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Capital vs. trabajo

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El segundo enfoque, el de capital vs. trabajo, también implica una fuerte simplificación. También en este caso la sociedad se divide en dos, pero el foco no está, al menos directamente, en el ingreso o la riqueza, sino más bien en el papel que cada persona ocupa en el proceso productivo. La desigualdad relevante según este enfoque es entre los dueños del capital y los trabajadores, por lo que la desigualdad debe ser monitoreada midiendo la participación del capital (o del trabajo) en el ingreso nacional. Para ello, la fuente de información más adecuada es el sistema de Cuentas Nacionales, que estima el total del ingreso nacional y lo divide (cuando resulta posible) en las retribuciones de los distintos factores de producción.

Si bien el foco de la desigualdad en la dicotomía capital-trabajo forma parte de la tradición marxista, con anterioridad los economistas clásicos también acentuaban la relevancia de la distribución entre estos factores de producción —la llamada distribución funcional del ingreso—. Es famosa la máxima de David Ricardo, uno de los padres fundadores de la Economía: “La determinación de las leyes que rigen la distribución es el problema primordial de la Economía Política”. En los escritos de Ricardo, a principios del siglo XIX, está claro que la distribución relevante era aquella entre capitalistas, terratenientes y trabajadores.

Como en el caso de ricos vs. resto, la dicotomía capital vs. trabajo es inicialmente muy atractiva. Los dueños del capital y la tierra son indudablemente más ricos que quienes obtienen ingresos de su trabajo. Algunos argumentan que la división capital-trabajo no es solo una buena simplificación descriptiva de la realidad, sino que además pone el foco sobre la causa profunda de esa desigualdad: la propiedad privada que otorga a los capitalistas la oportunidad de explotar a los trabajadores. Si la inequidad social es ante todo desigualdad entre grupos diferenciados por su acceso a los medios de producción, es claro que la distribución funcional debe ocupar un papel central en el análisis.

En el momento y lugar en que fue propuesta —Europa del siglo XIX— la esquematización de la sociedad en capitalistas (que incluye terratenientes) y trabajadores parecía ser una simplificación adecuada. Sin embargo, con el tiempo las sociedades modernas se han ido complejizando, por lo que esa caracterización en solo dos grupos hoy parece una simplificación exagerada. Si lo único que explicara la desigualdad en una sociedad fuera la dicotomía capital-trabajo, a este libro le sobrarían muchos capítulos.

Pero ¿en qué sentido las sociedades se han ido complejizando desde el siglo XIX para que la dicotomía capital vs. trabajo no sea hoy una caracterización suficiente de la distribución del ingreso? Un elemento central ha sido la creciente relevancia del capital humano como factor de producción. Hoy en día la educación, junto con ciertos talentos, son fuentes fundamentales de ingreso y ascenso social. Buena parte de las personas en la cima de la distribución personal del ingreso son trabajadores asalariados: gerentes de empresas, profesionales en cargos altos, artistas y deportistas profesionales exitosos. Todos ellos obtienen sus ingresos no del capital o de la propiedad de la tierra, sino de usar su trabajo y su capital humano producto de su educación, entrenamiento, capacitación y ciertos talentos. El trabajo asalariado les permite ingresos altísimos que los ubica en los percentiles superiores de la distribución. Tony Atkinson, Thomas Piketty y Emmanuel Saez reportan que en varios países desarrollados los salarios ya se han convertido en la principal fuente de ingresos para el 1% más rico de la población. En un trabajo reciente, Matthew Smith, Danny Yagan, Owen Zidar y Eric Zwick concluyen que la mayor parte de los ingresos en el top 1% en Estados Unidos proviene de salarios o de la retribución al capital humano en forma de ingresos empresariales.

La creciente relevancia del capital humano ha permitido también el surgimiento en las sociedades modernas de una “clase media”, cuyos ingresos están basados en el trabajo calificado. Muchas de estas personas son trabajadores pero no tienen una relación de subordinación ante un capitalista: son profesionales independientes, empleados públicos, emprendedores, cuentapropistas. En estas sociedades complejas la idea de “trabajador” pierde entonces representatividad. La tradicional imagen de un trabajador ha sido la de un operario no calificado en una gran fábrica de alguna poderosa firma de la industria manufacturera. En América Latina solo un 10% de los trabajadores responden a ese estereotipo; el resto incluye una variadísima gama: desde el gerente millonario de una gran empresa multinacional al trabajador informal que junta cartones en las calles de cualquier ciudad latinoamericana; todos son trabajadores. La categoría única “trabajador” en este contexto pierde bastante relevancia.

Aunque en menor magnitud, lo mismo ocurre con el capital. Está muy claro que en la actualidad el capital y la tierra están concentrados en relativamente pocas manos, pero comparado con los tiempos de Marx y Ricardo la propiedad de estos factores se ha ido difundiendo de a poco hacia los estratos medios de la población, aun en sociedades muy desiguales como las latinoamericanas. Hoy en día muchas familias de clase media/alta tienen una colocación financiera que les da intereses, alguna propiedad de la que reciben alquileres, dejan como herencia algún inmueble y algunos ahorros. Muchos, de hecho, obtienen sus ingresos de algún emprendimiento modesto en el que invierten capital y emplean trabajadores: son pequeños capitalistas.

En síntesis, simplificar las complejas economías modernas con la dicotomía entre trabajadores (pobres) y capitalistas (ricos) es exagerado. Por supuesto, continúa siendo cierto que el capital y la tierra están más concentrados en los estratos altos de ingresos, y que un determinante importante de la desigualdad global en una sociedad es la propiedad del capital, junto con la relación entre la tasa de ganancia y el salario real (más sobre esto en el capítulo 7). Pero centrar el foco solo en la dicotomía capital-trabajo implica perdernos muchos fenómenos potencialmente relevantes que moldean la desigualdad en una sociedad moderna.

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