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1.2.3Clima del aula

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El clima de aula tiene gran importancia porque influye directamente en los aprendizajes. Un clima ordenado, estructurado y armonioso disminuye las tensiones, facilita la convivencia, invita al trabajo y potencia aprendizajes.

Tanto en el colegio como dentro de la sala de clases los estudiantes están forzados a convivir con otros. Esta convivencia puede ser mejor o peor y va a depender mucho del actuar del profesor/a el que exista un clima adecuado de respeto y compañerismo entre los integrantes del curso. Este clima tiene gran importancia, no sólo por razones sociales y cívicas, sino también porque influye directamente en los aprendizajes de los alumnos/as. Un mal clima de trabajo hace que los niños/as no quieran estar en el colegio y se concentren más en los conflictos que en los contenidos que se están desarrollando. Por otro lado, un buen clima de trabajo repercute positivamente en los resultados, tanto en la convivencia como en cuanto al avance de los niños en sus aprendizajes.

La comunicación cumple un rol fundamental en el buen funcionamiento de la escuela. Si el profesor/a crea con sus alumnos/as y alumnas un ambiente donde todos se sientan cómodos al expresar sus sentimientos y se escuchen unos a otros se logrará una sala donde exista la empatía y la amistad.

Es importante destacar que, desde esta perspectiva, la creación del clima es una de las tareas centrales al inicio del trabajo con un grupo, y también debe ser una preocupación permanente durante el proceso del curso.

El instrumento más efectivo para el profesor/a en la creación y mantención del clima es el modelaje a través del ejemplo de sus actitudes y conductas, las que serán el primer indicador de las conductas y actitudes adecuadas para relacionarse en el grupo.

Algunas actitudes que facilitan la creación de un clima adecuado en la sala de clases y que pueden ser modeladas por el profesor/a son:

Atender y escuchar.

Comprender la comunicación no verbal.

Mostrar empatía.

Desarrollar autenticidad y apertura.

Respeto.

Ejercer una confrontación cuidadosa.

Apoyar la clarificación de metas y tareas a realizar por el grupo.

En este contexto, un clima adecuado en la sala de clases promueve:

Que el alumno se acepte a sí mismo y a otros de manera más plena. Signo de esta aceptación es el desarrollo de una mayor autodirección, confianza, madurez, realismo y flexibilidad.

Que los objetivos cognitivos y afectivos se integren en el aprendizaje de los alumnos/as y que no se vean como separados y con diferentes grados de importancia.

Que los alumnos/as experimenten el apoyo social que suponen las relaciones entre iguales: apoyo emocional o de estima, apoyo informativo o de consejo, apoyo instrumental o material y de compañerismo, facilitando el aprendizaje colaborativo.

Por otro lado, trabajar con grupos numerosos de alumnos/as no es una tarea fácil y lograr un clima de convivencia positivo y tener un manejo adecuado de los conflictos es una meta difícil de alcanzar.

Se necesita liderazgo para que un grupo se constituya en un espacio real de trabajo y aprendizaje; sin embargo, un liderazgo exageradamente directivo inhibe el desarrollo de la autonomía, y un liderazgo ausente no les entrega a los niños/as las herramientas para aprender a convivir y a trabajar colaborativamente. Se requiere un liderazgo flexible que incorpore prácticas en el aula que promuevan la autorregulación de los estudiantes.

Esta autorregulación se desarrolla en la medida que el profesor/a reduce su autoridad e invita a los niños a participar de las decisiones que se toman dentro de la sala de clases. De este modo, además, se obtiene el que ellos se sientan más involucrados en el quehacer escolar y que asuman parte de la responsabilidad de lo que sucede en la sala. Se les da, entonces, la posibilidad de tomar la perspectiva del grupo como una comunidad (De Vries y Zan, 1995).

Pero, ¿cómo se hace este traspaso de responsabilidad en forma sana y eficiente? Una de las maneras en que se puede lograr este objetivo es a través del establecimiento de normas (contrato) que regulen el trabajo del grupo entre sí y con el profesor/a. Sin embargo, estas reglas deben surgir del mismo grupo de niños/as y no ser impuestas por el profesor/a. Cuando las reglas se crean en respuesta a los problemas que los mismos niños/as identifican, es más probable que las sientan como propias. Al sentir que las reglas les pertenecen, es más factible que no sólo las respeten, sino que también ayuden a que todos sus compañeros y compañeras también lo hagan.

La redacción de las normas también puede ayudar a obtener mejores resultados. Se recomienda:

Redactarlas y escribirlas con los niños/as, en sus propias palabras y ojalá escritas por ellos mismos.

Concentrarse en las conductas que se quiere de ellos, y no en lo que no se espera que hagan. Por ejemplo, establecer la norma de “levantar la mano para pedir la palabra” en vez de “no hablar sin levantar la mano”.

No tener un número excesivo de normas y concentrarse en las realmente imprescindibles. Leer las que se han escrito con anterioridad, evaluarlas y editarlas si es necesario.

Incluir normas para el profesor/a respecto a su forma de participar en el trabajo y conducir al grupo.

Preocuparse de que las reglas estén disponibles para que todos las puedan leer, tal vez escritas en un papelógrafo en un lugar visible de la sala.

Leerlas con todo el grupo frecuentemente.

Todos los aspectos mencionados influyen en el clima dentro de la sala de clases y tienen que ver con la formación de hábitos y el desarrollo de capacidades para el trabajo colaborativo. Estos elementos serán claves para el buen funcionamiento del grupo curso y para los aprendizajes que se desea lograr. Será también indispensable que el profesor/a invierta tiempo en formar los hábitos necesarios y en el desarrollo de habilidades de convivencia y colaboración para permitir, a mediano y largo plazo, un trabajo más productivo y un aprendizaje más efectivo del grupo.

De más está decir que el desafío de conducir a un grupo-curso en el proceso de aprendizaje, buscando el desarrollo de la autonomía, requiere que el profesor/a trabaje sus competencias de liderazgo y conducción de grupos, de manejo de dinámicas de comunicación y resolución de conflictos, por lo que estas áreas se constituyen en espacios fundamentales de desarrollo profesional.


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