Читать книгу Diario de máscaras - Luisa Valenzuela - Страница 16
Adenda botánica
ОглавлениеVale la pena comprobar hasta qué punto los pueblos que usan máscaras de madera, salvo los latinoamericanos de influencia española, veneran al árbol, ese hermano de los cuatro elementos que se conecta con el fondo de la tierra y con el aire, que en su aspecto benéfico se emparenta con el agua y en el aspecto opuesto con el fuego.
Más allá de los celtas y los famosos robles, son muchos los pueblos que tienen sus especies sagradas: el palo borracho o yuchán de los chané de extracción guaranítica, los baobabs de los dogón y otras etnias africanas, la ceiba que en Cuba reemplaza al baobab en los cultos de la santería, el banyan, ese ficus gigante sagrado para los balineses, el pero selvatico o peral silvestre de los sardos. Todos estos pueblos se ven en la necesidad de hacerles ofrendas al árbol, y pedirle permiso y apaciguarlo antes de podarle una rama o talarlos para tallar las máscaras.
Como si la máscara fuera la continuación de la vida del árbol, siendo el único objeto salido de la mano del hombre que puede adquirir fuerza de vida. La savia que antes circulaba por el tronco de origen parecería ingresar así en una dimensión inmaterial y sin embargo vibrante.
En muchas regiones del mundo las máscaras de madera son consideradas pararrayos o antenas para captar la energía del universo, la fuerza vital llamada ka por los egipcios, la misma que los indios iroquoese llaman orenda, los brasileros del candomblé llaman axé (ashé), y taksu los bailarines balineses.