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VISITA A FREUD
Ciencias de la naturaleza. Ciencias del espíritu
(domingo, 8 de diciembre de 1912)

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Visita a Freud, el domingo por la tarde; muy agradable para mí, ya que pudimos hablar de todos aquellos aspectos en los que yo creía que existían divergencias entre nosotros y en los que estamos más de acuerdo, en realidad, de lo que parece. Es muy distinto ver cómo Freud piensa y trabaja a verse limitado a la lectura de sus obras, a pesar de que su personalidad esté claramente reflejada en sus libros. Hablamos también de la clase del día anterior y me confesó que algunos puntos habían sido simplificados en atención al numeroso público asistente. Así, cuando en el caso de la matrona habló de libido cuantitativamente aumentada, lo hizo sin mencionar otros factores que intervenían también en su falta de dominio, tales como la discriminación social, la humillación del sentimiento de sí misma, etcétera: a pesar de que éstos hubieran podido causar la derrota, incluso con un menor quantum de libido. (Por ello, la interpelación de Tausk en la escalera también me pareció justa, cuando en lugar de todo esto preguntaba por las modificaciones cualitativas de la libido). No estoy muy segura de que tales «simplificaciones» no encierren un gran peligro, y esto sin hablar de que podrían dar, en apariencia, la razón a Adler bajo forma de un «silencio mortal de las pulsaciones del yo, de las pulsiones de poder». Peligrosas ante todo porque las objeciones científicas quedarían así justificadas, es decir, que toda la diferencia existente entre ciencia de la naturaleza y ciencia del espíritu, algo así como entre química y psicología, se nos muestra aquí en toda su magnitud al tratarse de una diferencia entre cosas cuantitativamente mesurables y no mesurables, es decir, únicamente caracterizables cualitativamente. Esta diferenciación es tan importante que debe remitir necesariamente al método. En otras palabras: en la aplicación de métodos físicos a la psicología no puede olvidarse, ni por un instante, que se opera más que con meras analogías. Esto no puede ser modificado, pues, todo lo que pretende ser demostrado científicamente debe basarse directamente en la explicación lógica mecanicista; no obstante, el carácter impropio de toda ciencia del espíritu debe ser tenido en cuenta. Ello no puede verse mejor que en las investigaciones freudianas; si tomamos la fisiología, o la psicofísica, tan influida por la anterior, veremos cómo se omite fácilmente el reconocimiento de cuanto de acientífico se introduce en ella aunque no sea más que a través del propio concepto de vida; el inc. de Freud nos recuerda más que cualquier otra cosa que utilicemos que es imposible escapar de ello por muchas palancas y retortas. El hecho mismo de que no podamos captarlo más que a través de lo patológico es en sí una prueba de su indivisibilidad, de su totalidad, que no desaparece ni en nuestras actividades individuales más vivas. Freud puede evitar así completamente toda especulación y limitarse a los descubrimientos prácticos: por ello los eleva más allá de las meras disputas de opinión, aunque no fueran más que la suya propia. Aquello que vale para toda ciencia del espíritu, resulta también válido aquí en mayor grado, a saber: que tan sólo conocemos aquello que vivimos.

Aprendiendo con Freud

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