Читать книгу Páginas de cine - Luis Alberto Álvarez - Страница 17
ОглавлениеParábola del retorno
La perspectiva de infancia en algunas películas contemporáneas
Quería mostrar algo como posible, en lugar de insistir siempre en que nada es posible. El cine debe intentar otra vez serle útil a los hombres
Lo peor de los Estados Unidos es la televisión, su auto-representación en la televisión. Es un acto absolutamente bestial, completamente deshumanizado, el concepto mismo del mal si se quiere
Wim Wenders
El medio de comunicación cine nació en barracas aparentemente poco dignas. Su primer público fueron las masas de obreros inmigrantes que, en los Estados Unidos, encontraban en las imágenes mudas su única distracción, su única clave de los sueños. Ya el incendio fatal de un cine en el Bazar de la Charité en París había costado la vida a muchos y alejado por largo tiempo a los curiosos pertenecientes a las clases educadas. De ahí en adelante la actitud de las instituciones, los gobiernos, la iglesia fue más de recelo y advertencia que de interés y fomento. En los años veinte, ciertos excesos, verdaderos y ficticios, de la comunidad de técnicos y artistas de Hollywood dejaron la impresión en mucha gente de que este lenguaje nuevo, este entretenimiento, este vehículo de ideologías era, más bien, algo deletéreo y que merecía ser evitado.
Sin embargo, a través de los poco más de noventa años de la cinematografía, personas sensibles, dotadas, en ocasiones geniales no han dejado de utilizar las imágenes en movimiento para comunicarnos algunas de las más profundas reflexiones sobre el ser humano, algunas de las observaciones más importantes sobre la existencia, algunas de las propuestas más lúcidas sobre la convivencia y las relaciones entre personas, algunos de los debates más intensos y de las sensaciones estéticas más estimulantes. Pero estas cosas es necesario buscarlas, rastrearlas, en medio de una marea de banalidades, de indignidades, de malas voluntades, que también tienen, por supuesto, el derecho y la libertad de servirse del cine.
Probablemente no sea casualidad que una buena parte de las mejores películas presentadas en el país en los dos últimos años sean reflexiones sobre la vida desde la perspectiva, más o menos explícita, de la infancia. Y tampoco es casualidad que esa misma perspectiva haya dado antes algunos de los momentos más intensamente significativos de la historia del cine y que esa perspectiva coincida con frecuencia con momentos de replanteamiento moral o rompimiento estético.
Esa perspectiva de infancia no tiene nada que ver con la tendencia de las últimas décadas a infantilizar formas y contenidos y presentarlos en fórmulas lúdicas banales y sistematizadas, forraje para el consumo de las masas estandarizadas de todo el mundo. Más bien se trata, de alguna manera, de cuestionar esta tendencia, de hacer un alto en un sistema de producción enloquecido e introducirse en los meandros de la memoria para encontrar en ellos puntos de partida, orígenes de situaciones, razones de vida. A la tecnología furiosa se opone en esta actitud el placer de contar, el gusto por unas imágenes que puedan ser contempladas, que tengan en sí alguna respuesta para la desapacible situación de presente.
Más que nostalgia evasiva hundida en bellezas pretéritas, hay un deseo de encontrar algo que sirva todavía, que pueda ser restaurado y puesto en actividad, ya que la fiebre de un progreso sin condiciones terminó destruyendo muchas cosas que no deberían haber sido destruidas nunca. Para ello, es lógico, la mirada de un niño es la más conveniente, la mirada del niño que uno ha sido, el repaso de las propias experiencias antes de los prejuicios, de las mentiras, de los compromisos.
Es llamativo que algunas de las películas que han emprendido este viaje de la manera más convincente son obra de realizadores de talento, que durante un tiempo sintieron y siguieron la llamada de sirena de Hollywood. El fenómeno no puede clasificarse como moda y, dado el nivel de las aproximaciones, puede interpretarse como la necesidad de una importante (si no grande) parte del cine actual de hacer una reflexión humana y artística, no desde un análisis intelectual sino desde el plano de las emociones, de la sensibilidad, de las relaciones interpersonales. Hay que tener en cuenta que quienes hoy nos ofrecen esos productos son, en buena parte, protagonistas de la famosa generación del 68, aquellos que buscaron dar respuestas (aunque fueran esquemáticas) a la realidad, encontrar soluciones claras a las que fuera posible atenerse, revolucionarias, estructuralistas o de cualquier otro tipo. Sin que uno busque en estas películas declaraciones o rompimientos fundamentales, puede decirse que ellas revelan una actitud que, aunque externamente pueda parecer de avestruz, es el buen signo de una recuperación humanista.
La infancia, el padre, la madre son hilos conductores en la obra de un director que puede considerarse el paradigma de lo que puede llamarse el nuevo humanismo cinematográfico: Andréi Tarkovski. Este decía en una entrevista acerca de El espejo: “Intento expresar lo que la infancia significa para todos y, además, explicar la nostalgia por la infancia que cada uno de nosotros lleva dentro. Sobre todo si, en aquellos años, no ha sido capaz de dar todo aquello que se esperaban de él todos los que lo amaban, comenzando por la madre”. Y más adelante: “La autenticidad realista, de hechos que pertenecen al pasado, se acompaña con acontecimientos privados vueltos a ver a través de la inquietud nostálgica de los sueños de hoy. Unificando los ‘pequeños’ recuerdos de infancia y los ‘grandes’ acontecimientos que han sacudido al mundo. Pero todo, repito, visto a través de los ojos con los cuales veo hoy a mi madre, mi infancia, la vida”. Con ello podría, verdaderamente, definirse la actitud que quiero describir en las películas a las que me estoy refiriendo.
Estas películas, cada una a su manera, buscan pistas en el mapa del pasado, una clave para poner en la misma longitud de onda el lenguaje que hablamos hoy y el que hablan los habitantes de ese otro planeta que es lo que el tiempo se llevó. No por un jugueteo sentimental sino como interrogación sobre el fenómeno del tiempo, sobre la incidencia de lo que fue en lo que es. Es la búsqueda de Proust y Borges y también la de Alain Resnais. L. P. Hartley comenzaba su novela El mensajero (que en la versión para la pantalla de Losey es una obra como las que comentamos) con esta hermosa frase: “El pasado es un país extranjero: en él las cosas se hacen de otro modo”. En un mundo donde los temas fundamentales son los del poder, el dinero y la fuerza, unas pocas películas se preocupan por discutir las decisiones fundamentales de la existencia, las cosas que han podido ser de otro modo, el hecho incontestable de que no se puede cambiar el destino, lo ya realizado, pero sí darle un sentido de acuerdo con el propio albedrío. Se desearía volver a vivir conscientemente aquellos episodios de la vida que pasaron sin ser reflexionados; sabemos que no es posible. Pero el cine nos permite reflexionar sobre ellos, asumir la perspectiva de quien ve las cosas por primera vez, con asombro, con absoluta apertura: los niños.
Inédito. Escrito a partir de un párrafo original de la crítica publicada en El Colombiano, 2 de octubre de 1988