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PRÓLOGO

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Se trata de un texto que aborda las distintas etapas que han caracterizado la crisis de la sociedad chilena. Todo esto en coherencia con la crisis de alcance global que en la reciente década marcó el derrotero de la situación actual. Tempranamente Luis Riveros, junto a otros actores en el ámbito nacional, dieron la alarma del peligro que se cernía sobre el país, por un sistema que mostró severas fracturas éticas, una tendencia a la concentración de la riqueza, que exacerbó el individualismo, la competencia, el abuso y la impunidad.

Este libro pone de relieve las múltiples señales y advertencias de la juventud, la ciudadanía y los grupos más radicalizados, que no fueron atendidas por la élite económica y política. Se articuló una institucionalidad autocomplaciente, se instrumentalizaron los medios de comunicación masiva, lo que ha estado acompañado del silenciamiento y/o pasividad de intelectuales. Los actores de las políticas públicas, en uno y otro lado, no escucharon las advertencias ciudadanas, en sus filas se alejó cualquier expresión de pensamiento crítico, la élite solo quería obsecuentes y funcionarios que siguieran órdenes, los medios de comunicación fieles al neuromarketing transformaron toda expresión en farándula y espectáculo, en sus noticias y programación cotidiana, sin voluntad de profundizar en nada. Esa es la razón por la cual se han observado realidades paralelas, completamente opuestas y contradictorias, una idílica en la élite social y política, otra distinta y negativa en la ciudadanía. Fruto de aquello, la autoridad perdió el control de la calle, ampliamente sobrepasada. Todo esto cobra particular importancia de cara al desafío constituyente que determinará en futuro del país por décadas.

La paradoja de la crisis chilena es su excepcionalidad. A diferencia de la inestabilidad social y política que habitualmente observamos en América Latina, por el fracaso de los modelos en la generación de riqueza, es decir, por escasez y pobreza, inestabilidad política y debilitamiento de la democracia. En el caso de Chile, la crisis y el colapso social es por abundancia, es decir, por un modelo altamente exitoso en la generación de riqueza, que no redistribuyó adecuadamente los beneficios del progreso, debilitando los bienes públicos, generando altos niveles de endeudamiento, promoviendo una visión minimalista de la dignidad de las personas y debilitando el sentido de comunidad. La crisis del modelo se debió a sus elementos éticos endógenos. Una élite que mostró una mentalidad individualista, una exacerbada competencia sin la adecuada colaboración, una concentración de la riqueza exagerada y la ruptura de los bienes públicos lo que dañó el sentido de comunidad.

El debilitamiento de los bienes públicos en la sociedad, la falta de sintonía de la élite (política, social, cultural, espiritual, entre otras) con el clamor ciudadano, el gatopardismo y doble estándar del quehacer político y las instituciones públicas, terminó con una grave crisis de legitimidad de la política, lo que promovió el descrédito de los políticos. El resumen de la percepción ciudadana en torno al tema es algo así como: ¿Para qué se quiere políticos, si estos no cautelan los bienes públicos ni el bien común y parecen amancebados con el bien privado? Lo que ha generado un grave cuestionamiento a la legitimidad y la legalidad de la política y los políticos.

Esta crisis ha dado lugar a un cuestionamiento de las bases de nuestra institucionalidad, al punto que la ciudadanía aprobó la generación de un cuerpo constituyente. Por primera vez en Chile, el pueblo elige democráticamente a los miembros de la Convención Constituyente, que deberá dar origen a la nueva carta fundamental de la república. Sin embargo, un proceso nuevo y complejo ha estado sometido a bloqueos de unos pocos y la improvisación y falta de oportunidad en su regulación por parte del Congreso, lo que ha dado lugar a una implementación desprolija que pone en riesgo la legitimidad y legalidad del proceso. Eso es lo que se observa en la sociedad chilena. Múltiples males le acechan: incompetencia, soberbia, ignorancia, corrupción, violencia, narcotráfico, demagogia. A eso se suma, además, que en el contexto global es evidente la crisis multilateral que afecta las instituciones, mostrando ineptitud, falta de oportunidad y pertinencia, lo que ha generado cuestionamientos a la institucionalidad: OEA, BID, ONU, entre otras.

La base de la crisis (global y nacional) es ética y valórica, de allí derivan todos los males del sistema, impactando en lo económico, social, político, cultural y espiritual. El modelo neoliberal ha sido tironeado hacia un materialismo radical, la élite abusó hasta poner en riesgo la gallina de los huevos de oro. Ahora se requiere un cambio estructural, una revisión de los principios y valores que han sustentado la institucionalidad público-privada del país.

Hay múltiples aspectos estructurales que deben ser puestos en cuestión, la madre de las batallas estará en cautelar el equilibrio entre los bienes públicos y privados, desde donde surgirá el bien común; equilibrar un modelo que exalta la competencia promoviendo espacios de colaboración; compensar adecuadamente el individualismo con el sentido de comunidad; el egocentrismo con una visión eco-céntrica; las raíces patriarcales caracterizadas por la dominación y la competencia, en armonía con los valores de la cultura matríztica que promueve la colaboración, el cuidado y respeto mutuo. Otros elementos emergentes a considerar son el medio ambiente, los bienes públicos, la sociedad digital, y los peligros que encarnan los narcodelitos, el nihilismo o debilitamiento y opacidad valórica.

La ruptura del equilibrio en el ethos demanda definiciones en la ética, desafío que a su vez replica en la carta fundamental; además, se requiere un cambio en la emocionalidad desde la desconfianza hacia la confianza y la colaboración, para consolidar una relación de comunidad. Se requiere definir un modelo que promueva una adecuada gobernabilidad, que equilibre adecuadamente el desarrollo económico, la equidad social y la estabilidad política. Para que esto sea viable se debe promover un equilibrado desarrollo material y espiritual de las personas. Hasta ahora se dio primacía a lo material y se desatendió el desarrollo espiritual, en su amplia acepción definida en la declaración de los Derechos Humanos de Naciones Unidas.

La revolución en las tecnologías de información y comunicación parece estar en el centro del proceso, pero es solo el medio que altera las dimensiones témporo-espaciales, cambiando las formas relacionales en la sociedad: centralidad, conectividad, accesibilidad y proximidad. Este cambio es autoconstitutivo, alterando las relaciones en las personas, las organizaciones, las empresas y los territorios. Lo verdaderamente sustantivo es que ha desencadenado una revolución ontológica, que implica profundos cambios en la forma de ser y estar en el mundo que emerge con la sociedad digital. Este desafío requiere un profundo cambio cultural, la implementación de políticas públicas para promover la adaptabilidad a la sociedad digital, un nuevo marco ético que sirva de contención al nihilismo y a la emergencia de los nuevos desafíos derivados de la Sociedad de la Singularidad, que representa la convergencia de la inteligencia humana y la artificial y la invasión del ser humano en su biología y subjetividad, con los portentosos desafíos éticos y regulatorios que ello implica.

Debemos ser capaces de imaginar el mundo que emerge, delinear sus límites en función de los principios y valores del humanismo. Esto exige superar el corto plazo, la miopía y ceguera instrumental, demanda que la élite política asuma sus obligaciones con los bienes públicos. Se requiere una mirada de largo plazo, mejoras en el sistema educativo, promover pensamiento crítico y la capacidad de reflexión, elevar el nivel de los contenidos en los medios de comunicación, superar el permanente y cotidiano bombardeo de información basura, el hedonismo y la lógica de neuromarketing, que domina la gestión de las audiencias masivas, idiotizando a nuestra gente.

La conflictividad que observamos está íntimamente ligada a la legalidad, legitimidad, institucionalidad, desigualdad, liderazgo, sentido de comunidad y la épica que puede inspirar hacia la unidad o la confrontación. El conflicto es la tensión, desacuerdo u oposición entre personas o cosas; derivada de una rivalidad prolongada entre dos o más instancias. La conflictividad es la cualidad de lo conflictivo, son las condiciones y tendencias que dan lugar a los conflictos, la evolución que se da entre un momento y otro tiempo-espacio, la evolución de dos períodos. En los estudios de percepción ciudadana en Chile, la conflictividad se asocia con: la crisis política, el descrédito y deslegitimidad de la actividad; la inestabilidad y debilitada gobernanza; las movilizaciones sociales; crisis económica caracterizada por el desempleo y sobre endeudamiento; pobreza y desigualdades, agravada por las migraciones, la emergencia de racismo; cambio climático y biodiversidad; brecha digital y marginación; las faltas a la probidad; el narco-delito; el desprecio al mérito en un contexto de impunidad; además de la eventualidad natural.

Por décadas el Estado chileno ha sido incapaz de “procesar el conflicto”, que reventó con la explosión ciudadana del 18 de octubre del 2019. La situación sigue agravándose, en muchos lugares el Estado se ha desvanecido; la institucionalidad dejó de operar en plenitud; la sociedad civil tomó un rol de rebeldía; emergió un segmento de anarquistas juveniles; se despliegan sin contención los soldados del narco; emerge un segmento de lumpen protagonizando saqueos, violencia e incendios; desapareció el liderazgo político; opinólogos y farándula forman la opinión pública.

Para que Chile retome la senda de progreso y desarrollo, se requiere un LIDERAZGO ECO-ÉTICO-RELACIONAL, es deseable que cada sector político asuma públicamente sus vergüenzas, pida perdón y reconstruya las confianzas. Que el mundo de la economía la asuma como tal (grave crisis), superando el desbordado culto a lo financiero; sus contabilidades deben incluir los activos y pasivos ambientales, culturales, morales y emocionales. Que los referentes espirituales, religiosos, éticos, filosóficos e iniciáticos asuman su rol y liderazgo en la sociedad, que entreguen sus luces y bendiciones donde reinan las tinieblas y la oscuridad, asumiendo el verbo y la acción.

Esta conflictividad está asociada al liderazgo político y social, que de momento en Chile está transversalmente debilitado. Mientras más altas las expectativas de la gente y más bajas las respuestas de la autoridad, se exacerba la conflictividad. Por otro lado, mientras más críticos los problemas sociopolíticos y más inoportunas e ineficientes las respuestas, se agudizará el conflicto. El conflicto parece perpetuarse, no logra ser canalizado por los conductores políticos, sus liderazgos están cada vez más debilitados.

La crisis ética no está superada, más bien se encuentra en estado de latencia y no se ha dicho la última palabra. Ello dependerá de la pertinencia y voluntad para interpretar adecuadamente a la ciudadanía, de cara al trabajo de redacción de la nueva Carta Fundamental. Ello exige a las minorías actuar con sabiduría, ecuanimidad y respeto al bien común, por su parte la élite económica tendrá una palabra importante en este desafío y se espera que entienda la necesidad de romper el proceso de concentración de la riqueza y actuar con mayor equidad social, territorial y de respeto por el medio ambiente.

Uno somos todos y todos somos uno, principio que asegura estabilidad. Debemos asegurar normas y condiciones iguales y dignas para todos, asegurando que como es arriba es abajo, para que los de abajo reflejen la dignidad de los de arriba. No es difícil, solo requiere voluntad, todo es mental, las ideas y el lenguaje crean la realidad, por eso debemos promover procesos de ampliación y elevación de conciencia. Ello exige promover pensamiento crítico, mejoras sustantivas en la educación, para tener en el país seres bien formados en plenitud y armonía. Tengamos esperanzas en el destino de nuestro país.

Este libro del profesor Luis A. Riveros, es oportuno, pertinente y servirá para orientar la reflexión ciudadana en momentos que Chile aborda importantes desafíos que determinarán la historia del país por varias décadas, son ideas con profundidad, que resultan estimulantes y orientadoras, guardan complejidad, pero están expresadas en un lenguaje simple y directo, lo que permite el acceso de un amplio espectro de personas. Saludamos este esfuerzo del ciudadano Riveros, que siempre se muestra atento, comprometido y activo con el devenir del país y comprometido a colaborar en la gestación de un mejor futuro para nuestro pueblo. Es valioso su aporte en las ideas, y más aún su orientación en los principios y valores permanentes que están en las raíces de nuestra historia. Se agradece su aporte trascendente que, en medio de tanta tiniebla y oscuridad, de la desorientación y el desorden, trae luz para orientar el derrotero en la construcción de la unidad y un destino común. Chile requiere de la luz de sus hijos más preclaros para reencontrar el camino, construir la confianza y consolidar la unidad que nos permita retomar la senda de progreso, desarrollo y equidad desde un enfoque eco, ético, sistémico y relacional.

CARLOS CANTERO OJEDA

Geógrafo

Doctor en Sociología

Exsenador de la República

Chile: los dilemas de una crisis

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