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I. 1 INTRODUCCIÓN

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“Me parece que no somos felices…”, escribía hace poco más de cien años don Enrique Mac Iver, reflexionando sobre la crisis que por entonces vivía Chile, cuando primaba el descontento y se manifestaba un profundo malestar ciudadano. Radicaba el problema en una crisis moral entroncada con una escasez de iniciativas para proveer los servicios públicos que permitieran servir adecuadamente los requerimientos de la población. “El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad”, postulaba admonitorio. Y, en efecto, pocos años más tarde se profundizaría aquella protesta, marcando la cúspide de un reclamo social que afligía al país desde inicios de siglo y que tenía también mucho que ver con la necesidad de transformar la institucionalidad vigente. Los problemas se abordaron tardíamente, al costo de conflictos y enfrentamientos que podrían haberse minimizado si tal situación se hubiese enfrentado ante sus primeros síntomas. Sin embargo, no existió la disposición de los políticos para abordar cuestiones que eran entonces centrales: reforma de la Constitución, creación de mayores oportunidades educacionales, protección al trabajador y sus derechos, instauración de políticas de Estado sobre el necesario bienestar social. Se anhelaba mirar al país más allá del transitorio esplendor del salitre, hacia una industria capaz de sustituirlo y de asegurar así un mejor futuro para la niñez y la juventud. Los políticos simplemente no escucharon el clamor que venía de todas partes y que tenía como protagonistas principales a los trabajadores y a los estudiantes.

Llama poderosamente la atención cuánto se parece aquel inicio del siglo XX con estos años de principios del siglo XXI. Hoy el país disfruta de los buenos resultados de las exportaciones de cobre, que alimentan con notorio esplendor nuestras arcas fiscales. Y también el país ha logrado desarrollar una infraestructura vial y comunicacional moderna y efectiva, que le pone a la cabeza de muchos otros países subdesarrollados. El ingreso per cápita se ha triplicado en pocos años y domina un ambiente de expansión económica y estabilidad de precios que hace a muchos mirar distante hacia atrás días de pobreza, desequilibrios económicos y notoria escasez. La cobertura de la educación alcanza hoy cifras comparables a los países más avanzados, la salud se moderniza crecientemente y las inversiones pronostican un mayor desarrollo de los servicios y de muchas industrias beneficiosas al crecimiento del país. Se nos distingue internacionalmente entre los países con mayor estabilidad macroeconómica, mejor ambiente para la inversión y también dentro de aquellos donde campea una destacada competitividad económica. Todos esos logros se sitúan dentro de una generación, la cual ha tenido la oportunidad de ver el salto social y económico que nunca nuestros antecesores pudieron apreciar. Y, al parecer, ¡no somos felices!

Efectivamente, la protesta se ha venido generalizando, ya no como una expresión política de rebeldía y de insatisfacción puntual generada por algunos grupos obedientes a ciertos intereses políticos. Prima el descontento en tantos ámbitos como áreas de relevancia pueden concebirse en el campo económico y social. Nuestra juventud reclama acerca del futuro que le acecha, destaca lo poco representativo del sistema político actual y subraya su desaliento por la calidad de la educación a todo nivel. La clase media se siente desprotegida, obligada a pagar por todo y, sin embargo, carente de los medios necesarios puesto que los salarios y su evolución no están acordes a sus propias expectativas y necesidades. Hay un reclamo fuerte y creciente que proviene de las regiones del país, que ven que la mayor parte de las decisiones benefician principalmente al centro, donde radica también el mayor volumen de electores, manteniendo a muchas de ellas relegadas a un pasado que el país en su conjunto desea superar. Hay descontento porque la distribución del ingreso está entre las peores del mundo, lo que sorprende en un país con tan buenos resultados económicos generales, que permite así la coexistencia de dos realidades: la del éxito y la modernidad y aquella de la miseria y el retraso. También hay insatisfacción porque hemos dañado suficientemente el medio ambiente y se arriesga la sustentabilidad del crecimiento, predominando criterios estrechos y faltantes en esta materia. Por doquier existe un reclamo que no es adecuadamente atendido por los políticos, los partidos y las distintas coaliciones, los cuales están catalogados en los últimos niveles en la escala de aprecio ciudadano, al igual que el propio Parlamento y el Gobierno de la República.

Chile: los dilemas de una crisis

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