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Todo tiene un límite

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Hemos discutido antes el caso de Messi: su talento comprobado puede justificar un ingreso más alto que el de otros jugadores de fútbol y que el de trabajadores en otros rubros. Ante este ejemplo, la gran mayoría de las personas no tiene inconvenientes morales en aceptar que exista una brecha económica. Las discrepancias emergen al evaluar el tamaño de esa brecha.

La revista Forbes estimó que en 2019, antes de la pandemia del COVID-19, Messi embolsó unos 113 millones de euros anuales, es decir, unas 72.543 veces el salario mínimo de algún trabajador formal en Argentina. Si hubiera seguido el camino de muchos de sus vecinos en su Rosario natal, Messi habría necesitado 6.045 años de trabajo ininterrumpido para alcanzar la suma que gana en un mes. Sí, leyeron bien: 6.045 años. Para muchos estas brechas son exorbitantes, ofensivas del sentido de justicia social.**

Este caso es interesante porque se cumplen las dos condiciones básicas que discutimos antes para clasificar a una situación como justa. En primer lugar, la remuneración de un futbolista está en directa relación con su talento y su esfuerzo: Messi está ahí exclusivamente por su capacidad innata y por su enorme sacrificio; ni la violencia, ni la corrupción, ni el engaño, ni ningún otro factor negativo lo llevó a obtener esos ingresos. En segundo lugar, la igualdad de oportunidades en el caso del fútbol es casi total. Lo discutimos antes: prácticamente cualquier joven latinoamericano tiene hoy la oportunidad de ser Messi y ganar la fortuna del delantero argentino (si tuviera su talento, claro está). Sin embargo, pese a que se cumplen estas dos condiciones —salarios que premian el mérito e igualdad de oportunidades—, las diferencias de ingresos en la realidad pueden resultar moralmente chocantes. A muchos hay algo que nos incomoda de un sistema que genera brechas tan gigantescas, aun teniendo en cuenta el escenario ideal del ejemplo.

En síntesis, si bien en general todos tendemos a aceptar diferencias en ingresos que surgen de fuentes aceptables, como el talento comprobado, no nos parece justo convalidar cualquier brecha. Aceptamos que una persona gane más que otra si es más talentosa o se esfuerza más, pero rechazamos que la diferencia de ingresos sea demasiado pronunciada. Es posible que muchos de nosotros convalidemos ingresos altos, e incluso muy altos, de empresarios exitosos que han dedicado mucho tiempo y esfuerzo a sus emprendimientos, pero no toleramos que esas diferencias superen ciertos límites. Esos límites son necesariamente subjetivos: dependen de los juicios de valor y de las percepciones de cada persona.

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