Читать книгу Páginas de cine - Luis Alberto Álvarez - Страница 12
ОглавлениеNo futuro de Víctor Manuel Gaviria en Cannes
Nuestra grandeza y nuestra miseria
El día sábado 12 de mayo se exhibió en competencia oficial en el Palacio de los Festivales de Cannes No futuro de Víctor Manuel Gaviria. La significación de este hecho se acrecienta si se consideran las circunstancias que lo rodearon. Hay ocasiones en las cuales países productores de películas realizan todo tipo de manipulaciones, acuden a toda clase de contactos, abren todos los postigos disponibles para que una película suya sea vista y seleccionada para este Festival que, pese a cualquier reserva que pueda tenerse, ha sido el lugar de encuentro más importante del cine universal durante más de cuarenta años.
Cuando No futuro pudo, por fin, ser concluida, la promotora estatal Focine se encontraba en su momento más desorientado y con un enorme desgano para hacer cualquier tipo de esfuerzo en favor de esta o de cualquiera otra obra cinematográfica colombiana. No futuro llegó a Cannes sin que ni su director ni los coproductores locales (Producciones Tiempos Modernos) hubieran siquiera soñado estar presentes en este festival, ni siquiera en una de las muchas muestras informativas paralelas que lo acompañan. La película llegó espontáneamente, en virtud de sus propias cualidades, sin ningún tipo de intermediaciones. Las directivas del Festival (casi casualmente) tuvieron ocasión de verla en Nueva York y tomaron la inmediata decisión de elegirla, de ningún modo como relleno o complemento sino como una de las dieciséis escogidas en el cine de todo el mundo (única latinoamericana y única en español), y cuyos autores son, en buena parte, nombres famosos y hasta legendarios: Jean-Luc Godard, Paolo y Vittorio Taviani, Clint Eastwood, Alan Parker.
Ya el curador del Museo de Arte Moderno de Nueva York había expresado su admiración por No futuro, consideró que había un abismo de calidad entre esta cinta y las películas que la habían acompañado a Nueva York en una muestra organizada por Focine y manifestó la certeza de que, después de Cannes, la obra sería distribuida ampliamente en los Estados Unidos, en razón de sus valores intrínsecos y no por otro tipo de connotaciones.
Hoy, más que nunca, se ha extendido una serie de malentendidos acerca de esta cinta que, para bien o para mal, ha coincidido en su primera difusión con la explosiva situación de nuestra ciudad. Hay quien, absurdamente, habla de oportunismo, de comercialización de morbo y de aprovechamiento indecente de los intereses noticiosos concentrados en Medellín por estos tiempos. Creo que la única respuesta adecuada a estas acusaciones superficiales y desinformadas es ver la cinta y juzgarla por sí misma.
No futuro fue comenzada hace ya muchos años (demasiados para el ritmo de producción normal en otro país) y realizada a través de un fatigoso pero honesto proceso de factura. Todo comenzó con un artículo de periódico acerca del destino de un joven. Para Víctor Gaviria, en quien la tendencia a la autenticidad documental es un rasgo creativo básico, no era posible reconstruir ficticiamente esta historia con los habituales instrumentos narrativos, sets artificiales, actores profesionales o ajenos de algún modo a la esencia de los personajes, lugares de rodaje indiferentes. El camino inductivo fue el de buscar dónde pudo haber surgido una tal historia y trabajarla allí. Por sí mismo esto tenía que llevar a que el esquema inicial sufriera transformaciones radicales. La historia sobre el papel fue cediéndole el paso a la realidad, el contacto con el medio tenía que llevar necesariamente a sustanciales correcciones de lo que hasta entonces solo era imaginado o sospechado.
De ahí que la película no presente el típico esquema de una historia redonda, donde todo lo que aparece tiene una función dramatúrgica preestablecida y artificiosa. Tal vez no resulte fácil hacer un “resumen argumental” de una obra así, pero lo mismo podría decirse de muchas películas importantes de la historia del cine, más aún de las obras más complejas producidas a partir de los años sesenta. Lo que No futuro logra es un retrato vivo, verosímil, sin simplificaciones, de la vida de la gente en un barrio de Medellín, un registro de ese mundo, de sus culturas y subculturas, de su lenguaje, de sus traumas, de sus anhelos, de sus miedos, de su violencia, pero también de sus valores, de su ternura, de sus contradicciones. Y es convincente porque no está planteada como una tesis sociológica o antropológica, porque no busca ser una disección pedante y cientifista, sino que es el documento de un contacto, de una capacidad de observar.
Por eso resulta incomprensible e injusto todo intento de reducir la cinta a un esquema, todo esfuerzo por ponerle etiquetas, por asociarla con hechos y situaciones con los que no tiene directamente que ver. Quienes, tal vez sin verla, dicen que la morbosidad, la violencia y la actualidad de cosas como el sicariato son los ingredientes fundamentales de la cinta deberían compararla con cualquiera de las series brutales que pasa la televisión colombiana todos los días, con las películas que, como peste, ocupan continuamente nuestras salas de cine. No futuro es una película cuya violencia es más de implicación que expresa. Si nos sacude es porque la realidad que describe está ante nuestras puertas, porque los personajes que vemos y nos conmueven, con sus destinos trágicos, con su extrema juventud, son los de nuestra cercanía, porque el que ellos tengan el horizonte de la existencia tan desesperadamente cerrado es algo que nos duele en carne casi propia y es infinitamente más nuestro que lo que pueda sucederles a los personajes acartonados y seudohumanos de las cintas de consumo, sin sustrato ético de ninguna clase.
Pero No futuro no es importante solo por su tema. La sola actualidad nunca le ha dado rango cinematográfico a una cinta. Si yo considero a No futuro la única película argumental importante que se haya producido en este país, es porque Víctor Gaviria, a través de años de depuración y en muy difíciles condiciones creativas, ha sido el único director colombiano capaz de crear su propio lenguaje, un lenguaje original, llamativo, personal. El estilo de Gaviria no está calcado en formas tomadas del cine molido de cada día, sino que surge de sus propias necesidades expresivas. La manera como quedan plasmadas en imágenes estas calles, estas casas, estas personas es el primer testimonio fílmico importante de nuestra realidad urbana. Antes esa identidad estaba plasmada, tal vez, en algunos cuadros de Fernando Botero, en otra época, sin duda en la fotografía de Benjamín de la Calle y, sobre todo, en la de Melitón Rodríguez, puede que en alguna literatura. Ahora podemos decir que ha surgido también una imagen cinematográfica nuestra con dimensión artística y con toda la presencia realista y de verosimilitud que el cine confiere. No futuro tiene imágenes inteligentes y hermosas en su concepción, un montaje enérgico, una conducción de cámara insólita dentro de lo que el cine colombiano ha tenido para ofrecer. Y, ante todo, está la dirección de actores. No hay que decir que usar actores naturales sea algo deseable para todo el cine. Hay temas que se prestan a esta elección y otros que no. Y, además, es algo que requiere un talento particular que no todo director posee, ni siquiera algunos de los más famosos. Desde sus primeros ensayos en Super-8 Víctor Gaviria ha demostrado una particular habilidad en este campo y en No futuro los resultados son sorprendentemente buenos. Aun quien no entiende las expresiones dialectales, e incluso quien pueda apreciar la película solo desde lo visual, está en capacidad de disfrutar del halo de autenticidad que tienen los personajes de esta cinta, la veracidad de los sentimientos que expresan.
La selección de Cannes es, pues, el desprevenido reconocimiento de un talento que existía, que se había debatido en la muy problemática situación de quien quiere hacer cine en este país, de quien desde las insuficiencias del Super-8, pasando por el 16 y el 35 mm y por el video, por las historias argumentales y las documentaciones para televisión ha mostrado siempre una enorme coherencia de estilo, una mezcla profundamente sugestiva de poesía y realismo, un acercamiento tierno, serio, preocupado por los seres humanos que filma y una manera particularmente bella de mirar los objetos, los lugares, el mundo de la gente común. No sabemos si la película tenga un eco que la lleve más allá de Cannes, no sabemos si el jurado (en el cual hay grandes humanistas de la imagen como Bernardo Bertolucci, Sven Nykvist y Mira Nair e intérpretes de la sensibilidad de Anjelica Huston) la considerarán digna de ser tenida en cuenta para algún premio. Al fin y al cabo es estar en la cúpula de la producción mundial, en un festival donde por los pasillos van a caminar Fellini y Kurosawa, y no es nada fácil llamar la atención en esos grandes remolinos donde hay de todo a granel y para todos los gustos, lo mejor y lo peor.
Pero la película ha llegado al Palacio de los Festivales honestamente, por sus propios méritos, con la modestia y la timidez de quien la concibió y realizó, y para mí, para todos nosotros, es un motivo de emoción y de orgullo. Allí dará su testimonio de nuestra grandeza y nuestra miseria, en medio de muchos ojos escrutadores de todo el mundo. Ahora, lo más importante, es que la burocracia cinematográfica estancada de este país reflexione acerca de cuál es el cine que verdaderamente nos representa, nos habla directamente, el cine que es necesario fomentar, el cine que Víctor Gaviria no ha dejado de hacer nunca, en todas las formas, desde aquellos conmovedores rostros de niños ciegos, filmados con la cámara todavía inepta, temblorosa, de un poeta que comenzaba a mirar el mundo a través de un objetivo de cámara y desde entonces no ha podido dejar de hacerlo.
El Colombiano, 13 de mayo de 1990