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En defensa de las encuestas

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Hay varios argumentos a favor del uso de las encuestas de hogares. Ninguno es definitivo, pero sumados proveen una defensa razonable. El primer argumento es simple: sabemos de las limitaciones de las encuestas, pero es hoy casi la única información que tenemos a disposición en todos los países de América Latina. Es esto o prácticamente renunciar a la evidencia empírica sobre temas distributivos. La segunda línea de defensa señala que sabemos cuál es la dirección en la que las encuestas sesgan nuestra estimación de la desigualdad real (la subestiman) y además tenemos una idea aproximada de la magnitud en que lo hacen. Una medida imperfecta, pero con un sesgo conocido, es finalmente una medida útil. El tercer argumento recuerda que las encuestas de hogares son razonablemente representativas de prácticamente toda la población. Si bien lo que no pueden captar (el grupo de los multimillonarios) es importante, no puede minimizarse el valor de tener información sobre las brechas de ingreso entre casi la totalidad de la sociedad. Finalmente, se argumenta que en muchos casos lo relevante para el análisis son las comparaciones de la desigualdad (en un mismo país en el tiempo, o entre países) y no el nivel de la misma. Hay evidencia, aunque no generalizada, que sugiere que en muchos casos los resultados de las comparaciones estimados solo con datos de encuestas son semejantes a los que surgen cuando es posible complementar con datos administrativos y tributarios para aliviar el problema de la subdeclaración.

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