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Prólogo

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Ser diferente y capaz de desafiar los límites para vivir con las consecuencias.

Sentir que falta algo y no saber qué es.

Convivir con la sensación de capítulos en blanco en mi historia.

Intentar a diario ponerle palabras al silencio para que otros puedan comprender lo que yo misma, a veces, no entiendo.

Mirar el mundo y no poder evitar sentir que no sé quién soy ni adónde pertenezco.

Recordar mi niñez y las lágrimas derramadas. Verme pequeña con mis kilos de más y mi pelo erizado. Mi madre, lejos. Siempre cerca de rechazarme y a gran distancia de un abrazo. Yo era un pequeño ángel. ¡Tan solitario y anónimo! Solo mi abuela me amaba por quien yo era. Como ahora.

Tolerar, desde entonces, la injusticia que amenaza la vida en forma constante y actuar en favor de revertirla. No sucumbir ante lo inevitable. Sufrir y romperme en el trayecto. Juntar las piezas de mi ser. Volver a comenzar. Reconstruirme.

Perder la capacidad de llorar. Vivir ahogada en lágrimas que no son ni de emoción, ni de angustia, ni de felicidad. No ser capaz de exteriorizar mi sensibilidad como el resto de las personas y saber que hacerlo es la esencia de mi corazón cansado de latir al ritmo de lo que le es negado sin razón. Buscar otro modo. Aceptar mi vida.

Encontrar a alguien que entienda los colores de mi silencio y pueda ver a través de mis ojos quién soy.

Ser testigo de la manera en que avanza mi oponente. ¿Es mi adversario? ¿Soy víctima de mi pasado y mis decisiones? ¿O acaso es mi destino que me enfrenta a lo mejor y a lo peor de mí para transformarme en una mujer más fuerte? ¿Es mi culpa? ¿Podemos cambiar lo irreversible? Creer que sí es mi respuesta.

Alguna vez, todos hemos estado convencidos de que nada tiene sentido en el exacto momento en que el presente no es bienvenido. Querer huir de su escenario por ausencia, por dolor, por amor, por vacío, por presiones.

Enredarnos por la noche atosigados por un problema que parece tan grave y urgente que nos mantiene despiertos, y luego pierde esa gran importancia al amanecer.

Querer escapar de uno mismo, por tristeza, porque rendirse es la mejor opción, cuando en verdad la respuesta es resistir y dar batalla, porque todo lo que necesitamos para ser felices está esperando la oportunidad de mostrar que nada es lo que parece y que, allí donde vemos oscuridad, hay también siempre una estrella junto a la luna que ilumina la noche de los sueños cansados pero vivos.

Mi nombre es Elina Fablet y esta es mi historia. Decidí contarla el 16 de abril de 2019, día en que se incendió parte de la Catedral de Notre Dame y, con ella, el arte lloró una jornada de angustia y llamas. La misma noche en que los recuerdos no me entraban en la memoria y mi cuerpo parecía estallar. Entonces, comencé a pintar el cuadro que revelaría las respuestas que le faltaban a mi vida, guiada por los ecos del fuego.

Ecos del fuego

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