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Desigualdad e inequidad

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La desigualdad económica nos preocupa cuando pensamos que es injusta, cuando es signo de inequidad. Pero ciertamente no toda desigualdad es inequitativa. Aunque etimológicamente las dos palabras provengan del latino Aequitas, la diosa del comercio justo y de los comerciantes honestos en la mitología romana, desigualdad e inequidad no son sinónimos.

Desigualdad es un término descriptivo: que el ingreso de una persona sea igual o no al ingreso de otra persona es un hecho de la realidad, objetivo, factible de comprobar sin involucrar ningún juicio de valor. En contraste, inequidad es un concepto normativo. Para evaluar a una situación de desigualdad de ingresos como justa o injusta es necesario tomar una posición ética que, o bien desestime las diferencias de ingreso por juzgarlas justificadas, o bien las considere moralmente cuestionables.

Lógicamente esta posición ética es subjetiva: depende de juicios de valor personales. Pero, afortunadamente, las normas éticas no difieren tanto entre las personas, al menos a cierto nivel básico. En las sociedades modernas las diferencias de ingresos que se explican solo por esfuerzo o talento no generan mayores controversias; en cambio las que provienen de una marcada desigualdad de oportunidades o de situaciones de discriminación o corrupción son motivo de preocupación. Si una persona A tiene características personales (talento, disposición al esfuerzo, perseverancia) semejantes a otra persona B, pero no puede acceder a la misma posición económica por falta de oportunidades o por discriminación, entonces la situación de desigualdad resultante entre A y B será evaluada como injusta.

No es difícil pensar en situaciones del mundo real en las que una persona disfruta de un nivel de vida muy superior al de otra como consecuencia solo de la suerte de haber nacido en un hogar afluente o de pertenecer a algún grupo de poder, o peor, como resultado de involucrarse en conductas de violencia o corrupción. En esos casos la desigualdad es ciertamente inequitativa: molesta nuestro sentido de justicia. ¿Cómo no rebelarse ante el contraste, muchas veces visible en cualquier ciudad grande latinoamericana, entre la mansión amurallada del hijo de algún magnate con fortuna de dudoso origen y el hacinamiento a pocas cuadras de personas que ni siquiera tuvieron la oportunidad de terminar la escuela secundaria? Esas brechas son difíciles de justificar: la desigualdad, en tanto evoque esas situaciones, es un fenómeno inaceptable.

Pero no todas las desigualdades económicas tienen ese origen.

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