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MASCULINO Y FEMENINO
ОглавлениеUn par de veces he asistido, invitada por Swoboda, a sus lecciones. Sin embargo, no va más allá del contenido de sus escritos, que conozco bien: posee un espíritu rico, quizá demasiado rico; el deseo de riqueza espiritual no lleva nunca a alcanzar la meta de un pensamiento; ello sólo es posible si se aspira a simplificar.
De las leyes de la periodicidad enunciadas por Swoboda pudiera quizá decirse que se nos muestran, sobre todo, en la normalidad, mientras que brillan por su ausencia en lo patológico. El inconsciente, que se considera reprimido, queda como aprisionado en la conciencia. Por una parte, su presencia es constante aunque sólo se nos muestre su perfil, parcial y perturbador, mientras que por otra nunca llega a expresarse plenamente, oscilando rítmicamente su intensidad entre el aumento y el descenso. Así podrían concebirse unidos Freud y Swoboda, o Freud y Fliess.
El esfuerzo de Weininger48 por definir más adecuadamente lo M y lo F me parece estéril: aquello que puede enlazar opuestos (para producir un niño u obra) es MF; el resto no son sino estadios intermedios conducentes a las disidencias «turbulentamente receptivas» de que habla Swoboda.
Creo que precisamente porque lo masculino y lo femenino son componentes fundamentales de toda vida, sólo es a partir de cierto punto que se constituyen recíprocamente como hombre y mujer. La tan traída y llevada «lucha de los sexos» en el amor proviene, en parte, simplemente de que se confundan los conceptos primarios de sexo con la figura de seres humanos vivientes. Y precisamente en el amor, es decir, durante la más extrema unilateralidad sexual, donde la mujer parece convertirse auténticamente en mujer y el hombre en hombre, despierta a un tiempo, en cada uno de los sexos, el recuerdo de su propia duplicidad como consecuencia de la profunda compenetración, comprensión y ampliación mutuas. El amor se convierte en «entrega», nos damos a nosotros mismos, y nos hacemos más presentes, más vastos, más estrechamente unidos a nosotros mismos; y no otra cosa es su auténtico efecto, su efecto de vida y de alegría. Ello es también válido para la segunda cara de nuestro ser (masculina o femenina), habituada a vegetar o a estar reprimida en su lucha por la existencia, y considerada como carente de cualquier derecho; al darnos, nos obtenemos plenamente en la imagen del ser amado, ¡algo aparentemente sencillo!
Encuentro que toda relación profunda o humanamente valiosa posee este carácter, y que es de una gran banalidad el apreciar únicamente las particularidades correspondientes a los sexos, de cuyo combate no resta sino una última palabra: la victoria del uno sobre el otro. Es por ello que los hombres se expresan en horribles «mitades», en hombres insensibles, cuyo propio dominio no llega ni siquiera a constituir una experiencia, y en mujeres pisoteadas y que algunas veces, para su propia sorpresa, florecen una vez convertidas en viudas, es decir, sólo entonces llegan a convertirse en el refugio encantador que hubieran podido suponer para un hombre. No es más que por un doble cambio de naturaleza entre lo masculino y lo femenino que dos seres llegan a ser más que uno solo y que dejar de poseer como objetivo el dirigirse el uno contra el otro (como estas pobres mitades que precisan de su unión para constituir un todo), para pasar a buscar conjuntamente un fin humano fuera de sí mismos. Tan sólo así el amor y la creatividad, la plenitud natural y el culto a la cultura dejan de oponerse para constituir una unidad.
Para aquellas personas adversas al erotismo, el sexo contrario se desarrolla sólo en forma distorsionada: en un hombre de modos femeninos, o en una mujer emancipada.
En algún trabajo de Fliess he leído, aunque no sé si se trata de algo comprobado o no, ya que algunas veces resultan fantásticas sus afirmaciones, que la «maduración» del huevo y del semen consiste en un proceso en el cual en el corpúsculo polar la sustancia femenina se retira del semen masculino y la masculina del huevo, haciendo apto para completarse con el sexo opuesto aquello que ha emigrado. De este modo, la atracción sexual se convierte en un deseo de nosotros mismos desplazado sobre la imagen de la pareja. Así ocurre ciertamente en lo psíquico, y lo que resta a la pareja no es más que el agradecimiento.