Читать книгу Diario de máscaras - Luisa Valenzuela - Страница 14
Adenda zoológica
ОглавлениеEmpecé tocando los lentos babeantes caracoles de tierra, cuernitos de ternura.
Estando embarazada jugué a ser un hipopótamo en tibio río africano.
Nunca quise jugar al avestruz. Sí al emu, que no escondía la cabeza en la arena.
Me adorné con víboras, me las puse como collares y pulseras, igual que la Phidusa.
Antes que nada, para empezar la historia, me senté sobre el montículo de hormigas y me cubrí de hormigas coloradas. Lindo bicho, dije, admirándolas.
Quizás aún antes hubo otros contactos; no los tengo registrados.
Toqué la negra aterciopelada tarántula que me presentó el criador.
Toqué la boa constrictora y toqué la anaconda.
He tocado al puma suelto. Al tigrillo lo empecé a tocar con la punta de mi lápiz, lo seguí tocando con un dedo, la mano, y por fin lo saqué de la jaula y me lo acerqué a la cara.
Palmeé el rinoceronte en cautiverio (y al rinoceronte pareció gustarle).
El guardián de un zoológico me arrancó del sitio dos milímetros antes de acariciarle la zarpa extendida al oso polar.
Hubo besos y abrazos de chimpancés, montonal de abrazos de Darwin, el mono araña amigo.
Nos entendimos con aquella perra boxer (¡guardiana!) que en Oberá, Misiones, me invitó a pasar al jardín, me guió hasta su casa-cucha y para espanto de sus dueños me permitió alzar sus cachorritos recién nacidos.
Alguna vez toqué una lagartija, la tuve entre las manos sin haberla cazado.
Memorables sapitos de Punta del Este, negros como de seda fina con la panza a puntitos rojos y amarillos. Había muchos entonces; hoy ya están casi extinguidos.
Para no hablar de bichitos de luz, luciérnagas, mariposas (¿y la crueldad de convertirlos en joyas?).
Mi langosta saltona favorita en el año de la manga de langostas. Renga la pobre. Creo que la bauticé Pancho.
Muchísimos perros y gatos, claro.
Un pájaro se quedó en lo alto de una ruina en Massada, dejándome acercar muy cerca. Y abajo el Mar Muerto.
Podría hacerme amiga de un ratón. De una araña; las respeto, como a la araña Estrella, o a las Pepitas patudas de mi casa en Tepoztlán.
Nunca de un leopardo negro como el de la otra noche en sueños, el que se fue acercando incontenible por puertas que no cerraban bien. Una puerta a cada lado de la misma pared. No podía cerrarlas y tampoco importó tanto, porque el leopardo negro pasó a formar parte o era parte de esa pieza, de esa escena, de mí misma. Mi máscara.