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Una excursión a los indios ranqueles Lucio V. Mansilla Dedicatoria
ОглавлениеQuerido Orion:
Todos los escritores tienen una palabra favorita que los traiciona. Esa palabra es como el metro para ciertos poetas.
En cuanto escribes, hay siempre, como piedras preciosas, incrustadas en el rico mosaico de tus producciones, palabras como estas: “Aspiraciones nobles y generosas, amor purísimo, amistad constante, fraternidad universal”.
Qué quiere decir esto.
Qué tú, si hubieras sido poeta, habrías cantado como Miguel de los Santos Álvarez:
“Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno!” Que tú sabes amar y estimar a los que aman.
Pues bien, a ti, querido ORION, mi amigo de tantos años, contra viento y marea, es a quien yo dedico mis cartas a Santiago Arcos, ya que te has empeñado en que haga de ellas un libro.
Decididamente alcanzamos unos tiempos raros, –realizamos todo menos lo que queremos.
Es un aviso a los caminantes que podría glosarse así:
En esta tierra los hombres son lo que quieren las circunstancias. Les damos un consejo:
Lo mejor es vivir con el día.
¡Yo haciendo un libro, después de haber secado mi pluma hace dos años, con la firme resolución de no volver a las andadas; cuando prefiero galopar diez leguas a escribir una cuartilla de papel!
¿Por dónde saldrá el sol mañana, ORION?
Tú no lo sabes, ni yo tampoco, y es posible que si lo supiéramos y lo dijéramos nos creyeran engualichados.
A pesar de todo, de nuestro aire riente, de nuestras exterioridades frívolas, nosotros sabemos varias cosas, –”que con el mal tiempo desaparecen los falsos amigos y las moscas”; que si el presente es de los egoístas y de los apáticos, el porvenir es de los hombres de pensamiento y de labor.
Si lo primero es una triste experiencia, adquirida a fuerza de dejar en el espinoso camino de la vida, la mejor lana del vellón, –lo segundo es una esperanza y un consuelo.
Un grito de desaliento puede salir del pecho mejor templado. Pero hay energías recónditas que sostienen hasta el fin al más humilde de los mortales.
Como Béranger a su frac, termino ORION diciéndote: Ne nous séparons pas!
L. V. M.
A Lucio V. Mansilla.
Amado hermano y cofrade:
Me dices que me has dedicado tu precioso libro, en el que como flores cogidas, al acaso, del ameno pensil de la República, para formar con ellas un ramo esmaltado, lleno de encanto y perfume, has coleccionado las cartas en que, peregrino fantástico de las soledades y el silencio, narras tu pintoresca excursión a los Indios Ranqueles.
Gracias por mí, querido Lucio, y gracias por la naciente, pero rica literatura Argentina.
Por mí, porque en esa espontánea dedicatoria hecha a un hombre sin títulos, sin posición, sin tener en los labios una de esas sonrisas, que los cortesanos toman por una promesa, o una esperanza, creo escuchar cómo el murmullo suave y cadencioso de una voz misteriosa, que me regala blandamente el oído, diciéndome: “el autor de este libro es un amigo que te quiere y que te abraza en el cielo del pensamiento, como te abrazó siempre en el santuario de la más pura amistad.”
Por la literatura argentina, porque me siento feliz de que tus cartas, publicadas día a día en esa hoja deleznable de papel llamada La Tribuna, no tengan la pobre e ignorada suerte de las producciones que sólo ven la luz en un diario, y en donde, como dice Castelar, “están condenadas a vivir lo que vive una rosa: una mañana”.
La primera lectura de tus cartas ha encantado al pueblo argentino. En un libro los va a saborear.
Fraternalmente colocadas bajo los auspicios de mi pobre nombre –rico para ti porque eres mi mejor amigo– yo estaba en el deber de emitir un juicio sobre esos trozos de literatura descriptiva, en que has hecho cruzar por el cielo de las letras argentinas, en brillante y turbulenta procesión, la majestad imponente de nuestras pampas y las costumbres primitivas de nuestros pobladores salvajes, enlazadas con las pompas brillantes del poeta, y las reflexiones severas del filósofo profundo.
Pero prefiero no hacerlo. Al amor lo pintan ciego.
A la amistad, un diario de caricaturas la pintaba, hace ocho días, agitando en sus manos el incensario.
Si yo dijese que este es uno de los más preciosos libros hasta ahora concebidos por el pensamiento argentino, escrito en un estilo florido y galano, útil y provechoso por los datos curiosos que en la armonía de su conjunto contiene, a la vez que seductor y poético por el lenguaje impregnado de luz en que está escrito, ¿se creería que emitía un juicio imparcial?
En una época en que los gobiernos pagan los servicios de sus leales amigos, destituyéndose brutalmente de los puestos en que supieron conquistarse fama y simpatía, ni todas las intenciones se aprecian, ni todos los sentimientos se comprenden.
Hoy hay una manía a cambiarlo y a modificarlo todo.
Una cosa, empero, tengo la certeza de que no ha de cambiar jamás: es la amistad pura y sincera que nos liga, y en cuyas corrientes, a manera de un puente levantado por invisible mano en mitad del camino de la Patria argentina, pasará modesto y silencioso este libro, en suyas páginas de oro se confunden misteriosamente los nombres de dos amigos que se quieren y que creen, con de Maistre, “que la amistad es el puerto sereno a que llega el alma fatigada, en sus días de infortunio.”
Orion