Читать книгу Páginas de cine - Luis Alberto Álvarez - Страница 6
ОглавлениеIn memoriam
Hernando Salcedo o el amor al cine
La desaparición de Hernando Salcedo Silva es casi simbólica porque parece acompañar la extinción de la cultura cinematográfica en nuestro país, una realidad que siempre fue mínima, frágil y amenazada, pero que gente como él supo mantener viva y ayudó a transmitir de generación en generación. El entusiasmo, la emoción, la receptividad de Hernando Salcedo frente a las mejores obras de la pantalla, fue siempre una cualidad contagiosa. Esa sensibilidad le creó puentes permanentes hacia la gente joven, que lo rodeaba espontáneamente y establecía con él una relación natural y creativa, sin estorbos. Hernando no era clasificable en lo que hoy llamamos “crítica de cine”, si bien escribió muchos artículos en periódicos y realizó un sinnúmero de programas radiales en los que comentaba las películas de la cartelera nacional. Su actitud no era tanto de análisis, sino más bien de contar, de transmitir, de informar, con una pasión y un regusto que no será fácil volver a encontrar entre nosotros.
Hernando Salcedo Silva era un caballero muy especial, un hombre completamente moldeado por su identidad santafereña, pero no en esas versiones artificiosas y untuosas que constituyen el clisé bogotano, sino de manera perfectamente auténtica, marcada de nobleza y de valores extinguidos. Hernando logró realizar toda su existencia en el corazón del viejo Bogotá, en su apartamento de la avenida Jiménez. Y mientras todo a su alrededor se transformaba y se deterioraba, en esta casa seguía concentrada la esencia de sus anhelos. Bajo los techos altos y estucados se apilaban las revistas, los recortes, las fotos, los “heraldos”, los testigos de las mejores décadas del arte cinematográfico, coleccionadas con amor, sabiamente desorganizadas, un tesoro de cultura e información que con el cine compartían otras expresiones artísticas que él disfrutaba y conocía mejor que muchos: el ballet, el jazz, las tiras cómicas. Uno no podía menos que sentirse fascinado en este “Gabinete de Caligari”. Todavía tiene para mí carácter de sueño brumoso una cena en esta casa, servida con cálida finura por la madre de Hernando, una cena en la que los espíritus acompañantes y el tema de conversación eran Lili Damita, Florence Vidor o Nita Naldi.
Pero el mundo de Hernando no era tan irreal como a primera vista podía parecer. Si hoy en día puede comenzar a hablarse con mucho más fundamento de cine colombiano, si, después de muchos intentos, ya vamos teniendo películas que dan esperanzas y que comienzan a ser apreciadas, Salcedo Silva es parte indispensable en este proceso. Difícilmente ha habido alguien en el país que se haya esforzado tanto por crear un cine nacional. Fue un mentor de este cine, apadrinando y defendiendo incluso sus más penosos balbuceos. Su entusiasmo por toda obra cinematográfica realizada en Colombia fue entendido con frecuencia como paternalismo irresponsable, pero, retrospectivamente, se ha demostrado como el espíritu impulsor, el alma de una empresa que parecía imposible, pero que es una realidad.
Por otra parte, este impulso no fue solo moral. Un elemento fundamental para nuestra identidad cinematográfica tuvo en él a su realizador más importante: la recopilación de películas, de documentos, de testimonios de nuestra exigua historia del cine fue un trabajo iniciado por él, sin medios, ni apoyo, y nadie podrá, de ahora en adelante, hacer este tipo de trabajo sin contar con el suyo. A esto se añade que Hernando no era para nada la típica “urraca” recopiladora, característicamente egoísta. Las películas que coleccionó durante años están en pésimo estado debido a que, con toda razón, consideraba que el cine era algo para ser mostrado y ponía a disposición de todos, con enorme generosidad, todo aquello que para él era importante y que debía serlo también para otros. Era, ante todo, el cineclubista por excelencia, el hombre para el cual la exhibición cinematográfica era la última etapa del proceso creativo de una película. Muchas generaciones descubrieron el amor al cine asistiendo a una de las innumerables sesiones que él presidió y que no dejó de presidir nunca. Podría haber hecho muchas más porque, pese a sus 70 años, tenía todavía la fuerza de espíritu para hacernos considerar su muerte como temprana.
Nos hará falta Hernando Salcedo. Su actitud fresca, “naíf” en el mejor de los sentidos, su adoración exultante por sus divas favoritas, su veneración por Hawks, por Hitchcock, por las películas de Tarzán, su amistad sincera, su honestidad, su cristianismo profundo, su fibra vibrátil de auténtico artista. Es el tipo de personas que no encuentran reemplazo, por lo menos tan fácilmente. Hernando Salcedo Silva, padre del cine colombiano, acuérdate de nosotros.
El Colombiano, 25 de enero de 1987