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Epílogo

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Tres años después, Kat se quedó a los pies de las dos cunas que había en la habitación infantil de Danegold Hall, observando orgullosa a sus mellizos, Petyr y Olga. Habían nacido muy pequeños y con el pelo oscuro, con sus ojos de recién nacidos de un azul tirando a verde. El niño, Petyr, era alegre, inquieto y dormía poco, mientras que Olga era un bebé mucho más tranquilo.

Para su madre eran su milagro personal e incluso dos meses después de su nacimiento, todavía no podía creer que fuesen sus hijos. Al fin y al cabo, después de casarse con Mikhail, no se había quedado embarazada tan pronto como había esperado. No había ocurrido y, después de hacerse unas pruebas de fertilidad había tenido que recurrir a una fecundación in vitro en una prestigiosa clínica rusa. El proceso había sido estresante y duro, y la primera vez se habían llevado una gran desilusión, ya que había fracasado, pero la segunda había ido bien. No era capaz de describir la felicidad que había sentido al ver las dos pequeñas figuras que tenía dentro del vientre unas semanas más tarde. Ni siquiera se había dado cuenta de que se había puesto a llorar hasta que Mikhail le había secado las lágrimas.

El nacimiento de los mellizos había sido sencillo, un alivio para Mikhail, que no había querido perderla de vista durante más de doce horas seguidas en todo el embarazo. Todavía lo atormentaba lo que le había ocurrido a su madre al intentar dar a luz a su hermano y había pensado que tener un hijo era lo más peligroso que una mujer sana podía hacer. Solo entonces había entendido Kat que Mikhail le hubiese dicho que sería feliz con ella aunque no tuviesen nunca hijos. Por aquel entonces le había dolido, le había preocupado que en realidad no quisiese un hijo, pero se había equivocado al temerse aquello. A Mikhail le había aterrado que algo saliese mal, por eso su parto había sido asistido por varios médicos importantes. A Kat todavía le picaban los ojos cuando se acordaba de Mikhail abrazándola después de dar a luz, casi sin mirar a los recién nacidos.

–Gracias a Dios que estás bien –le había susurrado con voz temblorosa–. Eso es lo único que me preocupaba hoy, lyubov’ moya.

Incluso después de tres años, Mikhail la quería tanto como ella a él. De hecho, su amor era cada día más fuerte.

–¿Otra vez mirándolos? –le preguntó a Kat una voz masculina que le era muy familiar.

–Lo siento, no puedo evitarlo, todavía no me puedo creer que sean nuestros –le confesó ella, girándose hacia la puerta para mirarlo.

Mikhail seguía afectándola como el primer día. Era normal, era un hombre increíble.

Él esbozó una sonrisa y se acercó a sus hijos.

–Son tan bonitos cuando no están berreando –admitió en tono divertido–. Esta mañana parecían dos dictadores de rostro colorado.

–Tenían hambre –los defendió su madre.

Mikhail la hizo girarse muy despacio.

–Yo también, laskovaya moya. Tengo hambre de mi bella esposa. La quiero para mí solo un par de días.

A ella le brillaron los ojos al apoyarse en su cuerpo y descansar una mano en su hombro.

–¿Vas a tomarte unos días de vacaciones?

–Todavía mejor. He organizado unas vacaciones en una isla desierta.

–No creo que sea el mejor lugar para llevar a los niños.

–No van a venir.

Kat abrió la boca para protestar.

–Tus generosas hermanas van a quedarse con ellos. Va a ser nuestro tercer aniversario de boda y tenemos que hacer algo especial.

–Pero... no podemos irnos sin ellos...

Mikhail arqueó una ceja.

–¿Ni siquiera con dos niñeras, con tus hermanas y con todos los trabajadores de la finca para cuidar de ellos?

Kat se mordió el labio inferior.

–Yo también te necesito –murmuró Mikhail, inclinando la cabeza para acariciarle la boca muy despacio.

Sabía que Kat nunca se podía resistir a eso.

–Y yo diría que tú también me necesitas a mí –añadió.

–Bueno... –dudó Kat–. ¿Una isla desierta?

–Una playa blanca, el mar azul, sin ropa –le contó Mikhail.

–¿Esa es tu fantasía? –dijo Kat riendo.

–Una fantasía que estoy decidido a hacer realidad –le contestó su marido mirándola de manera muy sexy con sus ojos negros–. Y mucho más placentera de lo que puedas imaginar...

–Seguro que sí –admitió ella aturdida–. Siempre cumples lo que prometes.

–Estoy loco por ti –murmuró Mikhail, besándola apasionadamente.

Kat estaba demasiado feliz y demasiado centrada en el beso como para responder. Una segunda luna de miel en una isla desierta. Con Mikhail para ella sola. No, no tenía ni una sola queja acerca de aquel plan de acción.

E-Pack Novias de millonarios octubre 2020

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