre de Julieta, ambos perfiles cerraban.

–¿La conoces?

–Soy el terapeuta de su hija y estoy despierto porque acaba de llamarme para contarme lo que pasó.

–¡No puede ser! Bueno, mejor que seas tú. ¿Qué te dijo?

–¿Mejor que sea yo? ¿Qué parte de que es mi paciente y la respeto como tal, no comprendes? –estaba enojado.

–Sabías que salía con una mujer casada. Nunca te dije el nombre porque no lo preguntaste –se excusó–. Yo no sabía que atendías a su hija.

–¿Qué dijo Mercedes? –preguntó solo pensando en el modo de ayudar a Julieta. Los adultos involucrados apestaban en ese momento.

–Se puso muy mal. Comenzó a llamarla, pero la chica no le respondió. Tiene miedo de que le cuente al padre. Lloraba. Qué se yo, un lío.

–¿Lo único que le preocupa es que Julieta le cuente al padre? –preguntó indignado.

–No. Es buena mujer. Solo está aburrida en su matrimonio, pero a su hija la quiere. La verdad, un desastre. Me gusta acostarme con ella, pero imagínate que lo último que yo quiero son problemas. Para eso tengo los míos.

–¿Entonces?

–Entonces nada. Estoy pensando en abrirme, correrme, aunque ella me guste mucho –dijo–. Encima tú en el medio.

–A ver si nos ordenamos un poco. Yo no estoy en el medio de nada. Tú solo la estabas pasando bien y Mercedes también. Ninguno de los dos pensó en las consecuencias.

–No es mi hija. Yo no debí pensar en ella.

–Tampoco pensaste en la tuya. ¿Qué harías si María hiciera lo mismo y Antonia la descubriera?

–¡La mato!

–Además, tú me dijiste que te estabas “involucrando más de lo deseado” –lo citó textual.

–Sí, pero no te dije que puedo dejar de hacerlo con la misma facilidad, creo.

Lisandro estaba furioso. Los vínculos no debían destruirse así, sin más, en ningún rol.

–Es hora de que pienses que en esta vida todo vuelve. Lo mejor que puedes hacer es madurar un poco. Hoy por hoy no sabes quién es quién. Ni los riesgos que corres.

–No te entiendo.

–Si tú estuvieras casado, una adolescente llega a tu esposa por medio de las redes en un minuto. De hecho, Julieta podría hacer que su padre se entere sin hablar con él, o contarle a Antonia, no lo sé… –le daba náuseas pensar las variables posibles.

–Por favor, cállate. Me pones nervioso. Dime qué debería hacer Mercedes –pidió–. Eso también ayudará a tu paciente.

–En primer lugar, no le dirás que eres mi amigo. Mucho menos que viniste aquí y que su hija me llamó. ¿Entiendes que el secreto profesional está en juego? Tú eres psicólogo también.

–Sí, por supuesto.

–¿Por qué me preguntas a mí que debería hacer ella? ¿Qué aconsejarías tú?

–Soy parte. No puedo aconsejarla. En otro caso le diría que blanquee su situación y que considere un divorcio, pero no por mí, sino por ella. No es feliz. Sin embargo, sé que si le digo eso pensará que tiene un futuro conmigo, y no es así. No quiero problemas. Como te dije, para eso tengo los míos.

–Lo mejor que puedes hacer es alejarte. Si ya lo tienes decidido, si no hay futuro con ella, déjala. De ser posible, ella misma debería enmendar su error.

–¿Qué le dirás a la hija?

–No lo sé. Debo escucharla primero y ver cómo se desarrolla todo el cuadro familiar.

–Lo siento. Por la chica, digo. Nunca pensé que podía ocurrir una cosa así.

–Esto recién comienza. Tu responsabilidad no es con la familia Weber, sino contigo y lo que haces. Deberías pensar más, no poner en crisis tus valores, porque los tienes –dijo–. O los tenías –agregó.

Siguieron conversando hasta la madrugada. Mercedes no se comunicó y Julieta tampoco.

Las causas de las acciones de las personas suelen ser más complejas y variadas que las explicaciones posteriores. Por la mañana, la culpa había hecho su trabajo y Juan le envió un texto a su ex.

JUAN:

María, ¿podemos encontrarnos para hablar?

Solo quiero que tú y Antonia estén bien.

MARÍA:

Habla con mi abogado.

Lisandro amaneció sin poder dar crédito a lo sucedido. Agradeció la relación que lo unía a Melisa.

Ecos del fuego

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