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Capítulo 6

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Al día siguiente, instalada en el espectacular lujo del jet privado de Mikhail que iba a llevarlos a Chipre, donde los estaba esperando su yate, Kat fingió leer una revista.

Por el momento, Mikhail no le había pedido que hiciese ninguna labor de compañía. Había trabajado sin pausa desde que habían embarcado a media mañana. Había hablado por teléfono, trabajado en el ordenador y había dado instrucciones a la empleada que viajaba con ellos. Kat se sintió aliviada porque todavía estaba avergonzada por el comportamiento que había tenido con él la noche anterior. ¿Cómo había podido perder así los papeles? ¿Por qué demonios le había confesado que era virgen? Eso no era asunto suyo y era una información completamente superflua para un hombre con el que no tenía ninguna intención de intimar. Jamás se le olvidaría la expresión de sorpresa del rostro de Mikhail al oír aquello. Después, abochornada, se había limitado a huir, y tras darle las buenas noches se había refugiado en su dormitorio.

¿Virgen? Mikhail seguía dándole vueltas a aquella sorprendente información. Tuvo que admitir a regañadientes que eso explicaba en gran parte la manera de pensar de Kat. De repente, cobraban sentido cosas que no había entendido antes. Por eso se había puesto tan nerviosa y había reaccionado de manera tan exagerada cuando se había acercado a ella en su casa. ¡Y por eso había insistido en que no se acostaría con él! Pero no podía evitar que lo desconcertase que una mujer tan bella y sensual, tan vital, pudiese haber estado tantos años privándose del placer físico. Sus sospechas de que Kat quería jugar con él, como debía de haber hecho con muchos otros, se quedaron allí. Y, además, sus palabras, en vez de desalentarlo hicieron que la desease más que nunca. ¿Sería porque nunca había estado con otro hombre? ¿Por la novedad de la situación? Era otra pregunta más que Mikhail no podía responder. La estudió a escondidas, fijándose en la delicadeza de su perfil, en sus ricos rizos rojizos y en las piernas largas y esbeltas que tenía cruzadas y estaban ligeramente en tensión. Aunque Mikhail sabía que no estaba contenta de estar allí, no pudo evitar sentir una mezcla de deseo y satisfacción. Apartó su ordenador portátil y le pidió a su ayudante que fuese a hacer su trabajo.

Kat miró a Mikhail de reojo, rindiéndose a la terrible fascinación que literalmente la consumía en su presencia. Sintió su preocupación y se preguntó si estaría pensando en ella. Luego se arrepintió. No quería su atención, nunca había querido su interés, se reprendió a sí misma. Pero ¿cómo encajaba aquello con la traicionera satisfacción que le producía el hecho de que la encontrase tan atractiva? Había algo en su interior que aplaudía la atracción que ambos sentían, algo con lo que no podía terminar, algo que la asustaba porque parecía estar fuera de su control.

–¿Te gustaría beber algo? –le preguntó Mikhail suavemente.

–Agua, solo agua, por favor... –respondió Kat, a la que se le había quedado la boca seca al mirarlo a los ojos.

Pensó que no sería buena idea beber alcohol si quería mantenerse alerta. Mikhail tenía unos ojos increíbles y ella se puso colorada solo de pensarlo.

Mikhail tocó el timbre y una azafata apareció para atenderlos. Inquieto como un gato salvaje, Mikhail se puso recto y observó cómo bebía Kat el agua. El temblor del vaso en su mano era casi imperceptible. Kat podía luchar contra ello todo lo que quisiera, pensó triunfante, pero se sentía tan atraída por él como él por ella. Alargó la mano para quitarle el vaso y dejarlo a un lado y la hizo ponerse en pie. Ella lo miró sorprendida.

–¿Qué pasa? –inquirió, nerviosa.

–Voy a besarte –murmuró él con voz ronca.

Aquello la tomó completamente desprevenida.

–Pero...

–No necesito que me des permiso para darte un beso –argumentó Mikhail–. Solo lo necesito para llevarte a la cama. Y eso me da bastante margen, milaya moya.

Kat se estremeció ante una interpretación tan catastrófica de su acuerdo. Ella había dado por hecho que si Mikhail había aceptado que no se acostaría con ella, tampoco intentaría tocarla en ningún momento. ¿Para qué iba a desperdiciar tiempo y energía en juegos preliminares si no iba a poder culminar su deseo? Le molestó que Mikhail estuviese forzando las normas y no haberse imaginado que intentaría engañarla.

–No quiero –le dijo ella con vehemencia, con el cuerpo rígido entre sus brazos.

–Permite que te demuestre qué es lo que quieres –le respondió él, hundiendo la mano en su melena rojiza.

Y entonces la besó apasionadamente, sus labios la devoraron y su lengua entró en su boca a entrelazarse eróticamente con la de ella, haciendo que Kat se pusiese a temblar. La habían besado antes, pero no había sido nada en comparación con aquello. De repente, notó que el sujetador le oprimía los pechos. Tenía los pezones tan duros que casi le dolían y un agradable cosquilleo entre las piernas.

Notó una mano grande en su trasero, que la apretaba contra él, contra su erección. Sintió un ligero dolor en la pelvis acompañado de mucho calor y se le doblaron las rodillas.

Lo despeinó y Mikhail levantó la cabeza para mirarla.

–Ya ves... –murmuró con la respiración entrecortada, controlando el deseo con su enorme fuerza de voluntad, decidido a no estropear el momento–. No tienes nada que temer.

Sin respiración, Kat volvió a apartarse de él, destrozada por el efecto que Mikhail tenía en ella y porque su cuerpo protestaba al verse desconectado de la fuente de energía y excitación que Mikhail le había enseñado a ansiar. ¿Cómo que no tenía nada que temer? ¿Era una broma? En esos momentos no podía estar más aterrada. Mikhail era un depredador de pura cepa y estaba jugando con ella como un gato con un ratón, estaba muy seguro de sus armas de seducción. Y era normal. ¿Cómo había podido contarle a un hombre como Mikhail que era virgen? Aquello había sido como ponerle una alfombra roja al enemigo.

«Permite que te demuestre qué es lo que quieres». ¿Cómo se atrevía? Como si ella no supiese lo que quería; como si estuviese tan confundida que necesitase que un hombre le enseñase algo. Ya sabía que se sentía atraída por él, pero no estaba preparada para hacer nada al respecto. ¡Era su decisión! Temblando de ira y de frustración, volvió a sentarse en su asiento y se negó a volver a mirarlo. A lo mejor Mikhail utilizaba su debilidad contra ella, pero ella era mucho más fuerte que eso. Apretó los dientes y contuvo unas palabras que solo servirían para que Mikhail se diese cuenta de lo nerviosa que estaba. Todo por culpa de Mikhail, que con un apasionado beso la había dejado completamente desorientada.

Mikhail saboreó su vodka tan contento, sin preocuparse por el furioso silencio de su acompañante. Estaba enfadada, pero él ya había sabido que reaccionaría así. Era una mujer fogosa e independiente, que estaba acostumbrada a hacer siempre lo que quería, pero él no iba a retroceder como un niño pequeño al que le hubiesen pegado en la mano por hacer algo mal, y era mejor que Kat conociese la jugada desde el principio. Llevaba demasiado tiempo andándose con miramientos con ella. Aquel no era su estilo con las mujeres y había llegado el momento de volver a ser él.

Cuando el avión aterrizó en Chipre, se subieron a un helicóptero. El ruido de las hélices hizo imposible cualquier conversación. El aparato aterrizó en la proa de un enorme yate y Kat se quedó alucinada. El yate era mucho más grande de lo que se había imaginado y mucho más elegante. Ya había en él un par de helicópteros más.

–No esperaba un barco tan grande –confesó, mientras Mikhail hacía que se alejase del helicóptero empujándola suavemente por la espalda.

Él sonrió al decirle cuánto medía y la velocidad máxima a la que podía navegar. Era evidente que estaba muy orgulloso de él y Kat lo escuchó educadamente mientras él le contaba dónde había sido construido, a quién había elegido para que lo diseñase y por qué, además de todos los detalles que tenía. A pesar de que a Kat le interesaba muy poco todo aquello, se acordó de su difunto padre, que le había hablado con el mismo entusiasmo del último cortacésped que había adquirido. La comparación estuvo a punto de hacerla reír, porque sabía que Mikhail se indignaría si se enteraba de que estaba comparando su preciado yate con un cortacésped.

Un hombre con gorra de capitán saludó a Mikhail y este se lo presentó. Después, Kat se apartó un poco para apoyarse en una barandilla y el viento le apartó el pelo del rostro mientras ella admiraba cómo la impresionante proa segaba las aguas turquesas del mar Mediterráneo. Hacía un día precioso: el cielo estaba azul y el sol brillaba con fuerza, calentándole la piel, y a pesar de seguir enfadada con Mikhail, se alegró de estar viva en un día como aquel.

Una azafata vestida de uniforme se acercó y le dijo que se llamaba Marta. Después, se ofreció a enseñarle su camarote. Kat dejó a Mikhail charlando con el capitán y siguió a la azafata por una increíble escalera curva de cristal, la cual, según le informó Marta, se iluminaba y cambiaba de color al anochecer. Ella no comprendió para qué querría alguien una escalera que cambiaba de color, pero el lujo del camarote de invitados la dejó boquiabierta. La cama estaba situada en una pequeña tarima y había unas puertas que daban a un increíble baño de mármol, un vestidor y un balcón privado con muebles y todo. Un asistente llegó con su equipaje y Marta se dispuso a deshacerlo.

–¿Cuándo llegarán los demás invitados? –le preguntó Kat.

–Más o menos en una hora, señorita Marshall –le respondió ella.

Aliviada por la noticia de que no iba a tener que estar a solas con Mikhail ni siquiera un día, Kat decidió cambiarse de ropa para empezar a desempeñar su papel de anfitriona. Escogió un vestido sencillo, pero elegante de color terroso de entre su vestuario nuevo, se refrescó en el cuarto de baño y salió de él justo cuando se abría otra puerta en el extremo opuesto de su habitación. Mikhail entró por ella.

–Te has vestido... de manera excelente –le dijo.

A través de aquella puerta abierta Kat vio otra habitación, que debía de ser la de él, y se ruborizó al darse cuenta.

–¿Hay una puerta que comunica tu habitación con la mía?

Él sonrió divertido.

–¿Qué querías, que la condenase solo por ti?

Ella apretó los dientes.

–Por supuesto que no, pero, para tu información, a partir de ahora estará cerrada con llave.

–Tengo una llave maestra de todas las habitaciones del barco, pero no te preocupes, no hace falta que protejas tanto tu intimidad, a mí también me gusta tener la mía –le informó Mikhail en tono seco mientras la examinaba de la cabeza a los pies–. Ese color te favorece... Lo sabía.

Kat ya estaba muy tensa.

–¿Has elegido mi ropa... personalmente?

–¿Por qué no? Llevo comprando ropa a mujeres desde que tenía dieciocho años –le aseguró Mikhail.

Kat se dijo exasperada que aquella era otra muestra de su obsesión por controlarlo todo, pero era mejor que no se alterase demasiado por ello. No obstante, el hecho de que Mikhail hubiese escogido su ropa, a su gusto, le resultó un gesto alarmantemente íntimo. Demasiado íntimo. Ella había dado por hecho que le había encargado la tarea a otra persona. Y prefería no pensar eso de que llevaba desde la adolescencia comprando ropa a mujeres. Eso la sorprendía y la extrañaba. El mero hecho de imaginárselo con otras mujeres era ofensivo y darse cuenta de ello la consternó. No era posible que tuviese celos.

–Yo no soy tu mujer –le recordó en tono gélido.

–Entonces, ¿qué eres? –replicó él, arqueando ligeramente una ceja, como si estuviese deseando que ella le intentase explicar cuál era el papel exacto que tenía en su vida.

–Tu acompañante... –dijo Kat en tono forzado.

Él sonrió de manera carismática. Sus espectaculares ojos brillaron como dos diamantes negros contra la luz del sol, su atractivo sexual hizo que a Kat se le quedase la boca seca y se le acelerase el pulso. Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada de él e intentar controlar su corazón.

–No soy tu mujer –insistió.

–Pero no dudes ni un instante de que ese es mi objetivo, milaya moya –le advirtió él con voz aterciopelada al mismo tiempo que alguien llamaba a la puerta.

Era la misma rubia enérgica que había visto en su despacho de Londres, Lara, que los miró a ambos de forma escrutadora antes de darle un archivador a Mikhail que, inmediatamente, se lo pasó a Kat.

–Son los perfiles de los invitados –le explicó.

Kat lo aceptó mientras se decía a sí misma que Mikhail no sería una amenaza mientras ella se mantuviese con la cabeza encima de los hombros. Aquellas vacaciones en su yate eran solo un paréntesis en su vida, no una parte real de ella.

–Gracias. Los estudiaré.

Mikhail levantó la barbilla, se dio la vuelta y regresó a su habitación. Kat lo siguió rápidamente y echó el cerrojo de la puerta antes de salir al balcón a sentarse en un cómodo sillón de mimbre a leer el documento que acababan de darle.

En total había veinte invitados, más de los que ella se había imaginado. Entre ellos, varios magnates con sus parejas e hijos adultos, así como un conocido empresario y su novia, que era actriz. No obstante, se había tranquilizado al recibir aquel archivador, porque eso le recordaba que estaba en el yate con un objetivo, y pretendía cumplir con sus tareas lo mejor posible. Para ello, empezó a memorizar la información que le habían dado.

Una hora después, Lara reapareció para acompañarla al piso de arriba, donde tenía que recibir a los invitados de Mikhail, que iban a llegar en los helicópteros que este había enviado a buscarlos. Lara se había cambiado de ropa y se había puesto un vestido plateado muy corto, que hizo que Kat se sintiese muy poco elegante a su lado. Se recordó a sí misma que Mikhail le había dado su aprobación, pero eso hizo que volviese a sentirse mal. Al fin y al cabo, no era su mujer; no le pertenecía en ningún aspecto y no tenía ninguna intención de cambiar de opinión al respecto.

El salón era un espacio muy grande, lleno de luz y amueblado de manera muy lujosa. Con Lara a su lado, Kat charló con una rubia muy bien conservada que llevaba, para su tranquilidad, un vestido sencillo. No obstante, a Kat le bastó con echar un vistazo a su alrededor para darse cuenta de que las invitadas más jóvenes iban vestidas de fiesta, con las piernas al aire, generosos escotes y muchas joyas. De repente, se hizo un silencio y Kat notó que se le erizaba el vello de la nuca. Giró la cabeza y vio entrar a Mikhail, ataviado con unos chinos y una camisa abierta. A Kat se le encogió el estómago al verlo tan impresionante. Todas las mujeres lo miraron con deseo y se acercaron a rodearlo.

–Las mujeres siempre actúan así con el jefe. Ya te acostumbrarás –le susurró Lara al oído en tono empalagoso y comprensivo al mismo tiempo.

–No me molesta –respondió ella, levantando la barbilla y poniendo la espalda muy recta.

Mikhail era un hombre muy guapo y sexy, un hombre como no había conocido a otro, sí, pero podía soportarlo. Y podía soportarlo porque el aspecto y el sex-appeal eran solo algo superficial. No tenía ninguna intención de tener una relación con un hombre al que solo le interesaba su cuerpo.

Lara la miró con poca convicción y añadió:

–Muchas mujeres están dispuestas a aguantar mucho solo por permanecer en la vida del jefe.

–Yo estoy conforme –respondió Kat evasivamente, incómoda con la conversación.

Ignoraba si el personal de Mikhail sabía que solo la había contratado para hacer un trabajo y no quería ser indiscreta. Al fin y al cabo, lo que había en juego era su casa y, aunque el objetivo de Mikhail pareciese ser sexual, el de ella era solo recuperar su casa. E iba a conseguirlo, estaba segura, sin incluir el sexo en el acuerdo.

–Aquel es Lorne Arnold –murmuró Lara, que se había dado cuenta de que a Kat le incomodaba su curiosidad–. Yo le prestaría una atención especial. Parece aburrido.

Kat asintió e intentó recordar todo lo que había leído de él. Lorne Arnold. Con solo treinta y tres años, era un promotor inmobiliario de mucho éxito en Londres y en esos momentos estaba trabajando en un proyecto con Mikhail. Era un hombre atractivo, con el pelo rubio y largo, casi le llegaba a los hombros. Su acompañante, Mel, una prestigiosa analista financiera, no estaba por allí. Lo más probable era que hubiese ido a cambiarse de ropa. Kat fue hacia él y, de camino, le hizo un gesto a un camarero para que la siguiese con su bandeja.

Mikhail barrió la habitación con la mirada hasta que encontró lo que buscaba. Se puso rígido. Kat estaba riendo y sonriendo a Lorne Arnold. Vio con incredulidad que este le ponía a Kat una mano en el brazo para enseñarle uno de los cuadros que había en la pared y guiarla hacia él. ¿A qué estaba jugando Lorne? ¿Cómo se atrevía a flirtear con Kat? ¿Y por qué le seguía ella la corriente? Desde luego, con él no se comportaba así. Nunca se dignaba a reír ni a sonreír. Kat seguía tratándolo como una reina ante un plebeyo y eso lo enfadó. En la única ocasión en la que le complacía su respuesta era cuando la tenía entre sus brazos y era incapaz de reprimir la pasión.

–Ty v poryadka... ¿Estás bien? –le susurró Stas, que acababa de llegar a su lado.

Mikhail estaba furioso y prefirió no responder. Kat estaba charlando animadamente con Lorne y él la tenía agarrada por la cintura mientras contemplaban el cuadro. Mikhail se sintió tan ofendido que habría sido capaz de separarlos bruscamente y tirar a su socio por la borda. Kat era suya. «Es mía», gritaba su cuerpo. Y en esos momentos habría sido capaz de romperle los brazos a Lorne por haberse atrevido a tocarla. «Maldito arte», pensó amargamente mientras se abría paso entre sus invitados. Pensó que había sido el arte el que había hecho que Kat y Lorne conectasen, ya que él formaba parte del Consejo de Arte Británico y ella había estudiado Bellas Artes. Por su parte, él solo había comprado su extensa colección como inversión y jamás se habría atrevido a hablar de ninguna de las obras, ya que artísticamente no le interesaban. Y, por primera vez en su vida, no estaba de humor para admitir que era un inculto.

Kat notó que un brazo la agarraba con fuerza por la cintura y la aferraba a un cuerpo fuerte, caliente y masculino. Desconcertada, a pesar de saber inmediatamente de quién se trataba, intentó zafarse mientras Mikhail murmuraba su nombre y después se dirigía a Lorne Arnold. Ella se ruborizó y el otro hombre se puso tenso y adquirió un gesto de sorpresa al ver cómo la abrazaba Mikhail. Unos dedos largos y delgados le apartaron la melena de rizos rojizos del delicado hombro y unos labios calientes, masculinos, se posaron en su cuello, haciendo que sintiese una oleada de calor por todo el cuerpo. A pesar de que estaba muy enfadada, Kat no pudo evitar reclinarse sobre Mikhail para apoyarse en él y compensar la debilidad de sus piernas.

–Discúlpanos –dijo este al otro hombre mientras se llevaba a Kat agarrada de un brazo.

Stas les abrió la puerta y Kat vio que sus ojos brillaban de diversión a pesar de que su expresión parecía educada e impasible. Aquella mirada avivó su ira todavía más y aquel fue el único motivo por el que no protestó ante el comportamiento dominante de Mikhail. No quería tener una discusión con él delante de todas aquellas personas.

Mikhail la hizo entrar en una habitación que había al otro lado del pasillo y que era un despacho. Una vez allí, Kat se giró y le preguntó:

–¿Cómo te atreves a tratarme así en público?

A Mikhail le sorprendió que lo desafiase de aquella manera y su gesto se endureció todavía más.

–No deberías haber coqueteado con él ni haberle permitido que se tomase tantas libertades...

–¡No he coqueteado con él! –replicó Kat enfadada–. Solo estábamos charlando...

–Nyet... No, estabas coqueteando sin parar, parpadeando de manera exagerada, sonriendo... ¡Riendo! –la acusó en voz baja mientras la fulminaba con la mirada.

Kat se dio cuenta de que Mikhail estaba hablándole en serio. Apretó los labios.

–Estábamos en una habitación llena de gente...

–¡Lo he visto en su rostro, no se ha dado cuenta de quién eras hasta que no me he acercado a ti! –le respondió Mikhail–. No se habría atrevido a tocarte si hubiese sabido que estabas conmigo. Tenías que haber estado a mi lado...

Kat inclinó la cabeza, sus ojos brillaron ante semejante ofensa.

–¿Pegada a ti, como con pegamento, para que no necesitases marcar tu territorio como un lobo? Jamás en mi vida había sentido tanta vergüenza.

A Mikhail también le brilló la mirada al oír aquella acusación.

–¡No exageres! Solo te he dado un beso en el cuello. ¡No te he acariciado de manera íntima!

Kat, que todavía sentía calor en el punto en el que sus labios la habían tocado, se puso rígida al recordar la facilidad con la que Mikhail había terminado con su resistencia. Era evidente que aquel lugar de su cuello era una zona erógena que ella ni siquiera había sabido que poseía y que Mikhail era capaz de enseñarle aquello y muchas cosas más. No obstante, no le permitiría que volviese a hacer nada parecido.

–No estaba coqueteando –insistió en tono cortante.

Y vio que a Mikhail le brillaban los ojos y se le sonrojaban las mejillas, como ofendido por su manera de hablarle.

–¿Por qué iba a coquetear con él? –añadió Kat–. Lorne tiene novia, y yo estaba esperando a que apareciese en cualquier momento...

–Al llegar me dijo que había roto con ella hacía unas semanas. Está buscando una sustituta y te ha echado el ojo a ti –le contestó Mikhail con seriedad.

Ella se negó a dejarse intimidar, se echó la melena hacia atrás y suspiró.

–¿Y? Le he sonreído, sí. Solo quería ser simpática. No me he reído como una tonta... Nunca hago eso –le dijo, también seria–. ¿Y no te ha gustado? ¿Por qué? ¿Porque no suelo sonreír ni reír contigo? Pregúntate si alguna vez has hecho o dicho algo que haya podido animarme a estar relajada en tu presencia.

Furioso al ver que Kat le echaba a él la culpa, cuando había sido su inaceptable comportamiento lo que había provocado que él tuviese que hacerle una advertencia a Lorne, Mikhail apretó su perfecta dentadura y estuvo a punto de rugir. Alargó las manos hacia ella con decisión.

Kat retrocedió tan bruscamente que, de no haber tenido un escritorio detrás, se habría caído al suelo.

–Eres un bruto –murmuró. No pudo evitarlo–. Y no quiero que me toques así.

Mikhail se quedó donde estaba, a tan solo unos centímetros de ella, y bajó las manos, desconcertado por sus palabras.

–Jamás te haría daño.

Kat lo creyó, a pesar de saber que tampoco iba a convertirse de repente en una persona inofensiva. Era un macho primitivo.

–Lo sé, pero, por desgracia para ambos, ese acuerdo al que llegamos no fue lo suficientemente exhaustivo...

–¿Kat...? –empezó Mikhail, exasperado por el cambio de tema.

–No, por favor, por una vez déjame hablar a mí –lo interrumpió ella–. Quieres de mí algo que no estoy preparada para darte y ahora me estás juzgando de manera injusta. Jamás coquetearía con uno de tus invitados. No soy ese tipo de mujer, ni siquiera sé si después de tanto tiempo sabría cómo coquetear...

–Claro que sí –la contradijo él sin dudarlo–. Lorne no te quitaba los ojos de encima.

–Pero yo solo intentaba que se sintiese bien tratado. Nada más –le explicó Kat–. Jamás haría nada para avergonzarte, pero tienes que ser consciente de cuáles son los límites de nuestro acuerdo.

–¿Qué quieres decir? –le preguntó él, maravillado al darse cuenta de que Kat había sido capaz de calmar su enfado.

No obstante, no le gustaba que tuviese aquel efecto en su estado de ánimo. No le gustaba en absoluto. Lorne era uno de sus socios y también su amigo, pero si hubiese dado un paso más con Kat, él habría sido capaz de pegarle. Se había vuelto loco al ver la mano de Lorne en Kat y eso también lo perturbaba. Sinceramente, ¿qué habría podido pasar entre Lorne y Kat en una habitación llena de gente? Nada, le respondió su lógica. Nunca había sido un hombre posesivo, pero Kat hacía que reaccionase de manera inquietante. No quería que ningún otro hombre se le acercase. Pero ¿por qué decía ella que era un bruto? Era un hombre elegante y educado, que nunca había tratado a una mujer de manera brusca. Si hubiese sido un bárbaro, como ella insinuaba, ya la habría seducido y se la habría llevado a su cama. Todo lo contrario, por primera vez en su vida se estaba controlando con una mujer y le estaba dando la oportunidad de que lo conociese... para nada.

Se acercó un poco más a ella, que abrió mucho los ojos verdes. Él le pasó un dedo por el rostro.

–¿En qué aspectos debo ser consciente de nuestro acuerdo? –le preguntó.

Kat parpadeó. Por un instante, se le había quedado la mente completamente en blanco, estaba desorientada.

–¿Qué?

–Has dicho que tenía que ser consciente de los límites de nuestro acuerdo –le recordó Mikhail, mirándola a los ojos.

El cerebro de Kat volvió a funcionar de repente.

–Ah, sí, nuestro acuerdo. Pienso que debes recordar que no te pertenezco. No te pertenezco de esa manera...

–Tampoco eres de otro –señaló él con frialdad–. Estás disponible...

–¡No! No estoy disponible –replicó ella enseguida–. No me interesa tener una relación con nadie...

–Salvo conmigo –le dijo él con terquedad.

Y Kat pensó aturdida que tenía las pestañas demasiado bonitas. Se le secó la boca y le costó pensar.

–Me deseas –le dijo Mikhail con voz ronca y profunda, haciéndola temblar.

Y sin previo aviso, tomó su rostro y la besó. Fue un beso embriagador, como un chute de adrenalina en vena. Kat pasó de pensar que aquello no podía estar ocurriendo a creer que aquello era lo que quería y lo que más necesitaba del mundo.

Mikhail hizo un sonido con la garganta, la tomó en brazos y se dejó caer en el sillón que había detrás del escritorio. Por un segundo, estudió su bonito rostro sonrojado, la expresión aturdida de sus ojos, y se dio cuenta de que la deseaba mucho más de lo que había deseado nunca a una mujer. La quería tener debajo, encima, en cualquier posición posible. Quería que Kat aceptase que era suya. Quería ver aquella expresión de felicidad en su rostro una y otra vez. Contuvo aquel feroz deseo de hacerla suya y le metió la lengua entre los labios. Disfrutó de su respuesta y de un pequeño gemido que Kat no pudo contener.

–Ti takaya krasivaya... eres tan guapa... –dijo, traduciendo sus primeras palabras–, pero ti svodishme nya suma... –«me vuelves loco». Esto último no se lo tradujo.

Se inclinó hacia ella y Kat hundió los dedos en su grueso pelo negro mientras se preguntaba qué estaba haciendo y, al mismo tiempo, se sentía extrañamente segura y en paz entre sus brazos.

–¿Qué estoy haciendo? –le preguntó de repente, con el ceño fruncido.

–¿Por una vez? Estás haciendo lo que quieres –le respondió él antes de volver a besarla.

Después le separó las rodillas con una mano y Kat se puso tensa.

–No voy a hacer nada que no quieras que haga. No te haré mía –le dijo Mikhail, decidido a mantenerla allí donde estaba, en su regazo, donde pudiese hacerle alguna de las cosas con las que hasta entonces solo había podido soñar.

Kat empezó a relajarse y Mikhail le mordisqueó suavemente el labio inferior antes de volver a meterle la lengua en la boca. A Kat se le subió su sabor a la cabeza y notó que se excitaba más, que sus pezones se endurecían y que tenía calor entre las piernas. Él le levantó el dobladillo de la falda y la tranquilizó con suaves sonidos que ella jamás habría creído que fuese capaz de emitir. Le acarició la parte interior de los muslos, acercándose cada vez más al centro de su insoportable calor. Nunca había deseado tanto que la acariciasen.

Mikhail pasó un dedo por la tela de sus braguitas y Kat notó todavía más calor, levantó las caderas y separó los muslos sin pensarlo.

–Haz... lo que tengas que hacer –murmuró temblorosa, porque no sabía qué era lo que Mikhail tenía pensado hacer, pero en esos momentos le daba igual.

Si podía satisfacer el desesperado anhelo que tenía dentro, sería suficiente.

Mikhail estuvo a punto de echarse a reír al oírla, pero en vez de eso la miró con ternura. No sabía qué tenía Kat, pero despertaba en él cosas que nadie había despertado, y en esos momentos lo necesitaba. La besó al tiempo que le bajaba la ropa interior y miraba al suelo con el ceño fruncido, ya que eran unas braguitas blancas de algodón y eso no estaba entre las prendas que él le había elegido.

Por un instante, Kat se sintió avergonzada al darse cuenta de lo húmeda que estaba, pero entonces notó una suave caricia entre las piernas y empezó a temblar, se quedó en blanco. Mikhail le acarició el clítoris y ella sintió como si una corriente eléctrica la hubiese atravesado, arqueó la espalda y todos sus músculos se tensaron. Él siguió acariciándola y Kat notó que ardía por dentro. La sensación era casi insoportable. Mientras tanto, él siguió moviendo la lengua dentro de su boca y Kat dio un grito ahogado al notar que le metía un dedo dentro, satisfaciendo una necesidad que hasta entonces no había sabido que tenía. Poco a poco fue notando latidos de placer cada vez más fuerte, pero no pudo quedarse quieta, ni tampoco encontrar las palabras para decirle que necesitaba más, y más rápidamente. Y como si Mikhail supiese qué era lo que necesitaba, hundió todavía más los dedos en ella y le acarició el clítoris al mismo tiempo.

–Venga, hazlo por mí, laskovaya moya –le susurró Mikhail.

Y ella se dio cuenta de que le había temblado la voz.

Después, nada de lo que ocurrió lo eligió ella, pues hacía un rato que era su cuerpo el que mandaba. Fue como si explotase por dentro y una intensa oleada de placer la envolviese.

Pero Kat no volvió a bajar a la realidad flotando, lo hizo de golpe, cuando su cerebro volvió a ponerse en funcionamiento y ella fue consciente de lo que había permitido que Mikhail le hiciese. Deseó gritar y golpearse a sí misma y se preguntó si tendría doble personalidad, porque le había pedido a Mikhail que se mantuviese alejado de ella para después permitir que le hiciese algo tan íntimo.

–Quiero mucho más de ti –le confesó él con voz ronca, abrazándola con firmeza.

Kat no podía mirarlo.

–Por favor, suéltame –le dijo en un susurro.

Necesitaba encontrar las palabras adecuadas para expresarse, pero se había quedado en blanco. Se sentía confundida. Solo la idea de que había sido un acto unilateral hizo que contuviese la ira que solía utilizar para mantener a Mikhail alejado de ella.

Él espiró y la soltó con brusquedad. Kat se bajó el vestido y recogió su ropa interior del suelo con las mejillas encendidas.

–No sé qué decir...

–No digas nada –le aconsejó Mikhail en un tono tan seco que a Kat le molestó–. No eres precisamente diplomática. Ve a cambiarte para la cena. Te veré luego.

¿Luego... en su habitación?, se preguntó Kat nerviosa. Aunque era normal que Mikhail pensase que iba a recibir algo a cambio. No se imaginó diciéndole que el deseo no era suficiente, aunque para ella jamás lo sería y ese, estaba convencida, era su problema. No obstante, no podía desearlo más.

Mikhail juró en voz baja en ruso. Kat estaba loca, era demasiado complicada para él. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Qué estaba haciendo con ella? Tenía que haberla mandado de vuelta a casa y haber permitido que Lara se ocupase de todo... Eso habría sido lo más sensato. Y Mikhail era, sobre todo, un hombre sensato.

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