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CURSO (VII)
Terapia de las neurosis. Transferencia. Intelecto y afecto
(sábado, 14 de diciembre de 1912)
ОглавлениеLa última antes de las vacaciones de Navidad, para mayor descanso de Freud; incluso se ha confundido y ha dicho: final del semestre.
Sobre terapia de las neurosis; ha alcanzado su objetivo cuando el beneficio de placer de la neurosis se ha vuelto innecesario. Involuntariamente se tiende a pensar: si la neurosis se fundamenta en la ganancia de placer ello proviene de que se manifiesta psíquicamente: tenemos la impresión de que las enfermedades orgánicas existen independientemente de nosotros, y que tan sólo benefician al tumor o a la esclerosis, pero no a nosotros mismos; por el contrario, las más increíbles e inútiles formaciones y transformaciones psíquicas no constituyen más que una forma de imposición de «nosotros mismos», y, consecuentemente, el intento de curación significará en primer término una derrota y depresión nuestra. Incluso la vida psíquica más afectada por la enfermedad es a pesar de todo «vida» en todo su milagroso significado y no podemos influir violentamente sobre ella —es decir, incidir desde el exterior— en su intimidad sin dañarla y limitarla, al menos en apariencia. Respecto a la transferencia.58 No debe actuar tan sólo como mera sugestión ya que ésta se halla limitada por la ambivalencia neurótica: es por ello que resulta necesario que el psicoanálisis haga posible el acceso a la consciencia y a la comunicación, lo que se consigue con ayuda de la transferencia pues ésta contribuye al debilitamiento de las resistencias; por otra parte, la sola concienciación no basta, pues su utilización afectiva no alcanza a ser aprovechada más que en virtud de la transferencia, de la convicción. Freud traduce aquí «transferencia» por «respeto, inclinación», incluso cuando se refiere a la transferencia sobre un objeto paterno; no menciona la raíz sexual, que tanto sorprendió a Bjerre59 hasta el punto de hacerle rechazar toda la teoría de la transferencia. Creo que: el origen sexual, que goza de todas las simpatías, tendrá muy especiales brotes en el neurótico, pues éste regresa a lo infantil y de este modo alcanza finalmente el punto en el que las raíces psíquicas surgen del terreno de lo físico.
Lo que piensa Freud, es decir, que lo intelectual depende de lo afectivo podría verse ampliado diciendo que todo aquello que llamamos genial surge del hundimiento de las resistencias afectivas. La persona más banal no tendría que superar ninguna; el neurótico no se hallaría en condiciones de hacerlo; para el hombre creador, por el contrario, la creatividad resulta del constante incremento de los procesos del trabajo espiritual por el debilitamiento de su estructura. Del mismo modo que la enfermedad debe tender a su curación, la salud debería exponerse con optimismo al riesgo de verse debilitada y por sí misma transformada, ya que las barreras y los muros comprometen tanto los aspectos más íntimos de nuestra vida como puedan hacerlo los abismos, y caso de morir petrificado o destrozado, el resultado final será siempre el mismo: la muerte. Pero en lugar del dolor y de la necesidad que pueden arrastrar al neurótico a la curación, el hombre sano conserva su temor al sufrimiento, y ello constituye su «triste placer», a pesar de que la vida no es algo «vivo» más que allí donde no existe placer, sino procreación, es decir, donde tiene lugar una síntesis de dolor y felicidad, de desesperación y de éxtasis.