Читать книгу E-Pack Novias de millonarios octubre 2020 - Lynne Graham - Страница 14

Capítulo 10

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Mikhail escuchó los consejos del abogado solo porque le pagaba muy bien para que lo asesorase, pero era inflexible en lo relativo a presentarle a Kat otro acuerdo legal, en esa ocasión, referente a su estatus como amante que vivía en su casa. ¡No iba a volver a cometer aquel error! Estaba convencido de que Kat no tenía nada de mercenaria. Una y otra vez, había rechazado las oportunidades de enriquecerse a su costa. A pesar de que cuando la había conocido necesitaba desesperadamente el dinero para saldar sus deudas, la cantidad que les había cobrado por pasar la noche en su posada había sido ridícula.

–Mi novia no es una cazafortunas –murmuró–. No soy tan tonto. Puedo oler a una cazafortunas a cien metros.

–Las situaciones cambian, las personas cambian –le dijo el abogado–. Es de crucial importancia que piense en el futuro y se proteja.

Mikhail pensó que había estado toda su vida protegiéndose, así que aquella no era una idea nueva. Protegerse era algo que le salía de forma automática. Era consciente de que todavía estaba estupefacto por haber conseguido convencer a Kat de que volviese a su vida de manera menos temporal. Había resultado ser una buena jugada y ya había empezado a disfrutar de sus ventajas. Sonrió al imaginársela en su bañera, en su cama, en su mesa a la hora de la cena, Kat... a todas horas y en todas partes, donde él quisiera. Después de seis semanas, pensaba que su nueva vida era la esencia de la perfección. Lo que era todavía mejor, había averiguado en qué se había equivocado su padre con las mujeres. El verdadero secreto era la moderación. No se permitía disfrutar de Kat todas las noches, se controlaba para asegurarse de que ella no se convertía en algo demasiado necesario para su bienestar. En ocasiones se quedaba en la ciudad más tiempo del necesario y ponía como excusa el trabajo. A veces no la llamaba, aunque ella cada vez lo llamaba más para preguntarle por qué no la había llamado. No obstante, mientras él lo controlase todo, no preveía ningún problema.

–¿Ha pensado en casarse? –le preguntó directamente el abogado.

Él frunció el ceño y apretó los labios.

–¿Piensas que tu ruso ha considerado la idea de casarse contigo? –le preguntó Emmie mientras le subía la cremallera del vestido en el probador–. Ya sabes... ¿crees que para él vivir juntos es el paso previo al compromiso final?

–No. Mikhail está muy contento como estamos ahora –contestó Kat pensativa–. Es un hombre muy cauto... ¿Qué te parece este vestido?

–El plateado era más llamativo, ya te lo he dicho –insistió Emmie, pasándose una mano por el abultado vientre–. No quiero que te hagan daño, Kat... Y los años no pasan en balde...

–¡No hace falta que me lo recuerdes! –exclamó ella riendo.

–Sí, pero tienes que pensarlo en serio. Si quieres tener hijos algún día, no te queda mucho tiempo para decidirte.

–Emmie, hace solo un par de meses no había ningún hombre en mi vida –le recordó ella–. No puedo esperar que el primero con el que he estado en años quiera formar una familia conmigo. Además, eso sería mucho pedir para un tipo que huye de los compromisos.

–¿Has hablado del tema con él? –le preguntó Emmie.

Kat se puso tensa y recordó la conversación que había tenido con Mikhail varias semanas antes, cuando le habían llegado los resultados negativos de la prueba de embarazo que se había hecho después de su descuido en el barco. Mikhail había recibido la noticia en silencio y no había mostrado alivio ni disgusto, pero Kat no había podido evitar sentirse muy decepcionada. Después de haber pasado tantos años criando a sus hermanas, siempre había pensado que no querría tener además la responsabilidad de tener sus propios hijos. Por desgracia, al estar con Mikhail había empezado a desear tener un bebé, aunque estaba convencida de que no lo tendría nunca.

Mikhail quería que formase parte de su vida, pero no estaba construyendo una vida con ella, pensó Kat con tristeza. La había llevado a su impresionante casa de campo, la había animado a hacer los cambios que quisiera, pero lo cierto era que a Mikhail le daba igual su casa, siempre y cuando estuviese cómodo. Se lo había puesto fácil mandándole una empresa de mudanzas a Birkside. Sus pertenencias y los muebles que Emmie no había querido estaban guardados en un granero al que Kat podía ir cuando quisiera. Emmie estaba viviendo en otra casa y haciendo planes para abrir un negocio mientras se ganaba la vida con un trabajo que había encontrado en el pueblo, pero cuando tenía algún día libre solían encontrarse en Londres para ir de compras. En aquella ocasión estaban buscando un vestido para Kat, para ir a la boda de Luka Volkov.

–¿Kat? –insistió Emmie.

–Mira, Mikhail solo tiene treinta años. Tiene mucho tiempo por delante para decidir tener una familia y, por supuesto, no tiene ninguna prisa –comentó Kat con naturalidad.

–Pero si te quiere...

–Yo no creo que me quiera. No creo que nuestra relación vaya a ser para siempre –le confesó ella con toda sinceridad mientras tomaba el vestido plateado y se dirigía a la caja a pagarlo con una de las muchas tarjetas de crédito que Mikhail había insistido en darle.

No obstante, a Kat no le gustaba sentirse una mujer mantenida y habría preferido buscarse un trabajo, pero Mikhail quería que estuviese a su disposición cuando él tenía tiempo libre, y que pudiese acompañarlo en sus viajes si era necesario. Kat había tenido que preguntarse qué era más importante: si su orgullo y su independencia o su amor. Y había ganado el amor porque cuando sus hermanas no la atormentaban con sus preguntas, era muy feliz, mucho más feliz de lo que se había imaginado que sería. Mikhail era su sol, su luna y sus estrellas, pero sabía que tenía que aceptar que, fuera de los lazos del matrimonio, muchas relaciones acababan terminándose.

Su teléfono sonó. Era Mikhail.

–Ven a mi despacho e iremos a comer juntos, milaya moya –le pidió con voz ronca, haciendo que se estremeciese.

Kat sonrió, encantada de que tuviese tantas ganas de verla. La noche anterior se había quedado a dormir en el apartamento que tenía en Londres y lo había echado de menos. Era posible que él también a ella, porque si no habría esperado a la noche para verla.

Emmie la miró mal.

–Lo que no me gusta es que sea tu dueño...

–¿Qué quieres decir? –le preguntó Kat.

–Es como si fueses... adicta a él –dijo Emmie con desprecio–. Hasta Topsy se dio cuenta el fin de semana que se quedó contigo. Cuando llega Mikhail solo lo ves a él.

–Lo quiero y no creo que a Topsy le haga ningún mal ver que me preocupo por el hombre con el que vivo –respondió ella en tono amable.

Le habría gustado saber algo más del embarazo de su hermana porque, según iban pasando las semanas, Emmie iba odiando más a todos los hombres.

Una limusina llevó a Kat a las oficinas de Mikhail. Fue acompañada de Ark, el hermano pequeño de Stas. Tenía la sensación de que Mikhail estaba obsesionado con su seguridad y había insistido en que aceptase la protección de Ark cuando estuviese en público. Ella había accedido solo para que estuviese tranquilo, pero a veces le daba pena Ark, que se aburría mientras ella iba de compras o se tomaba largos cafés con sus hermanas.

Cuando Kat llegó, Mikhail estaba en una reunión, así que dejó las bolsas de las compras y se sentó en el despacho de Lara mientras Ark esperaba en el pasillo.

Lara cruzó la habitación para saludarla con una sonrisa bastante tensa y se inclinó a estudiar la esmeralda que colgaba de su cuello.

–¿Puedo verla? –preguntó en tono educado.

Kat se ruborizó y asintió. La otra mujer debía de pensar que era una joya demasiado elegante para ponérsela para ir de compras y Kat estaba de acuerdo con ella, pero lo que importaba era lo que pensaba Mikhail, al que le encantaba vérsela puesta.

–Es impresionante –comentó Lara con envidia mientras retrocedía–. Dicen que el jefe nunca se había gastado tanto dinero en un regalo, debes de sentirte muy orgullosa de ti misma.

Ella arqueó las cejas sorprendida y miró a la rubia con curiosidad, sin saber si esta había querido decir lo que ella había interpretado.

–Yo no lo siento así. Simplemente estoy... feliz –le contestó.

En realidad, le ofendía que Lara pudiese pensar que solo estaba con Mikhail por su dinero.

–Por supuesto que estás feliz. ¿Y quién no? Suka! –exclamó Lara con brusquedad.

En ese momento, y sin que ninguna de las dos mujeres se diese cuenta, Ark asomó la cabeza por la puerta.

–Bueno, pues yo podría contarte algo que te borraría esa vanidosa sonrisa de la cara –añadió Lara.

Kat la miró con frialdad.

–No creo que sea buena idea, Lara –le advirtió.

–¡Te lo voy a decir, quieras o no! –replicó la otra mujer–. ¿Recuerdas la noche anterior al día que te ibas a marchar del yate? Pues Mikhail la pasó conmigo... ¡Ya ves cuánto le importas!

Kat palideció. Un sudor frío le recorrió el cuerpo y se dio cuenta de que tenía las palmas de las manos húmedas. Por un momento, no pudo entender lo que la otra mujer le estaba diciendo, solo supo que la estaba atacando verbalmente. También estaba empezando a recordar la noche que había pasado sola, dando vueltas en la cama, y que Mikhail había llamado a su puerta. Se le hizo un nudo en el estómago.

–¿No te diste cuenta de que también se acostaba conmigo? –continuó Lara–. Siempre lo ha hecho. Yo no le exijo nada. Siempre estoy disponible...

Kat recuperó las fuerzas de repente y se puso en pie. Apartó la mirada de la rubia furiosa que tenía delante y salió por la puerta. Ni siquiera tomó el ascensor ni escuchó lo que le decía Ark y se dirigió a las escaleras. Necesitaba estar un rato a solas para poder pensar sobre lo que Lara le acababa de contar y lo que iba a hacer al respecto. Bajó las escaleras de emergencia corriendo, sin querer ver ni hablar con nadie en el estado en el que se encontraba. Salió del edificio y se mezcló con la gente que a esas horas iba a comer.

Con el corazón latiéndole a toda velocidad, caminó sin saber adónde se dirigía. Solo el hecho de no llevar unos zapatos hechos para andar tanto la hizo entrar en una cafetería. Allí se sentó y se tomó un té, aturdida, como si acabase de tener un accidente y se hubiese dado un golpe en la cabeza. Entonces oyó sonar su teléfono y lo sacó, vio que tenía seis llamadas perdidas de Mikhail y lo apagó porque no quería hablar con él, no tenía que hablar con él, se consoló. Estuvo allí un buen rato, intentando ordenar sus pensamientos.

Lara era una joven preciosa, llamativa y sofisticada, el tipo de mujer que ella siempre había pensado que debía de gustarle a Mikhail. ¿Por qué iba a contarle Lara una mentira así? De hecho, le gustase o no, todo parecía indicar que le había dicho la verdad. Si estaba tan segura de que ella no había pasado aquella noche con Mikhail, era porque la había pasado en su cama. El resto de noches Kat y Mikhail habían dormido en la habitación de este, pero aquella noche de la que Lara le había hablado, Kat había dormido en la suya propia. Y Mikhail había tenido motivo y oportunidad para pasarla con otra. ¿La habría aprovechado? ¿Habría tenido relaciones con su secretaria desde antes de conocerla a ella? Kat se estremeció solo de pensarlo y se sintió dolida, celosa y cada vez más desesperada. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto con el hombre al que amaba?

En su despacho, después del escándalo causado por la repentina marcha de Kat, Mikhail pensó en algunas malas decisiones que había tomado. Su expresión era dura como el granito. En aquel momento de crisis, estaba empezando a descubrir que su estricta política de moderación con Kat tenía un serio defecto. La moderación le había dado una patada en los dientes cuando menos se lo había esperado: Kat ni siquiera le respondía al teléfono. Y se había marchado, estaba perdida, disgustada, tal vez lo suficiente como para hacer alguna tontería, como ponerse delante de un autobús o algo así, pensó él con miedo.

Mientras se le enfriaba el té, Kat se dio cuenta de que, fuese lo que fuese a hacer, lo primero debía ser volver a Danegold Hall, la casa de campo de Mikhail. Su pasaporte, sus documentos importantes y todo lo que significaba algo para ella estaban allí. Así que fue a la estación de ferrocarril. Habría preferido evitar a Mikhail, pero también tenía que ser práctica y no podía salir de su vida sin reflexionar y hacer planes antes. En cualquier caso, si Mikhail era listo, evitaría los efectos colaterales de la revelación de Lara, eso, si la secretaría había admitido lo que había hecho. Ark había escuchado parte de la conversación y Kat estaba segura de que se la contaría a su hermano Stas, quien, a su vez, trasladaría a Mikhail lo que pensase que debía saber.

Durante el viaje en tren, Kat ni siquiera se fijó en el paisaje, solo podía ver las imágenes que iban apareciendo en su mente. Intentó recordar todos los momentos en los que había visto a Lara y a Mikhail juntos para buscar alguna prueba de lo que Lara le había contado. Lo que más le sorprendió fue que siempre había tenido la sensación de que Mikhail trataba a Lara como si fuese un mueble de oficina más, aparentemente ajeno a su belleza y atractivo. Kat no había visto ningún gesto cercano entre ambos. De hecho, su relación laboral era distante y formal.

¿Era posible que a Mikhail se le diese tan bien engañar? ¿Era capaz de tratar a su amante como si solo fuese su empleada? Kat frunció el ceño, porque con ella siempre había sido más natural y directo, así que ella siempre se había dado cuenta de cuando algo lo molestaba o le preocupaba. Pero él mismo había comentado que era extraordinariamente hábil a la hora de leerle el pensamiento. Ella había estado a punto de responderle que era porque lo quería y que eso hacía que se esforzase más en observarlo. Por eso sabía que cuando arqueaba una ceja de una determinada manera estaba molesto, que cuando movía las manos o las juntaba estaba enfadado, y que cuando apretaba los labios solía estar preocupado.

Por otra parte, los hombres no solían darle importancia a las relaciones sexuales casuales, aunque se extendiesen en el tiempo. En ese aspecto, podían tratar el sexo como si tuviese el mismo valor que una comida. ¿Habría estado divirtiéndose Mikhail con Lara mientras ella intentaba decidir si se acostaba o no con él? La idea era humillante, dolorosa. Hasta ese momento, Kat no se había dado cuenta de lo mucho que había valorado la aparente disposición de Mikhail a esperarla ni su propia suposición de que él no se estaba acostando con ninguna otra mujer en ese espacio de tiempo.

Cuando bajó del tren, Kat dio por hecho que tendría que llamar a un taxi y esperar, porque no había informado a nadie de a qué hora iba a llegar, pero uno de los conductores de Mikhail se acercó a ella y tuvo que subirse al Bentley muy a su pesar. ¿Era posible que Mikhail hubiese adivinado que volvería tan pronto a Danegold Hall? ¿Le tocaría discutir con él acerca de Lara? Porque si él estaba en casa y ella iba a marcharse, tendría que darle algún tipo de explicación. Se tranquilizó pensando que eran raras las ocasiones en las que Mikhail iba a casa al mediodía y se preguntó si podría solucionar la despedida con una nota, en la que le diría algo sin sentido, pero que no fuese desagradable, como que pensaba que las cosas entre ellos no funcionaban.

Tendría que odiarlo, pensó muy dolida, preguntándose qué le pasaba. Tal vez estuviese todavía en estado de shock y no podía pensar con claridad, sorprendida de que Mikhail no fuese el hombre que ella había pensado que era. Lo cierto era que la había tratado muy bien. A lo mejor le parecía que una infidelidad sexual no tenía ninguna importancia. Recordó a los grupos de chicas jóvenes que se le acercaban siempre que estaba en algún lugar público y aceptó que debían de tentarlo a menudo. No obstante, haberse acostado con una mujer que trabajaba para él, a la que Kat conocía y aceptaba, era imperdonable.

Subió las escaleras que llevaban a la puerta de la casa, que ya estaba abierta. Reeves, el imperturbable mayordomo de Mikhail, la estaba esperando allí. Kat respondió a su saludo con una sonrisa y entró cojeando porque le dolían mucho los pies. Iba por la mitad del vestíbulo cuando se detuvo, se quitó los zapatos y subió descalza las escaleras. Fue directa al dormitorio que compartía con Mikhail y al armario en el que estaba la caja en la que guardaba todos sus papeles, desde el pasaporte a su partida de nacimiento. Sacó los papeles, los dejó encima de la cama y fue a por la maleta. No podía creer que estuviese abandonando al hombre al que amaba, por el momento no podía ni pensar en ello, pero no tenía elección. Si Lara sabía que Mikhail no había dormido con ella aquella noche tenía que ser porque la había pasado con él.

Sacó un par de cosas de los cajones porque no se lo podría llevar todo. Tomaría solo lo necesario para un par de semanas y ya le enviarían lo demás. Supuso que iría a vivir con Emmie, y supo que su hermana estaría encantada de tener compañía.

–¿Ni siquiera vas a darme la oportunidad de defenderme?

Kat se quedó helada, se giró y vio a Mikhail en la puerta, muy serio. Se había quitado la corbata y la chaqueta y estaba allí en mangas de camisa.

Ella dejó de mirarlo porque notó que se le rompía el corazón.

–¿Kat?

–Sí, te he oído, pero la verdad es que no sé qué responder. A veces es mejor no decir nada. No quiero discutir contigo, ¿para qué?

–Por nosotros –replicó Mikhail–. ¿Acaso no merece la pena luchar por lo nuestro?

Kat dejó caer la ropa que tenía en las manos en la maleta abierta y le lanzó una furiosa mirada de reproche.

–Está bien. ¿Te acostaste con ella?

–No.

Kat siguió haciendo la maleta.

–Por supuesto, qué vas a decirme –le respondió.

–Entonces, ¿para qué me lo preguntas? –inquirió Mikhail–. ¿Sabes la tarde que me has hecho pasar?

Ella se negó a dejarse intimidar y siguió haciendo la maleta.

–Yo tampoco lo he pasado precisamente bien.

–Primero he tenido que soportar la pataleta de una empleada, y luego ¡tu desaparición!

Furiosa, Kat se giró hacia él.

–¡No he desaparecido!

–¿Cómo crees que me he sentido cuando te has marchado después de la tontería que te ha dicho Lara? ¡Estaba preocupado por ti! Sabía que estabas disgustada y...

Kat arqueó una ceja rojiza y sintió que lo odiaba en ese instante. Creyó saber por qué se estaba comportando Mikhail de aquella manera.

–¿Cómo podías saber que estaba disgustada? ¿Me has puesto un chip en el cerebro o algo así? No estaba disgustada. En realidad, estaba sorprendida. Y necesitaba algo de tiempo para pensar...

–¡No necesitabas tiempo para pensar en esa tontería! –le gritó él.

–¡No me grites! –exclamó ella también.

De repente se hizo el silencio. Mikhail respiró hondo lentamente.

–No pretendía gritar.

–Cuando a uno le acusan de una infidelidad, no es buena idea que se comporte como un elefante en una cacharrería –le informó ella en tono seco.

–Cuando a uno se le acusa injustamente –la corrigió él–. Eso es lo más importante.

–Mikhail...

Kat tragó saliva e intentó tranquilizarse.

–Lara sabía que no habíamos dormido juntos la última noche antes de que yo, supuestamente, me marchara del yate. Si lo sabía tiene que ser porque ella estuvo contigo.

–¡Te equivocas! Estaba en la cubierta que hay encima de nuestras habitaciones y nos oyó hablar. Si esa es la única prueba que tienes contra mí, no tienes nada.

Kat lo miró confundida.

–¿Estás seguro de que es así como se enteró de que íbamos a dormir separados?

–¿Cómo iba a saberlo si no?

De repente, Mikhail juró en ruso y levantó las manos mientras se acercaba a ella.

–Kat, me viste a las tres de la madrugada y estaba en mi habitación –le recordó.

–Sí, pero...

Mikhail se sacó el teléfono móvil del bolsillo y tocó varios botones.

–Mira esto... –le dijo–. Stas ha grabado a Lara gritándome...

Kat vio a Lara en la pantalla, colorada, gritando:

–¿Por qué no has querido estar conmigo? ¡Podrías haberme tenido! ¿Qué es lo que te pasa? Ella es vieja, se le ha pasado la edad. Es un insulto. Yo soy joven y guapa. ¿Cómo es posible que sea ella la que viva en tu casa?

Kat se quedó de piedra y Mikhail apagó el teléfono.

–¿Quieres volver a verlo? –le preguntó.

–No... –respondió ella en voz baja, con el rostro enrojecido de repente.

Se había tragado las mentiras de una jovencita histérica sin pensarlo. Le temblaron las piernas y se dejó caer en el borde de la cama.

–Ark oyó todo lo que te decía. Le llamó la atención que te dijese una grosería en ruso y se puso a escuchar –le explicó Mikhail–. Me informó de ello y yo la llamé y, como ya has visto, se volvió loca. Stas no lo grabó todo, pero básicamente tenía celos de ti y no entendía que no la encontrase atractiva. No obstante, lo ocurrido hoy ha sido culpa mía.

–¿Por qué iba a ser culpa tuya? –le preguntó Kat, que se sentía aturdida y tonta.

–Lara intentó seducirme cuando la contraté. Me ha ocurrido tantas veces que no me pareció motivo suficiente para despedirla.

–¿Entonces... no? –preguntó Kat consternada.

–Le dejé claro que no me interesaba, pero Lara es extremadamente vanidosa y su resentimiento aumentó cuando tú entraste en mi vida. Sospecho que intentó entrometerse entre nosotros antes, con pequeños detalles. Por suerte, no estaba lo suficientemente cerca de mí para poder hacer más. Supongo que el horrible maquillaje que llevabas la primera noche que cenamos juntos fue culpa suya.

–Tampoco me dijo a qué hora me esperabas –sugirió Kat.

–Y te convenció de que te pusieras de rojo la noche de la discoteca. Siempre he odiado el color rojo –le confesó Mikhail.

–Cosas sin importancia –comentó Kat muy seria–. Me alegro de que no tuviese capacidad para causarnos más problemas.

–Lara no es lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que los hombres queremos de una mujer algo más que una imagen...

Kat no supo cómo tomarse aquello.

Mikhail se echó a reír y rompió así el silencio. Tomó la maleta de Kat y la tiró al suelo para sentarse a su lado en la cama.

–Tú me pareces mucho más guapa que Lara.

–No es posible. Soy vieja y se me ha pasado la edad –murmuró temblorosa, con los ojos llenos de lágrimas.

–Me gustaste nada más verte. Tenías clase, fuerza y me rechazaste, cosa que me sorprendió.

–Te vino bien que una mujer te dijese que no para variar –replicó ella.

Mikhail puso uno de sus fuertes brazos alrededor de su cuerpo para acercarla a él.

–Es verdad, pero hoy casi me muero de miedo al pensar que podía perderte –admitió a regañadientes–. Estaba decidido a controlar nuestra relación y a no desvelar lo que sentía por ti y, de repente, me tenía que enfrentar a la posibilidad de perderte y todo lo demás me parecía banal en comparación.

–¿Lo que sentías por mí? –repitió ella, acariciándole el brazo.

Él la agarró de la barbilla para girarle la cabeza con cuidado y que lo mirase. Kat nunca lo había visto mirarla con tanto cariño.

–Te quiero mucho, Kat. Tanto que no me imagino la vida sin ti, pero hasta hoy pensaba que eso era una debilidad, un fallo. Vi cómo mi padre bebía hasta morir después de haber perdido a mi madre. Fue cruel con ella, nunca le fue fiel, pero cuando murió se quedó destrozado. Dependía de ella mucho más de lo que todos pensábamos –le contó–. A mí me aterraba necesitar a una mujer tanto. Pensaba que mi padre tenía una personalidad obsesiva y que yo tenía que protegerme de eso porque, como mi padre, tiendo a ser bastante intenso. Y entonces te conocí y me causaste una fuerte impresión desde el principio...

El frío que Kat sentía por dentro se vio atenuado por la ternura de la mirada de Mikhail y por su sinceridad. Apoyó la cara en su fuerte hombro y disfrutó de su olor. De repente, se sintió más segura que nunca a su lado.

–Yo también te quiero –le susurró.

–Tenías que haberte imaginado lo que sentía por ti la mañana que evité que te subieras a ese helicóptero –murmuró él frunciendo el ceño–. Intenté dejarte marchar, pero no fui capaz. La noche anterior fue la más larga, la peor de toda mi vida. Te deseaba. Te necesitaba. Mi corazón te pertenece desde entonces.

–Es posible, pero se te ha dado muy bien ocultármelo –le dijo ella.

Aunque después, recordando las últimas semanas, pensó que Mikhail le había demostrado su amor cada vez que la miraba, cada vez que la abrazaba por la noche, pero ella había sido demasiado insegura para reconocerlo e interpretar lo que estaba viendo.

–Ya no lo ocultaré más. Si hoy hubieses sabido que te quería habrías intentado hablar conmigo y confiar en mí en vez de creer lo que te decía Lara. ¿Me habrías creído sin ver esa grabación?

–Sí... En el fondo quería creer que no podías haber hecho eso –admitió Kat con seguridad.

Mikhail levantó la mano y le puso un anillo en el dedo anular.

–Lo tengo desde el día que viniste a vivir conmigo.

Kat estudió el magnífico solitario con los ojos muy abiertos, maravillada.

–¿Pero te has estado resistiendo a dármelo?

–Sí. Soy un hombre testarudo, lubov moya –le dijo él–. Eso significa «mi amor» y tú eres la única mujer a la que he amado. Has tenido la oportunidad de ver lo peor de mí. ¿Aun así quieres casarte conmigo? ¿Lo antes posible?

–Por supuesto –afirmó ella, tumbándolo en la cama en una repentina demostración de entusiasmo–. En cuanto podamos organizarlo... Cuando te deje salir de la cama.

Una sonrisa de satisfacción iluminó el rostro de Mikhail.

–Te tenía que haber dado el anillo el día que lo compré.

–Sí, aprendes despacio, además de ser un testarudo –le dijo su futura mujer–, pero compraste el anillo hace varias semanas, con lo que ganas puntos... aunque no los necesites.

–Solo te necesito a ti –le aseguró Mikhail, acariciándole el pelo–. Y no me sentiré seguro hasta que no vea la alianza en tu mano.

En ese momento sonó su teléfono.

–Apágalo –le pidió Kat.

Él la miró consternado.

–¿He creado un monstruo? –murmuró en tono divertido.

Ella le pasó la mano por el muslo en una sensual caricia.

–Lo apagaré –dijo Mikhail–. En ocasiones aprendo con rapidez, dusha moya.

Lo mismo que Kat, que se inclinó sobre él para besarlo con una seguridad que no había tenido hasta entonces. Era suyo, por fin, solo suyo, su sueño hecho realidad. Y algún día aceptaría que estar locamente enamorado de una mujer que lo quería tanto como él a ella era algo maravilloso, no peligroso.

E-Pack Novias de millonarios octubre 2020

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