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ADLER Y FREUD
(lunes, 9 de diciembre de 1912)

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Adler me escribe quejándose de la «infidelidad» de Stekel, lo cual no deja de tener gracia; no hubiera podido probarse más rápidamente. Pero también se lamenta sobre la mía, y ahí lleva razón. Nos hemos encontrado y hemos estado hablando y callejeando por espacio de dos horas. De hecho, es fácil comprender lo que parece diferenciar a Adler y Freud; el «sentimiento de inferioridad» de Adler contiene en sí mismo una «represión primitiva», la experiencia de una humillación fundamental, mientras que «la represión» de Freud remite a un material, por así decir, psicologizado, que ya ha aparecido en la consciencia. Decir que este material es «sexual» es únicamente posible bajo la condición de que lo distingamos de lo «espiritual»: los dos van siempre juntos y aparecen de forma ambivalente. Por otra parte, cuando Adler insiste en la «protesta del yo», ésta crece únicamente a partir de la supresión de un encadenamiento general mal definido, es decir, de lo sexual en cualquier caso. El criterio es, pues, que se puede describir desde dos lados, del psíquico y del físico, y que aquí todas las alteraciones y las neurosis se entrecruzan como en un punto de intersección que simboliza la totalidad. Pero Freud es el único que ha ideado para ello la expresión «compromiso»,54 el único que ha hecho justicia a la doble naturaleza de este proceso, importando poco que haya insistido básicamente en el aspecto sexual (particularmente al principio porque se dedicaba al estudio de la histeria). Ha sido el único en descubrir el espacio intermedio del trabajo psíquico inconsciente, el único en haber dejado un lugar para los positivos mecanismos que allí discurren y es de ello de lo que se trata. Porque de ello depende no sólo la simple explicación de la enfermedad: proscrito por ella sólo percibimos borrosamente ese otro lado y el camino que lleva al misterio del inconsciente normal, en donde reposan la sexualidad y el yo unidos aún narcisísticamente y donde reside nuestro auténtico enigma. Para Adler, en cambio, no puede existir, estrictamente hablando, ningún misterio: su yo se eleva tan sólo sobre su propio juego y no se ve enfrentado a enigma55 alguno.

Aprendiendo con Freud

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