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Salvar Bajo el cielo antioqueño

Bajo la lava y la ceniza, nuestra identidad


Desde que la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano se estableció como fundación sin ánimo de lucro, su prioridad fundamental fue el rescate y la preservación de las imágenes cinematográficas producidas en el país o de aquellas sobre Colombia hechas en el extranjero. La constatación inicial fue, naturalmente, descorazonadora: un altísimo porcentaje de esas imágenes, particularmente las más antiguas, están perdidas definitivamente. Pero esa misma constatación es lo que hace más urgente centrar la mira sobre lo poco que ha sobrevivido y que está en inminente peligro de desaparición, y, por supuesto, sobre las imágenes que se siguen produciendo actualmente en cine y en video, y que por inconsciencia y descuido pueden perderse para el futuro.

La Fundación Patrimonio Fílmico, en su breve existencia, ha comenzado el duro trabajo de descubrir y coleccionar esos materiales, un trabajo que se ve seriamente impedido por falta de fondos y, ante todo, por el desconocimiento y la indiferencia general de la gente frente a la necesidad de la conservación de las imágenes cinematográficas. Que muchas de estas imágenes se hayan perdido irremediablemente se debe a que quienes las producían, y siguen produciéndolas, han visto siempre en ellas, exclusivamente, un negocio de uso inmediato con un material de interés limitado. Una vez que el celuloide cumplía su función, como película argumental, noticiero, cuña publicitaria o instrucción didáctica, se pensaba que había dejado de interesarle a todo el mundo.

Este trabajo de la Fundación es una lucha contra el tiempo, si se tiene en cuenta que el deterioro y la destrucción de las pocas películas existentes es irremediable en las condiciones en que actualmente se encuentran. Es bueno detenerse un poco en las razones técnicas de esta afirmación, si bien nos referiremos solo al problema del nitrato que es el más agudo, aunque no el único. La preservación tiene también el problema del deterioro de los colores, de los materiales magnéticos y otros muchos.

Desde 1889, año en que la Eastman Kodak comenzó su producción industrial de rollos de película flexible (superando las placas rígidas de antaño), el material transparente de base fue la nitrocelulosa o nitrato de celulosa. Este tipo de rollos hizo posible la invención de la técnica cinematográfica (que requiere el paso de muchas imágenes en un segundo) en los últimos años del siglo. El nitrato, pese a las facilidades que ofrecía, tuvo desde el principio dos graves inconvenientes: su altísima inflamabilidad y su tendencia a descomponerse hasta la completa disolución. Pese a que la Kodak y otras empresas trabajaron durante años para buscar un material más estable y menos peligroso, fue solo a comienzos de los años cincuenta cuando se pudo encontrar un reemplazo satisfactorio con el acetato de celulosa.

La composición de la película de nitrato es similar a la del algodón de pólvora que se emplea en la manufactura de explosivos de alto poder. Aunque la película de nitrato no es, en sí misma, explosiva, arde casi veinte veces más rápido que la madera y tiene en sí tanto oxígeno que un rollo apretado puede, sin dificultad, arder completamente bajo el agua. Además la película de nitrato comienza a arder a la mitad de la temperatura que requiere la madera y se demora menos de un cuarto de segundo para encenderse si se queda pegada en la ventanilla de un proyector y recibe la fuerte luz del mismo. Para complicar las cosas, cuando la película de nitrato arde sin el suficiente aire, se liberan gases tóxicos que pueden formar ácido nítrico en los pulmones y causar una rápida muerte. Otros gases que se liberan son altamente explosivos y son los causantes de las explosiones secundarias que han ocurrido en los incendios tan comunes en otra época en los teatros y en nuestros días en cinematecas como la de México. En un ensayo en el cual fueron quemados 500 rollos de nitrato de un peso de 1.000 kilos, estos fueron consumidos completamente por el fuego en menos de dos minutos. Se produjeron llamas de dos metros y medio de diámetro y veinticinco metros de longitud y las explosiones arrojaron los rollos a 183 metros de distancia. Pero la película de nitrato tiene otra propiedad desagradable: a medida que se descompone comienza a arder a temperaturas cada vez más bajas. Es posible que las películas se incendien espontáneamente en temperaturas que pueden considerarse normales, como las de un fuerte verano.

La película de nitrato es químicamente inestable y se descompone permanentemente incluso a temperatura ambiente. Este proceso de deterioro libera gases que pueden dañar otras partes del mismo rollo, otros rollos de nitrato e incluso otras películas que estén cerca, aunque estén en copias de acetato de seguridad. La destrucción de una película de nitrato es inevitable. O terminará descomponiéndose por completo o incendiándose espontáneamente. Si el proceso no está muy avanzado es posible salvar el contenido, o parte de él, copiándolo en película de acetato, un proceso técnicamente complicado y, sobre todo, costoso. Un problema más, que contribuye a la dificultad del trabajo (y que es común al nitrato y al acetato), es que las películas se resecan, se encogen y se cuartean o, en caso de humedad, se llenan de hongos.

Se ve, pues, que el proceso de adquirir películas antiguas y guardarlas adecuadamente es solo el comienzo de la actividad de una organización como la Fundación Patrimonio Fílmico. El trabajo de producir copias de seguridad (que se supone que pueden sobrevivir cerca de 300 años si no se tiene en cuenta el deterioro de las películas en color que es otro problema) implica labores de arqueología, relojería, mecánica de precisión, artesanía y muchas más actividades pacientes y de dominio técnico: hay que revisar centímetro por centímetro de la película, remover todas las pegas viejas, volver a pegar todo, reparar los agujeros de transporte dañados, hacer una limpieza general con ultrasonido, corregir a veces la velocidad y balancear el grado de brillantez u oscuridad de la imagen, emplear equipos especialísimos para copiar formatos diferentes a los normales o películas que tengan casi todos los agujeros de transporte dañados.

El trabajo altamente especializado que se necesita para producir una buena copia de preservación requiere un grado enorme de habilidad y capacitación, algo que resulta, obviamente, muy costoso. Hace unos años se hablaba de, aproximadamente, unos 300 dólares por un rollo de diez minutos en 35 mm, sin contar los muchos gastos adicionales. No sé cuánto valdrá en este momento.

Ahora bien, ustedes pueden preguntarse si es un trabajo que vale la pena hacer y por qué. Se preguntarán por qué pueda valer la pena restaurar los antiguos noticieros de valor histórico y sobre todo, por qué merezca la pena el esfuerzo en pro de una película como Bajo el cielo antioqueño, que, obviamente, no es una obra maestra del cine. Sabemos que estamos en el momento adecuado para rescatar este que es el único testimonio completo (o casi), que sobrevive del pequeño cine colombiano del período mudo. ¿Es importante esforzarse por preservarlo? ¿O se va a permitir que sucumba en llamas o sobreviva un tiempo en rollos babosos y malolientes, una bomba de tiempo permanente e inservible? La respuesta no es de naturaleza nostálgica ni capricho de coleccionista de vejestorios. Hay razones más profundas e importantes para emprender este trabajo y para buscar apoyo económico para su realización.

Con las consideraciones técnicas anteriores he intentado crear una base de información que permita discutir con conocimiento de causa la urgencia y la necesidad de rescatar la única película colombiana argumental de la época del cine mudo que ha llegado hasta nosotros casi completa, y que resulta ser una cinta antioqueña y medellinense, con ligámenes estrechos con personajes importantes, con la historia y la imagen de esta tierra. Voy a intentar esbozar algunas de las razones que exigen este esfuerzo de restauración.

La primera razón de urgencia tiene que ver con el hecho técnico: hoy todavía existe esta película, llena de imágenes de Medellín y sus alrededores en los años veinte, de informaciones indirectas sobre el modo y ritmo de vida de la época, como un álbum de personajes y de lugares, pero con la sobrecogedora presencia que confiere el movimiento. Ver una foto de la Avenida La Playa con su quebrada abierta y sus puentes es una impresión distante y lejana. Recibir esta imagen en una gran pantalla, con gente que se desplaza, automóviles que pasan y con la profundidad que da el cine, es como entrar a una máquina del tiempo e introducirse en esa realidad que se fue para siempre. Mañana, y cada día que pase, ese material existirá un poco menos, porque el inflexible proceso de disolución química no se puede detener. Las dudas, las incertezas, las demoras no harán otra cosa que dejar que siga su curso un proceso irreversible. Dejar el trabajo para después puede implicar que, en determinado tiempo, esas imágenes desaparezcan para siempre.

Se preguntarán ¿por qué concentrar el esfuerzo económico en el rescate de Bajo el cielo antioqueño y no en el de materiales más valiosos? ¿Por qué no restaurar primero antiguos noticieros de valor histórico, político y social?, ¿por qué dedicarse a esta especie de precursora de nuestras telenovelas, realizada por la “jai” de Medellín y en la que no se habla de la vida de la gente ordinaria sino de la de los que todo lo tienen, hasta la posibilidad de divertirse haciendo cine?

Primero que todo es importante saber que el material de los años veinte es escasísimo en el país y que, cabalmente, la restauración de los pocos materiales documentales existentes fue la primera prioridad de la Fundación Patrimonio Fílmico y el esfuerzo de la empresa que los tuvo en su poder durante años: Esso-Intercol. Gracias a ese esfuerzo, desgraciadamente muy poco conocido y alabado, hoy es posible ver en material de seguridad momentos culminantes de nuestra historia de las primeras décadas de este siglo y esperamos que nuestros historiadores (buenos colombianos aferrados a la palabra y la retórica y sin tradición visual) comiencen a descubrir todo lo que se puede leer en estos documentos fílmicos. Quisiera poner un sencillo ejemplo. Durante años las biografías, la tradición, los testimonios de los que lo oyeron mencionaban a un famoso prelado colombiano como orador irrepetible y electrizante y decían que su mímica era hipnótica y su timbre de voz como una trompeta vibrante. Una de las películas restauradas nos lo muestra en esa su actividad tan alabada, es decir haciendo uso de la palabra, en los comienzos mismos del cine sonoro en el país. Abonándole la insuficiencia tecnológica, es posible decir, frente a esta película, que el abismo entre mito y realidad es desconcertante, debido a que los testimonios cinematográficos son particularmente insobornables y ricos en información irrefutable. De ahí que cualquier imagen mal lograda de un noticiero de hoy (por eso hay que preservarlas desde ya), será una fuente maravillosa de información en veinte, treinta o cincuenta años. De ahí también que cualquier mala película de diversión de hace medio siglo nos diga más sobre la gente, las costumbres y el modo de vivir de la época que muchos libros de antropología descriptiva. De ahí que Bajo el cielo antioqueño...

Hay otros materiales esperando restauración, entre ellos muchos noticieros de los años cincuenta en adelante, pero ellos, por estar en cinta de seguridad, no tienen la prisa de los nitratos. Y si se sopesa la importancia, el estado en que se encuentra el material, la urgencia de ser sometido a tratamiento, el valor cinematográfico e informativo, hay que sacar la conclusión de que el “divertimento” pionero de don Gonzalo Mejía, en el mismo año en que se hizo una de las cumbres del cine universal, El acorazado Potemkin, es la pieza de nuestro escaso cine nacional que merece más el turno de salvación y preservación.

1925 es un año en que el cine mudo universal había producido ya obras geniales, algunas irrepetibles. El nivel de nuestra película colombiana está, si se quiere, una década o más en retraso sobre la evolución del lenguaje cinematográfico. Sin embargo, no se trata de un bodrio inepto, como se han hecho tantos aquí, incluso muchas décadas más tarde. Los bogotanos Acevedo, a quienes don Gonzalo les confió la realización de su película, poseían una confiable profesionalidad y la cinta, por lo que puede verse por los fragmentos de prueba, tiene elementos narrativos que la hacen interesante y que cuentan bien su historia. Pero lo más importante es el marco de esa historia, las imágenes de muy buena calidad de la ciudad y su gente, de las antiguas calles y edificaciones, de fábricas, almacenes y clubes sociales, de iglesias, de las fincas de los alrededores y de Fredonia, del río Medellín, limpio y escoltado por una interminable fila de hermosos árboles, de un beneficio de café, de la actividad comercial, de los bancos de la época, del Hotel Magdalena en Puerto Berrío, del gran río y el barco David Arango, de los charcos de Barbosa, de los paseos y los absurdos trajes de baño, de las costumbres morales y sociales, de la vestimenta, de los cafetines. Y esta enumeración la hago pensando solo en los 20 minutos de imágenes de prueba que se han mostrado. Es, un poco, como quitarle a Pompeya sus capas de lava y ceniza para encontrar debajo los frescos luminosos, los impluvium, los templos y burdeles y hasta los soldados y los perros de guardia inmovilizados para siempre. Solo que aquí, en nuestra modesta ciudad sumergida, se siguen moviendo.

Y después de que esta película se haya hecho accesible seguiremos buscando otras que puedan existir todavía y haciendo lo posible por crear un archivo abierto, una memoria visual que ayude a la conciencia, a la identidad, a conocer nuestras raíces, nuestra evolución, lo bueno y lo malo que tenemos. Sabemos, ya lo hemos dicho, que un altísimo porcentaje de esas imágenes, particularmente las más antiguas, están perdidas definitivamente. Pero estas existen y son patrimonio de todos, como son tantas otras cosas que botamos por la borda con pasmosa facilidad y negligencia. Es un trabajo costoso, dispendioso, difícil. Ciertamente que no lo puede hacer uno solo, tenemos que hacerlo entre todos. Las razones que he mencionado son solo unas pocas. Hay muchas más.

Primera parte: El Colombiano, 14 de mayo de 1989 Segunda parte: El Colombiano, 4 de junio de 1989

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