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Capítulo 4

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Mikhail aprovechó la luz del sol que la cegaba para acercarse y, en un gesto que la desconcertó, tomar sus manos.

–Kat, me alegra verte, milaya moya...

Era tan alto, tan moreno y estaba tan impresionante vestido con un traje negro que Kat se sintió abrumada. Se le aceleró el corazón al mirar sus ojos negros y tuvo que parpadear, ya que se había quedado desorientada con su inesperada sonrisa de bienvenida y con su proximidad. Notó calor por todo el cuerpo y una incómoda sensación de inseguridad la hizo quedarse inmóvil. Enfadada consigo misma por semejante reacción, apartó las manos con brusquedad.

–He venido porque no he tenido elección. ¡Vas a comprar mi casa!

–Ya está hecho. Técnicamente, poseo una casa con inquilino –le dijo él–. Supongo que es mejor estar de alquiler que no tener adónde ir, ¿no?

Kat se dio cuenta de que tenía razón. Estaba furiosa con él y no le gustaba que hubiese interferido así en su vida, pero en realidad era un alivio no tener que marcharse de casa. Respiró hondo, lentamente, para calmarse y para reorganizar sus pensamientos.

–¿Por qué no te sientas? –la invitó Mikhail señalando un sofá–. Pediré que nos traigan café.

–No es necesario –respondió ella, apartando la vista de su rostro moreno para mirar a su alrededor.

–Seré yo quien decida lo que es necesario –la contradijo Mikhail, levantando el teléfono para pedir el café.

A Kat no le habría hecho falta que le recordase lo autoritario que podía llegar a ser y apretó los labios mientras se sentaba en el sofá, decidida a no permitir que la traicionasen los nervios.

–¿Por qué lo has hecho? –le preguntó directamente.

Mikhail se encogió de hombros. No era una respuesta, pero no podía contestar de otra manera. No tenía ninguna explicación altruista ni socialmente aceptable que darle. Lo había hecho por un motivo mucho más básico y egoísta: después de haber visto su vulnerabilidad, había querido ser la única persona que accediese a ella. Era un macho territorial y la deseaba más de lo que había deseado a nadie en mucho tiempo. Y Kat solo podría tener la libertad de estar con él si estaba libre de deudas.

Su arrogante cabeza se giró, sus penetrantes ojos oscuros se clavaron en ella. La vio sonrojarse bajo su mirada, un rosa suave surgió bajo su piel clara, realzando sus ojos brillantes y sus marcados pómulos. Le gustaba que se ruborizase, no recordaba haber estado con ninguna mujer a la que todavía le ocurriese. Fijó la vista en sus labios y en la piel de su cuello. Se excitó fácilmente y deseó tocarla y comprobar si su piel era tan suave como parecía. No tardaría en averiguarlo.

La tensión que había en el ambiente la invadió. La mirada de Mikhail fue como una caricia. Recordó la pasión con la que la había besado y se estremeció, sintió calor, pero hizo un esfuerzo por controlar la reacción de su cuerpo y se negó a distraerse y a quedarse callada.

–Te he preguntado por qué lo has hecho. En realidad, casi no me conoces –insistió–. No es normal que investigues acerca de las deudas de una persona y que te ofrezcas a saldarlas. Has hecho que sienta que estoy en deuda contigo...

–No era esa mi intención –mintió él, porque le gustaba que hubiese entre ellos un vínculo que Kat no pudiese rechazar.

No le importaba no haberle dado opción, porque había protegido su casa cuando había estado a punto de perderla.

Al oír aquella respuesta, la frustración de Kat aumentó todavía más, se puso recta. Quería una explicación.

–No me digas que no era tu intención, ahora te debo miles y miles de libras.

–No me deberás nada si yo me niego a reconocer que exista una deuda que debas saldar –le respondió él–. Te he salvado el pellejo. Lo único que tienes que hacer es darme las gracias.

–¡No te voy a dar las gracias por haber interferido en mi vida! –replicó ella sin dudarlo, consciente de que Mikhail la había puesto entre la espada y la pared–. No soy tonta. He venido a preguntarte qué quieres a cambio.

–Nada que no estés dispuesta a darme –le contestó él en tono seco.

Kat estaba muy tensa.

–¿Acaso esperas que me convierta en tu amante? –le preguntó directamente, levantando la barbilla.

La repentina risa de Mikhail la alarmó.

–¿No debería esperarlo? Como a la mayoría de los hombres, me gusta tener compañía femenina.

Ella pensó que seguro que le interesaba menos si se enteraba de la poca experiencia que tenía.

–De hecho, estoy dispuesto a hacerte una oferta todavía mejor –añadió él con voz ronca y los ojos brillantes.

–¿Una oferta que no podré rechazar? –replicó ella.

Mikhail iba a admitir lo que ella había sospechado desde el principio. Quería acostarse con ella y que fingiese que no lo hacía solo porque había pagado sus deudas. Era un chantajista y un completo hipócrita. ¡Qué mal gusto tenía con los hombres! ¿Cómo podía sentirse atraída por alguien tan despiadado?

–Si accedes a pasar un mes conmigo en mi yate, al final de ese mes pondré la casa solo a tu nombre –le propuso Mikhail en voz baja.

Sabía que no había sido el mismo desde que la había conocido. La deseaba demasiado. Era arriesgado desear tanto a una mujer, pero también era emocionante conocer a alguien que lo desafiaba, aunque en realidad su mente le decía que ninguna mujer merecía que le dedicase tanto tiempo y esfuerzo.

–¿Un mes... en tu yate? –repitió ella aturdida–. ¡Pero no voy a acostarme contigo!

–Me resultas muy atractiva y me encantaría compartir cama contigo, pero nunca he obligado ni obligaré a una mujer a hacer nada que no quiera hacer. El sexo solo entraría en este acuerdo con tu consentimiento –le informó con voz ronca–. Quiero tener tu compañía durante un mes, que me acompañes cuando salga y que hagas de anfitriona cuando reciba invitados.

Kat no podía creer lo que estaba oyendo, no era posible que Mikhail le estuviese ofreciendo pasar unas vacaciones de lujo y recibir al final un gran premio sin pedirle a cambio que se acostase con él. Siempre había dado por hecho que todos los hombres querían sexo a cualquier precio, pero él le había dicho que la respetaría si no quería que se acostasen.

–¿Por qué me haces semejante oferta? –insistió.

–Sería muy ruin incluir el sexo en nuestro acuerdo –le dijo él–. Yo no trato así a las mujeres.

–Podría ser tu acompañante, pero jamás accedería a acostarme contigo como parte del trato –le advirtió ella temblorosa, ruborizada, incómoda–. Lo digo en serio. No quiero que haya ningún malentendido al respecto.

Mikhail no dijo nada porque no merecía la pena discutir con ella. No obstante, estaba seguro de que Kat terminaría acostándose con él, por supuesto que sí, no podría evitarlo después de que pasasen horas y horas juntos. Estaba completamente convencido de que, dijese lo que dijese, terminaría abrazándolo con sus maravillosas piernas por la cintura mientras él le hacía el amor. Al fin y al cabo, ¿cuándo lo había rechazado una mujer? Kat se había asustado cuando se había acercado a ella en su casa, eso era todo. Tal vez había sido demasiado espontáneo y agresivo con ella. Seguro que quería que la cortejase antes y lo haría si era necesario para hacerla suya. Según el informe que le habían hecho acerca de Kat, era evidente que hacía mucho tiempo que no estaba con un hombre. Era natural que tuviese dudas e inseguridad. Él estaba incluso dispuesto a comprender que fuese un poco tímida, pero estaba seguro de que terminaría satisfaciendo sus necesidades sexuales. A las mujeres siempre les halagaba que un hombre las desease.

La impresionante rubia que había acompañado a Kat hasta el despacho de Mikhail les llevó el café y los miró con curiosidad. Kat, que estaba muy tensa, tomó su taza e hizo un esfuerzo por beber. Su inteligencia y su prudencia le aconsejaban que no mostrase ningún signo de debilidad ante Mikhail. Él lo utilizaría contra ella: era un hombre despiadado. En las semanas anteriores, había ignorado su poder e influencia, y todavía más su inflexibilidad. Era evidente que lo había herido en su orgullo al rechazarlo. ¿Por qué si no habría ido tras ella? Porque lo había hecho, de eso no le cabía la menor duda, había ido tras ella con todas sus armas, admitió Kat todavía aturdida, todavía asombrada de que Mikhail hubiese llegado tan lejos solo para dominarla. Se había enterado de sus problemas económicos y los había utilizado para meterla en cintura. Era dueño de todo lo que le importaba y no había nada que ella pudiese hacer al respecto.

Bueno, una opción era marcharse reconociendo que había perdido su casa. Eso sorprendería y decepcionaría a Mikhail, pero ella no ganaría nada. ¿Qué alternativa tenía? No le apetecía lo más mínimo hacerse la víctima y quejarse de que la quisiera chantajear. Por otra parte, notó una fuerte descarga de adrenalina, si tenía las agallas de vencer a Mikhail en su propio campo de batalla, obtendría su casa como premio. ¿Acaso no era un hogar lo que más necesitaba en esos momentos, con Emmie embarazada y ambas sin trabajo? Birkside era mucho más para ella que una casa. Era el único hogar que había tenido y el corazón de la familia que había creado con sus hermanas. ¿Cómo iban a seguir siendo una familia sin una casa a la que sus hermanas pudiesen acudir en los momentos difíciles?

Mikhail era un maestro en el arte de quedar siempre por encima de los demás, reflexionó Kat, estudiando su rostro con disimulo. Era un hombre inteligente e ingenioso. Le había dicho que no esperaba que se acostase con él, pero Kat era inexperta en materia de sexo, no tonta. Había leído todo lo que había encontrado en Internet acerca de Mikhail y de su siempre cambiante harén. Era un hombre que no tenía relaciones, solo sexo. Estaba acostumbrado a las conquistas fáciles, atraídas por su belleza, su riqueza y su fuerte personalidad. Seguro que daba por hecho que Kat terminaría como todas sus predecesoras, sucumbiendo ante su carisma sexual cuando estuviesen juntos en el yate, pero se equivocaba, y mucho. Kat, cuya madre había sido una marioneta de todos los hombres ricos que se habían cruzado en su camino, había desarrollado sus propios y eficaces métodos de defensa. Desde muy joven, había aprendido que los hombres, por regla general, podían prometerle a una mujer la luna con tal de llevársela a la cama. Odette había picado el anzuelo una y otra vez, para después de haberse entregado, ser traicionada sin excepción. Por eso Kat no había confiado nunca en ningún hombre y seguía siendo virgen con treinta y cinco años. Siempre había querido comprometerse antes de entregar su cuerpo. Steven había intentado convencerla, pero no habían estado juntos el tiempo suficiente para conseguirlo.

–¿En qué piensas? –le preguntó Mikhail.

Kat tuvo que admitir que era un hombre educado y elegante, pero no podía olvidar que eran enemigos, ya que tenían objetivos opuestos. Para que uno de los dos ganase, el otro tendría que perder, y sospechaba que Mikhail no estaba acostumbrado a perder y que no iba a gustarle hacerlo. Levantó la cabeza con determinación y le dijo en voz baja:

–Si voy a considerar seriamente tu propuesta, antes necesitaré unas garantías legales.

Mikhail se quedó momentáneamente sorprendido, ya que no había esperado una respuesta tan fría y racional.

–¿Qué clase de garantías? –le preguntó con toda tranquilidad, disfrutando una vez más del hecho de que Kat todavía tuviese el poder de desconcertarlo.

–Sobre todo, una garantía de que, independientemente de lo que ocurra o no ocurra en tu yate, si paso en él el tiempo acordado, recuperaré mi casa –le propuso ella con la boca seca, sabiendo que aquello era lo más importante.

–Por supuesto –le aseguró Mikhail, ofendido por sus palabras.

Le había ofrecido un mes de lujo inimaginable en su yate, era una invitación por la que muchas mujeres habrían matado, y ella le hablaba de pasar allí el tiempo acordado como si estuviese hablando de entrar en prisión. Y, lo que era peor, estaba poniendo en duda su palabra.

–Pero yo también espero que me des garantías...

Kat tomó aire para intentar que se le tranquilizara el pulso. Tenía la boca muy seca, un cosquilleo en el vientre y los músculos de la pelvis completamente contraídos.

–¿De qué tipo?

–Tendrás que comprometerte a desempeñar el papel de anfitriona y acompañante según te indique –le explicó él en tono frío, esbozando una sonrisa–. No pensé que accederías a esto tan fácilmente...

–¡A caballo regalado no le mires el diente! –replicó ella, ruborizándose al pensar en que iba a tener que comportarse como una mercenaria para recuperar su querida casa–. Me estás ofreciendo un mes de trabajo a cambio de mi casa. Se mire como se mire, es una oportunidad de oro.

Era la verdad y, no obstante, Kat se sintió avergonzada al decir aquello motivada por la ambición. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso no había educado a sus hermanas para que antepusiesen sus principios y su conciencia al éxito económico? Si Mikhail no la hubiese puesto en aquella situación, jamás habría pensado ni actuado así. Si jugaba a su juego era solo porque tenía que defenderse, se aseguró a sí misma, incómoda. Le iba a dar el escarmiento que se merecía por haberla puesto en aquella situación tan complicada.

Mikhail reprimió la frustración que generaba en él su sinceridad. Al fin y al cabo, motivaba a sus empleados con primas y nunca se había sentido mal por ello. ¿Por qué iba a ser Kat Marshall distinta a las demás mujeres que se sentían atraídas por su riqueza? No la estaba comprando; no le iba a pagar por su tiempo... ¡Si ni siquiera se había acostado con ella todavía! Prefirió pensar que lo hacía para poder tenerla para él solo en el yate, y entonces volvió a excitarse y dejó de pensar con claridad.

Esa noche, Emmie se quedó de piedra cuando su hermana mayor le contó a qué había ido a Londres. A pesar de saber que Kat era una mujer muy bella, ni Emmie ni sus hermanas la habían visto nunca de aquella manera y siempre habían aceptado sin pensarlo lo que esta les decía: que se le había pasado la edad de querer tener a un hombre en su vida. Por ese motivo, no le parecía posible que un multimillonario ruso se hubiese interesado por ella.

Con los ojos muy abiertos, Emmie le preguntó sorprendida:

–¿Estás segura de que ese tipo no te ha confundido con Saffy?

–No, no me ha mencionado a Saffy en ningún momento, salvo para preguntarme por qué no me ha ayudado con mis problemas económicos.

Emmie hizo una mueca.

–Porque nuestra querida hermana Saffy, esa supermodelo perfecta, gana una fortuna, pero es demasiado egoísta para pensar que su propia familia puede necesitar su ayuda más que uno de esos orfanatos africanos a los que financia.

–Nos habría ayudado si yo se lo hubiese pedido, pero pensé que no era su responsabilidad –le respondió Kat incómoda.

Kat no quería admitir que, dado que el grueso de su deuda se debía a la operación de Emmie, no le había parecido bien pedirle dinero a Saffy. Emmie se habría sentido muy culpable y Saffy podría haber reaccionado con enfado y resentimiento, y eso habría hecho que la relación entre las gemelas empeorase todavía más.

Emmie siguió mirándola fijamente.

–¿Así que ese tipo está dispuesto a hacer cualquier cosa para que vayas a su yate? –le preguntó con incredulidad–. ¿No te da miedo?

Kat contuvo las repentinas ganas de contarle a su hermana que el deseo que Mikhail sentía por ella le había subido el ego más que nada en toda su vida. No obstante, era cierto, ningún hombre la había deseado tanto.

–Me sorprende –admitió Kat–. Supongo que tendrá mucho que ver con el hecho de que Mikhail no está acostumbrado a que ninguna mujer le diga que no.

–Pero ¿seguirá aceptando un «no» por respuesta? –le preguntó Emmie nerviosa–. ¿Estás segura de que no intentará nada cuando estés encerrada en el yate con él?

A Kat se le encogió el estómago al recordar el apasionado beso de Mikhail. No obstante, sabía que él la respetaría siempre y cuando ella también guardase las distancias. El beso de la puerta la había pillado desprevenida. Lo mejor sería que se preparase por si volvía a tocarla, para no caer en la tentación. Al fin y al cabo, tampoco sería justo darle esperanzas si después no iba a acostarse con él.

–Sí, creo que en eso puedo confiar en él. Es demasiado orgulloso para presionar a una mujer que no lo quiere.

–Pero ¿está dispuesto a pagarte tan bien solo por disfrutar de tu compañía? –añadió su hermana sin convicción.

–Es solo un trabajo... Un capricho de un hombre estúpido –argumentó Kat.

–Pero si te acostases con él, el trabajo se convertiría en algo parecido a la prostitución.

Kat palideció.

–No voy a acostarme con él y se lo he dejado muy claro...

Emmie sonrió.

–A lo mejor lo ve como un reto.

–Si es así, es su problema, no el mío –señaló Kat–. ¿Qué es un mes en mi vida, si vamos a recuperar la casa?

–Tienes razón –admitió Emmie.

–¿Estarás aquí para cuando Topsy venga en vacaciones? –le preguntó ella.

–Por supuesto. ¿Adónde voy a ir? –le dijo Emmie–. Solo prométeme que no te vas a enamorar de ese tipo, Kat.

–No soy tan tonta...

–Eres más blanda que la mantequilla, y lo sabes –le respondió Emmie.

Pero durante la semana siguiente, cuando Kat se enteró exactamente de cuál sería su papel como acompañante del multimillonario ruso, se sintió de todo menos blanda. En primer lugar, aguantó una estresante visita de un abogado de Londres que se presentó allí con un documento de diez páginas que este describió como un contrato de trabajo y en el que se detallaba lo que Mikhail esperaba de ella: una imagen perfecta, educación y una buena disposición a la hora de complacer a Mikhail y a sus invitados como acompañante o anfitriona, puntualidad, un consumo moderado de alcohol y ningún consumo de drogas. Si cumplía esas obligaciones como era debido, después de un mes recibiría Birkside a cambio.

Lo de la imagen perfecta hizo que Kat se sintiese humillada, pero después se dio cuenta de que no recordaba la última vez que se había hecho la manicura. Así que cuando la secretaria de Mikhail la llamó para decirle que tenía cita en un salón de belleza de Londres el mismo día que debía presentarse ante Mikhail para ocupar su puesto, no protestó. Aquello formaba parte del trato que había aceptado y era razonable que tuviese que dar su mejor imagen. Dado que su ropa no estaba a la altura de un yate tan lujoso, Kat se imaginó que Mikhail se ocuparía de aquello también. Su sexto sentido le advirtió que Mikhail Kusnirovich dejaba muy pocas cosas al azar y se preguntó qué ocurriría cuando se diese cuenta de que era una mujer normal y corriente, no una supermodelo. Al fin y al cabo, parecía haberse hecho una imagen de ella muy alejada de la realidad y se había imaginado que era mucho más fascinante y deseable de lo que era en realidad. ¿La mandaría a casa antes de tiempo cuando ocurriese eso? No era posible que quisiese tenerla en su yate todo un mes, seguro que no tardaba en cansarse de ella.

El mismo día que iban a recoger a Kat en la estación de Londres para llevarla al salón de belleza, Mikhail se dio cuenta de que estaba de muy buen humor, algo poco habitual en él. No podía concentrarse en el trabajo, solo podía pensar en la ropa que había elegido personalmente para ella y preguntarse qué preferiría ella para la cena de aquella noche. Solo el molesto recuerdo de que había pagado por su presencia, utilizando la vieja casa de la colina para tentarla, empañaba un poco su emoción y satisfacción. Estaba deseando que llegase el día en el que Kat intentaría atraparlo, como todas las demás, y él la rechazaría aburrido. Su rostro se endureció al pensarlo: antes o después sentiría indiferencia por ella, como siempre. Al final descubriría que era igual que las demás mujeres con las que se había acostado y dejaría de desearla.

A Kat le sorprendió disfrutar tanto de la sesión de belleza. La depilaron, le hicieron las cejas y la manicura y le dejaron el pelo increíblemente brillante. La sesión de maquillaje profesional no le atraía lo más mínimo, pero la toleró. El resultado le pareció un tanto dramático, pero se imaginó que aquello era lo que le gustaba a Mikhail.

La limusina la dejó después en un lujoso hotel, donde la acompañaron hasta una espaciosa habitación y le enseñaron los armarios y los cajones, completamente llenos de ropa nueva. Ella parpadeó sorprendida. Por fin escogió un vestido de encaje negro y unos zapatos de tacón alto.

Acababa de vestirse cuando sonó el teléfono de la habitación.

–Te estoy esperando en el vestíbulo –le dijo Mikhail con impaciencia–. ¿No has recibido mi mensaje?

–No... ¡Lo siento! –murmuró ella nerviosa.

Metió lo imprescindible en un pequeño bolso de fiesta y corrió hacia la puerta. A Mikhail no le gustaba que le hiciesen esperar. El espectáculo estaba a punto de empezar...

E-Pack Novias de millonarios octubre 2020

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