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Adenda. Casuarios, un microrrelato

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En la isla teníamos nuestras guerras sagradas. Las cabezas del enemigo eran nuestros dioses, bebíamos de copas hechas con sus cráneos, decorábamos los cráneos con toda riqueza, los venerábamos.

Llegaron los misioneros blancos. Nos dijeron que estaba mal matar porque éramos todos hermanos. Dijeron que somos unos pocos apenas y nos vamos a exterminar entre nosotros. Pero los hermanos también tienen sus rivalidades y sus peleas, les dijimos.

No pueden matarse van a acabar exterminándose del todo, nos dijeron. Ustedes son pocos, nos dijeron.

Para dirimir nuestros conflictos tuvimos que crear las carreras de casuarios. Los misioneros blancos aplaudieron y nos hablaron de Cristo. En realidad las carreras las corremos nosotros cargando sobre nuestras espaldas cada uno un casuario; corremos todos y es el número de casuarios recién muertos el que denota nuestra prodigalidad y despilfarro.

A los misioneros blancos no les importa. Hasta nos permiten pintarnos la cara para estos encuentros. Hay que ser muy rico para estas carreras; se necesita mucho tiempo para prepararnos; hay que juntar muchos casuarios. El pájaro más grande más feroz más cotizado de nuestra isla. De la tierra, dicen. Cuando las familias rivales se enfrenten matarán más de cincuenta casuarios; cada uno vale una fortuna.

Para colmo vinieron los científicos blancos a decirnos que no hay que matar más casuarios salvajes, que quedan muy pocos en la isla en el mundo que vamos a extinguir la especie.

Les preguntamos a los misioneros por qué tienen tanto poder los blancos y tienen tantas pertenencias que nosotros no tenemos y por qué los blancos saben todo lo que pasa más allá de la isla y hasta en la isla.

Nos contestaron que tienen poder porque ellos son muy evolucionados y son muchos muchos muchos, están en todas partes saben todo.

¿Ustedes son muchos?, preguntamos. ¿Son más que los casuarios?, preguntamos.

Diario de máscaras

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