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Black Hole Sun1

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Un globo pálido en la borrosa oscuridad. No. No es eso. Es la luz de la luna que le apunta directamente al cráneo. Como un taladro. Lobos mecánicos que aúllan en la noche.

Joder.

Me cago en todo.

Ay.

Billie abre los ojos. No es un globo pálido ni la luna. Un foco con un halo nebuloso. Demasiado brillante. Aúllan las alarmas, no los lobos. Eh, ¿alguien puede apagarlo? Mueve los labios para formar las palabras, pero no se oye hablar a sí misma. Demasiado ruido. Se levanta del hormigón. No es el lugar ideal para echarse una siesta. No sería la primera vez que se queda grogui. Pero no se ha emborrachado hasta perder el conocimiento desde hace… ¿Cuándo fue la última vez? Barcelona, con Rafael y los demás, todos como cubas, ni siquiera recordaba haber visto tocar a Nick Cave. ¿Qué tomaron? No puede pensar con tanto ruido. ¿Es que nadie va a obligar a los putos lobos a callarse?

Sentarse es más difícil de lo que pensaba. Quizá siga borracha. Jodeeer, la cabeza. Peor que una resaca. ¿Qué coño tomaron? Se toca la nuca, donde le duele. Mojada.

Algo suelto y mojado.

Le suben la bilis y la oscuridad a la vez. Vomita una papilla caliente y agria en el hormigón. Podría ser una canción de Nick Cave: The Bile & The Darkness.

No sucumbirá al sol de este agujero negro. No, eso es de otra persona, de otra banda. ¿Soundgarden? La letra no es así.

Y se va a levantar.

Y no va a volver a tocarse la cabeza, donde los nervios protestan a gritos.

Pero lo hace. No puede evitarlo.

El suelo corre a recibirla, confabulado con la oscuridad. Eh, eso no es justo. Trabajo en equipo no vale. Cae de rodillas y se las araña a través de los vaqueros. Se frena. Afianza la postura. Apoya las manos. A cuatro patas. ¡Porque están a punto de darte por culo!

Levántate, vacaburra. Zorra estúpida. Levanta. Nota algo caliente en la espalda que le empapa la camiseta. Va a dejar mancha. Las alarmas siguen sonando.

No está en Barcelona. Es el sitio… en el que está Cole. Cómo se llama. Asfixia. El refugio multimillonario en el viñedo. Está en el taller mecánico. Entre los coches. Hay una llave de rueda tirada en el suelo, sobre una mancha oscura de sangre. Como los charcos de muestras de productos cosméticos en las páginas de belleza de una revista. El esmalte de uñas más sexi de esta temporada: Rojo Cabeza Reventada. ¿Y dónde está Cole? Se ha ido. Se ha ido con Miles. En su coche de huida. Después de planificarlo todo con tanto cuidado. Había sido idea suya, sus recursos. Ella había ido a buscarlos. Había tenido que solicitar permiso al gobierno de Estados Unidos para reunirse con su hermana y su sobrino como parte del programa Reencuentro y Reunificación, «Unimos familias». ¿Y ahora? Dada por muerta. Abandonada a los gusanos.

Billie apoya la espalda en la pared. Sigue sin levantarse. No debería estar de pie para lo que va a hacer. Podría volver a caerse. Mete la barbilla. Un nuevo hilo de sangre le cae por un lado del cuello. Aprieta los dientes. Se palpa el borde carnoso del trozo de cuero cabelludo suelto. Con cuidado. Duele como la madre que lo parió. Se le revuelve el estómago. Se le nubla la vista. Se le escapa un gemido. Como si respondiera a las sirenas. Resiste y espera a que se le pasen las náuseas, los soles del agujero negro.

Otro gemido. Autocompasión animal. Mechones de pelo. Fragmentos afilados en las puntas de los dedos. Se lleva la mano a la cara para mirarla. Pequeños pozos negros en la sangre de los dedos, que es de un rojo sorprendente. Gravilla. No fragmentos de hueso. No tiene el cráneo fracturado. No está tan mal. Aunque tampoco está bien.

Vale. Levanta. Ponte en movimiento. Vendrán a ver qué ha pasado. Pero la gravedad está en su contra. Únete al club, piensa. Está furiosa con Cole. Es una traición nivel tragedia griega. Las sirenas son su propio coro que aúlla su indignación y su tristeza.

Está de pie. Temblorosa, pero de pie. Que te jodan, gravedad. ¿Cuánto tiempo lleva inconsciente? Minutos. Cree que minutos. Se apoya en un Bentley para conservar el equilibrio. No hay llaves en el contacto. Todas las llaves están guardadas en el edificio principal. En parte, así mantienen a los habitantes «a salvo». Por esa misma razón, todos los coches tienen cambio manual, otra medida de seguridad, porque dan por sentado que los reclusos no saben conducir con marchas. Para ser justos, es posible que los estadounidenses no sepan, pero los sudafricanos sí.

A la débil luz de la luna, el complejo es una extensión sin ventanas, sólida y fortificada. Confinada. Ante cualquier amenaza en potencia, se bajan de golpe las persianas de seguridad, de pesado acero. Ha visto los simulacros, dos veces ya desde que llegó hace dos meses y medio, aunque normalmente los ve desde dentro. Impenetrable, a prueba de balas, a prueba de golpes, hermético. En caso de ataque terrorista, como sucedió en Singapur. No, en Malasia. Y en Polonia, ¿no? Bombas para matar a los últimos hombres. Varios sucesos activaban las persianas, por ejemplo, que alguien atravesara las vallas. Evitaban que entraran los intrusos. No iban tan bien para evitar que la gente saliera.

Pero el coche. El Ladida. No, se equivoca. Lada. Ataraxia, no Asfixia. Cole se llevó el puto coche. Después de todo el esfuerzo para que pareciera un cacharro inservible y roto. El caballo de Troya como vehículo de huida. Estaba impresionada con la duplicidad de su hermana y sus nuevos conocimientos mecánicos. Se pierde la tapa del distribuidor, se desconecta la manguera de combustible. No hacen falta llaves si uno sabe hacer un puente. Cualquiera podría haberse dado cuenta, de haber mirado. Pero no lo hicieron. Aunque ahora lo harán. Todo para nada.

Tiene que haber otra salida. Podría andar. Simplemente, atravesar a pie el agujero que Cole habrá abierto en la valla, según el plan. Su plan. Elaborado con todo el cuidado del mundo. El todoterreno blanco que los esperaba en el aparcamiento del centro comercial para cambiar de coche, como profesionales. La señora Amato se va a cabrear un montón. Después de todo lo invertido. De todas las molestias que se había tomado (además del tiempo y el dinero) para meter ahí a Billie y prepararlo todo para sacarlos. El gran robo del niño de 2023. Todo para una puta mierda. Que te den, Cole, a ti y a tus estupideces mojigatas y cortas de vista.

Las alarmas siguen sonando; le pitan los oídos. Y un coche se acerca por el camino. Ve los faros. Entorna los ojos para protegerse de la luz. No es su hermana. A no ser que Cole haya secuestrado uno de los coches patrulla con sus focos azules intermitentes en el techo.

Se inclina para coger la llave de rueda y la sostiene baja, pegada al costado, cuando el vehículo de seguridad se le acerca. Se deja caer al suelo, pegada a la pared, con mucho drama. Con sinceridad. No sabe bien si será capaz de levantarse de nuevo. La sangre le cae por la nuca, por el brazo. Plop. Plop. Plop.

El coche aparca a su lado. Largos segundos hasta que la conductora toma una decisión. Deprisa, piensa, que aquí hay una mujer desangrándose. Entonces, la guardia sale y deja la puerta abierta y la luz del interior encendida, de modo que Billie ve que tiene la pistola bajada pero cogida con ambas manos y la boca abierta como un pez. Es una de las jóvenes. Conoce a todas las guardias por su nombre, hasta les ha hecho galletas, joder. No es un eufemismo. Es algo que aprendió siendo chef de gente absurdamente rica: se pueden comprar muchas cosas con carbohidratos y azúcar. También información: a qué hora termina el turno de la gente, por ejemplo, las rutas de las patrullas y los horarios… Todo lo esencial para planear la huida del paraíso. Con esta ha compartido cigarrillos. Marcy o Macy o Michaela o algo así. ¿Por qué no le salen bien las palabras?

—Oh, Dios mío —dice Marcy/Macy/Michaela—. Billie. Billie, ¿qué ha pasado? Estás sangrando.

Si a Cole le funcionó…, piensa, y levanta la llave con todas sus fuerzas para dejarla caer sobre las muñecas de Marcy/Macy/Michaela. La chica grita de dolor. La pistola resbala por el hormigón y acaba bajo algún coche. No ve dónde coño se ha metido.

Marcy/Macy/Michaela se sujeta la muñeca contra el pecho y solloza, tanto de indignación como de dolor.

—Me has roto el brazo.

—Cierra la boca —dice Billie—. Cierra la puta boca. —Le queda la fuerza suficiente para buscar la pistola o meterse en el coche, no las dos cosas. Decide tirarse un farol—. Tengo tu pistola. Te pegaré un tiro. Cierra la puta boca. Túmbate en el suelo. Las manos detrás de la cabeza. ¡Ahora!

—Me has roto el brazo. ¿Por qué me has roto el brazo?

—Te he dicho que ahora, zorra. Abajo. Las manos tras la cabeza.

Un nuevo mareo. Pérdida de sangre. Necesita un hospital. Necesita salir de ahí.

Marcy/Macy/Michaela llora con más ganas mientras se tumba en el suelo. Dice algo ininteligible entre los sollozos. Billie no quiere más ruido, joder.

—Que te calles o te disparo, zorra.

Pero no es su rollo. Negocios turbios, planificación de operaciones, suministrar mercancías exclusivas a personas dispuestas a pagar por ellas, todo eso sí, ¿qué tiene de malo? Pero no es una asesina, aunque en esos momentos le gustaría hacer una excepción con la puta zorra de su hermana por haberlo arruinado todo. Todo.

—¡Detrás de la cabeza! —chilla.

—¡Lo estoy haciendo! —gime la mujer mientras obedece. O lo intenta. Está claro que tiene un brazo roto. Aunque lo estaba pidiendo a gritos.

Billie se deja caer en el asiento del conductor. Las llaves están puestas. El motor está encendido. El volante está en el lado contrario del puto coche. Joder. Putos estadounidenses. ¿Por qué coño conducen en el lado equivocado del coche, en el lado equivocado de la carretera? Puto imperialismo. Imperialistas. Ja.

El cambio de marchas se atasca, chirrido agudo. Embrague. Pisa el embrague. ¿Recuerdas? Ponlo marcha atrás. El coche da un salto tan brusco que pisa a fondo el freno. La cabeza le da una sacudida. Náuseas y esa sensación de que todo se le cae encima. Visión de túnel. O que se queda sin opciones. Primera. Más chirridos.

—No levantes la puta cabeza —chilla por la ventanilla a Marcy/Macy/Michaela, que está estirando el cuello para mirar—. O te disparo.

Entonces, entra la marcha y se aleja; lo está haciendo, está escapando. El coche roza la pared, pero a Billie no le importa porque es libre.

Afterland

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