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Capítulo 2

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Kat vio disgustada que la habitación estaba desordenada. Se le había olvidado que Emmie había pasado la noche en ella y había dejado la cama deshecha y todo lleno de cosas. Por desgracia, no tenía ninguna otra habitación disponible.

–Se me había olvidado que mi hermana durmió aquí anoche. Recogeré la habitación y cambiaré las sábanas –le aseguró a Mikhail mientras empezaba a recoger las pertenencias de Emmie para dejarlas en su propia habitación.

Mikhail se preguntó por qué parecía tan nerviosa y por qué guardaba tanto las distancias con él. No, aquella no iba a ser una de esas mujeres que intentaban acercarse a él atraídas por su dinero y por su poder. Estaba acostumbrado a provocar reacciones en el sexo contrario: deseo, celos, codicia, ira, interés, pero no nervios. Le divirtió que no supiese quién era, que no hubiese reconocido su nombre, pero ¿cómo iba a saber quién era una mujer que vivía en medio de la nada? El anonimato era algo extraño para el hijo de un multimillonario.

Kat volvió para llevarse el resto de las cosas de su hermana. Mikhail le tiró un sujetador que colgaba de la lamparita de noche. Ella se ruborizó y volvió a salir de la habitación, para regresar con un juego de sábanas limpias. Estaba tan nerviosa que ni siquiera era capaz de mirarlo.

–¿Habéis venido de vacaciones? –preguntó por fin, para romper el silencio.

–El fin de semana, para escapar de Londres –respondió él.

–¿Vivís en Londres? –dijo ella, levantando un instante la mirada, sin poder evitar volver a admirar su belleza.

–Da... Sí –respondió él–. Luka y yo somos rusos.

Ella empezó a hacer la cama y deseó que él se ofreciese a ayudarla para poder terminar antes, pero, a juzgar por la postura arrogante de aquel hombre, lo más probable fuese que no hubiese hecho una cama en toda su vida.

Mikhail se metió las manos en los bolsillos para ocultar su erección. Estaba muy excitado. Kat se estaba inclinando delante de él y no había podido evitar fijarse en que tenía un trasero perfecto y unas piernas muy esbeltas. Se las imaginó alrededor de su cintura mientras le hacía el amor y sintió mucho calor. Se sentía como si llevase años sin sexo, cuando no era verdad. Por suerte, se había dado cuenta de que ella lo miraba con deseo. Eso lo alegró. No llevaba alianza y era evidente que estaba disponible...

Después de poner las fundas de las almohadas en silencio, Kat volvió a mirarlo. Se sentía tan incómoda como una colegiala y no era capaz de charlar amigablemente como hacía con otros huéspedes. Él le sonrió y todo su rostro se iluminó.

–¿Podrías prepararnos algo de cenar? –le preguntó.

Y vio que seguía muy nerviosa. Se imaginó que tenía poca experiencia con los hombres y se preguntó por qué aquello no lo desanimaba, cuando solía preferir a mujeres experimentadas.

Kat giró la cabeza, pero en vez de mirarlo directamente a los ojos, clavó la vista en su tórax.

–Sí, aunque tendrá que ser algo sencillo.

–Con el hambre que tenemos, no nos importará.

Ella fue al baño a recoger las cosas de su hermana y a cambiar las toallas.

–Ahora subo a limpiarlo –le dijo, atravesando la habitación.

Pero Mikhail quería que se quedase allí. Extendió un mapa de la zona encima del escritorio y Kat se dio cuenta de que este tenía polvo.

–¿Me puedes enseñar dónde está exactamente la casa? –le preguntó, a pesar de saberlo–. Me gustaría saber cómo de lejos estamos del cuatro por cuatro.

–Un momento –le pidió Kat, saliendo de la habitación para llevarse el resto de las cosas de su hermana.

Dejó un juego de toallas limpias encima de la cama y se aproximó a él. Pensó que estaban demasiado cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo, escuchar su respiración y aspirar su olor a hombre y a restos de colonia. Aquella era una experiencia demasiado íntima para una mujer que hacía mucho tiempo que le había cerrado la puerta a la atracción física. Su cuerpo reaccionó como si la hubiese tocado.

No obstante, se controló y señaló en el mapa.

–Estamos justo aquí...

Él cubrió su mano.

–Estás temblando –murmuró en voz baja, apoyando la otra mano en su hombro para hacer que lo mirase.

–Debe de ser por el frío... –respondió, sorprendida por estar permitiendo que un extraño la tocase.

No era posible que se hubiese dado cuenta de cómo lo había mirado, pero un hombre tan guapo debía de estar acostumbrado a ello. Seguro que no tardaba en reírse de ella.

Fue esa idea, ese miedo, lo que hizo que guardase la compostura y levantase la cabeza con determinación. Fue un error porque sus miradas se encontraron y ella notó que le faltaba el aliento. En esos momentos tenía de todo menos frío. Fue como si el tiempo se detuviese mientras él levantaba la mano de su hombro y le pasaba un dedo por el labio inferior.

–Quiero besarte, milaya moya –le dijo entre dientes.

Y ella retrocedió alarmada al darse cuenta de que había estado a punto de perder el control y el sentido común.

–No... De eso nada –respondió con el corazón acelerado–. Si ni siquiera te conozco...

–No suelo pedir permiso antes de besar a una mujer –replicó él con frialdad–, pero deberías tener más cuidado.

–¿Cómo? –preguntó ella–. ¿Qué quieres decir?

–Que es evidente que te sientes atraída por mí –le dijo Mikhail con voz firme–. Me he dado cuenta... Eres una mujer muy bella.

Kat se sintió humillada y avergonzada. Entonces, era culpa suya que aquel hombre se le hubiese insinuado. Eso la puso furiosa. Apretó los dientes y respondió:

–Voy a hacer la cena.

Se dio la vuelta y salió de la habitación.

Mikhail se quedó asombrado por la respuesta de aquella mujer. Conocía a las mujeres, las conocía lo suficientemente bien como para saber cuándo podía lanzarse. ¿A qué demonios estaba jugando ella? ¿Pensaría que iba a desearla más si guardaba las distancias? Juró en ruso, todavía sorprendido por lo ocurrido. Era absurdo, impensable, imposible. Era la primera vez que lo rechazaban.

Kat sacó carne del congelador y la puso a descongelar. Lo mejor que podía ofrecer a sus huéspedes era un estofado de ternera. Todavía no había subido a limpiar el cuarto de baño, pero no tenía ganas de volver a ver a aquel hombre. No tenía miedo, pero se sentía avergonzada. Se había sentido atraída por un hombre por primera vez en muchos años, eso no podía negarlo. Y esa atracción había sido tan fuerte que le había impedido actuar como una persona normal, en vez de como una idiota.

¿Cómo había podido delatarse? Tenía que haber sido por la manera en que lo había mirado, así que no volvería a mirarlo, ni a hablar con él. No haría nada que pudiese malinterpretarse.

Oyó un golpe en la puerta y levantó la vista de las verduras que se hallaba cortando violentamente. Vio a Luka, que se estaba apoyando en el bastón que le había dejado. ¡Se había olvidado por completo de él!

–Siento interrumpir, pero...

–No, la que lo siente soy yo. Se me había olvidado enseñarte tu habitación –se disculpó mientras se lavaba las manos.

–Me he quedado dormido en el sillón –le dijo él–. Nunca había estado tan cansado en toda mi vida, y eso que ha sido Mikhail el que me ha traído hasta aquí. No me puedo creer que pasar el fin de semana aquí haya sido idea mía...

–Los accidentes ocurren, por mucho cuidado que tengamos –le respondió ella en tono amable mientras tomaba la única mochila que quedaba en el pasillo y lo conducía a su habitación.

Durante la cena, Kat se esforzó en ignorar a Mikhail mientras los hombres comían con apetito. El postre, que consistía en tarta de manzana y helado, le valió muchos cumplidos.

Cocinaba de maravilla. Mikhail, que nunca había pensado que aquello fuese un talento, se sintió impresionado muy a su pesar, aunque lo que no le impresionó tanto fue comer en la cocina. Tampoco le gustó el comportamiento infantil de Kat, aunque le permitiera observarla y admirar el modo en que su pelo brillaba bajo las luces cada vez que movía la cabeza, fijarse en la elegancia de sus manos y en lo educada que era en la mesa. Le molestó sentir tanto interés por ella. Y se sintió muy frustrado al oírla conversar animadamente con Luka.

–¿Cómo es que vives aquí sola? –preguntó Peter Gregory de repente–. ¿Eres viuda?

–Nunca me he casado –respondió ella con naturalidad, acostumbrada a que le hiciesen esa pregunta–. Mi padre me dejó esta casa y me pareció buena idea convertirla en una posada.

–Entonces, ¿hay algún hombre en tu vida? –la interrogó Peter.

–Eso es solo asunto mío –replicó ella.

Y Mikhail se preguntó cómo era posible que no se le hubiese ocurrido a él esa posibilidad. Era posible que se sintiese atraída por él, pero que tuviese a alguien en su vida. Se sintió enfadado, tenso, algo poco habitual en él. Se puso en pie bruscamente.

–Voy a acercarme al coche a buscar los teléfonos. Creo que no ha sido buena idea dejarlos allí, Luka.

Kat parpadeó sorprendida al oír aquello.

–Ahora no puedes salir –le advirtió Luka–. Hay ventisca y el coche está a varios kilómetros de aquí.

–Habría ido hace horas si no te hubieses caído –le contestó Mikhail.

–A mí me gustaría recuperar mi teléfono –admitió Peter Gregory.

Kat miró a Mikhail por primera vez desde que había entrado en la cocina. Le había costado mucho esfuerzo mantener los ojos apartados de él, pero en esos momentos estaba preocupada. Dudó un instante, que él aprovechó para ponerse el abrigo y abrir la puerta de la calle, y salió a buscarlo.

Estaba nevando con fuerza y la carretera se hallaba completamente cubierta de nieve. Mikhail ya había salido fuera cuando ella lo agarró del brazo para detenerlo.

–¡No seas idiota! –le dijo–. Nadie arriesga su vida para ir a buscar unos teléfonos móviles...

–No me llames idiota –le advirtió él con incredulidad–. Y no te pongas dramática... No voy a arriesgar mi vida por dar un paseo con poco más de treinta centímetros de nieve...

–Si no tuviese conciencia me daría igual que te murieras congelado en la carretera –le replicó.

De todos los machitos idiotas que había conocido en toda su vida, aquel se llevaba la palma.

–No me voy a morir –dijo él en tono burlón–. Llevo ropa de abrigo. Estoy en forma y sé lo que estoy haciendo...

–No me parece un discurso muy convincente, procediendo de un tipo que me ha pedido que le señale en el mapa dónde está esta casa –le contestó Kat sin dudarlo–. Utiliza mi teléfono y sé sensato.

Mikhail apretó sus dientes perfectos y la miró con frustración. Aquella mujer le estaba gritando y eso también era una novedad. Era la primera vez que le ocurría y algo que no le gustaba en absoluto de una mujer, pero sus ojos verdes brillaban como esmeraldas y estaba preciosa. Y pasó de desear que se callase a desear algo mucho más primitivo y salvaje.

Más tarde, Kat pensaría que se había comportado como un cavernícola, y que su propia manera de mirarlo no había tenido nada que ver con cómo le habían brillado los ojos negros como a un depredador al abrazarla y besarla apasionadamente. No recordaba lo que había ocurrido después porque se había dejado llevar por la intensidad del momento. Nunca se había sentido así y la sensación fue al mismo tiempo maravillosa, mágica y aterradora.

–Solo serán un par de horas, milaya moya –le dijo Mikhail, mirándola con satisfacción porque por fin se estaba comportando como él quería–. ¿Esperarás a que vuelva?

Y la magia que había convertido a Kat en una mujer a la que no reconocía se rompió de repente.

–No. Y cuando digo que no, es que no.

–Eres una mujer muy extraña –le contestó él, indignado y tentado por semejante desafío.

–¿Porque no te digo lo que quieres oír? Pues para tu información yo no soy la Bella Durmiente ni tú el príncipe azul, ¡así que el beso no ha servido de nada!

Kat lo vio echar a andar por la nieve y volvió a entrar en la casa dando un pequeño portazo. ¡Era un hombre mezquino, testarudo y estúpido! Se dio la vuelta y vio a Luka mirándola con sorpresa desde la puerta del salón. Después, sonrió divertido.

–Mikhail ha estado en el Ártico y en Siberia –le explicó.

Ella se ruborizó y volvió a la cocina, a recoger los platos de la cena. No iba a pensar en el beso, aunque hubiese sido el primero que le daban en más de diez años. ¡De eso nada! Pensar en él sería darle al ruso la importancia que ya creía tener y ella no estaba dispuesta a hacerlo.

Mientras recogía los platos de la mesa, Peter Gregory estuvo hablando sin parar del enorme piso que tenía en la ciudad, del dinero que ganaba y de lo conocidos que eran sus clientes. Kat tuvo que admitir que, al lado de aquel hombre, Mikhail le parecía humilde.

E-Pack Novias de millonarios octubre 2020

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