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Desigualdad y progreso II

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La desigualdad económica que podría ser justificable como estímulo y a la vez resultado del progreso es aquella que surge de factores virtuosos como el esfuerzo, la creatividad o la inversión en educación y entrenamiento, pero naturalmente no la que es producto de la corrupción, la discriminación, el abuso de poder, la violencia o la explotación. Estas acciones generan desigualdad, pero no tienen ningún efecto estimulante sobre el progreso. Acemoglu y Robinson argumentan que las economías basadas en estas instituciones terminan estancándose inevitablemente y cristalizando niveles de desigualdad muy altos. En cambio, bajo instituciones inclusivas y democráticas el progreso es más factible y las desigualdades resultantes menores, más tolerables y más fáciles de aliviar. En síntesis, la desigualdad tiene un vínculo importante con el progreso, pero no cualquier desigualdad; hay desigualdades que solo llevan al atraso.

Hay otro punto que pone un límite al argumento que vincula los incentivos al progreso con la desigualdad. Thomas Piketty ilustra el argumento con el caso de Bill Gates, uno de los protagonistas centrales de la reciente revolución tecnológica. Más allá de su talento innato y tantos otros factores que se conjugan en una historia exitosa, los incentivos al progreso económico fueron vitales para estimular a pleno la genialidad de Gates y sus socios. El resultado fue una extraordinaria combinación de progreso y desigualdad. Gates fue un pilar en la difusión de las computadoras, que revolucionaron la economía y la vida cotidiana de las personas en todo el mundo, mientras que al mismo tiempo amasaba una fortuna que lo ubicó en pocos años como el hombre más rico del planeta. La objeción de Piketty empieza en este punto. No es necesario “exagerar” en esos incentivos. Es entendible que la sociedad premie el talento y es justificable que incentive el esfuerzo, el ingenio, la dedicación y hasta la suerte con recompensas económicas, pero resulta injustificable la magnitud de esas recompensas: injustificable desde el punto de vista de la equidad, pero también desde el punto de vista de los incentivos. Gates no necesitaba aspirar a una fortuna de 130 mil millones de dólares para desatar su talento creador; Neymar no escatimaría su esfuerzo si su ingreso fuera inferior a los actuales 37 millones de euros anuales que gana. La estructura de incentivos en las sociedades modernas cumple un rol importante para el esfuerzo y el progreso, pero muchas veces genera desigualdades exageradas, éticamente intolerables y sin ningún sentido económico.

Un último punto referido al combo progreso-desigualdad. Como hemos discutido, limitar la desigualdad en la estructura de remuneraciones puede debilitar algunos incentivos y finalmente desacelerar el progreso económico. Ahora bien, reconocer la existencia de este desincentivo no nos obliga a tomar ninguna postura específica. Con total legitimidad podemos preferir un sistema con mínimas diferencias de ingresos, aun siendo conscientes de las probables consecuencias en términos de progreso más lento. Es completamente válido ponderar con fuerza las virtudes de la igualdad y estar preparado para pagar los costos de esa decisión. Lo que no es legítimo es tomar esa posición desconociendo o descartando los argumentos y la abundante evidencia que vincula la desigualdad con los incentivos y el progreso.

Sin llegar al extremo de pretender total igualdad, todas las sociedades actuales de hecho toman decisiones en las que se limita el potencial productivo de la economía con el objetivo de alcanzar una distribución del ingreso más equitativa. Gravar la producción con una suba de impuestos y usar lo recaudado para financiar una expansión del sistema asistencial para adultos mayores vulnerables no genera incentivos positivos para el crecimiento económico. El impuesto posiblemente reduzca los incentivos para producir, mientras que el beneficio a los adultos mayores vulnerables difícilmente se traduzca en un aumento de la producción, la inversión o la innovación. Esta combinación de política retrasa el progreso, pero muchos no dudarían en apoyarla: estamos dispuestos a crecer más lento, a demorar nuestro progreso material para que hoy se haga algo de justicia con un grupo de personas desfavorecidas. La equidad es un objetivo importante, a menudo tan importante como el objetivo del progreso.

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