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1 PROBLEMAS INICIALES 1.1. ¿QUÉ ES EL PRÓXIMO ORIENTE ANTIGUO?

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Pocos utilizan hoy el término «Próximo Oriente». Pero ha sobrevivido en el estudio de la historia antigua en una disciplina académica enraizada en el siglo XIX, cuando el término se usaba para identificar los restos del Imperio otomano en las costas orientales del Mediterráneo. Hoy decimos Oriente Medio para designar esta área geográfica, pero los dos términos no son totalmente equivalentes, y los historiadores y arqueólogos del mundo antiguo siguen hablando de Próximo Oriente. Este hábito, de por sí, implica una cierta vaguedad a la hora de determinar qué constituye la historia antigua de esa zona y las fronteras geográficas pueden diferir sustancialmente entre distintos estudios. Algunas definiciones, pues, de qué cubre este libro se hacen necesarias.

En este resumen de historia, Próximo Oriente designa la región de la costa oriental del Mediterráneo al Irán central y del mar Negro al mar Rojo. Egipto, cuya historia antigua se cruza con la del Próximo Oriente en múltiples ocasiones, no se incluye, excepto cuando su imperio se extendió por Asia durante la segunda mitad del segundo milenio. Las fronteras siguen siendo vagas, porque en esencia estudiamos un conjunto de áreas nucleares y la extensión de cada una de ellas fue cambiando en los distintos períodos. Destacada en cualquier estudio del Próximo Oriente antiguo es Mesopotamia, término que usamos para designar el área entre los ríos Tigris y Éufrates en lo que hoy son Iraq y el norte de Siria. Fue hogar de muchas culturas y formaciones políticas, cuya secuencia conocemos bien gracias a abundantes documentos. En ocasiones los estados mesopotámicos se extendieron mucho más allá de sus fronteras, atrayendo a su órbita regiones por lo demás escasamente conocidas, como la península arábiga. Lo mismo puede decirse de otras áreas nucleares en la Anatolia central, el suroeste de Irán y demás. Como historiadores, dependemos de las fuentes; su contenido, tanto en términos geográficos como en las facetas de la vida que documentan, fluctúa enormemente a lo largo del tiempo. Cuando informan de alguna actividad en cierto lugar, dicho lugar se vuelve parte del Próximo Oriente; cuando no es así, poco podemos decir. La historia antigua del Próximo Oriente es como un cuarto oscuro donde las fuentes ofrecen puntos de luz aislados, unos más brillantes que otros. Brillan con especial claridad sobre ciertos lugares y períodos, pero dejan mucho más en sombra. Es labor del historiador intentar sacarle sentido al conjunto.

Los límites cronológicos de la historia del Próximo Oriente antiguo también son ambiguos y tanto las fechas iniciales como finales son flexibles. Si consideramos la Historia dependiente de las fuentes escritas, la postura tradicional frecuente, los orígenes de la escritura en Babilonia en torno al 3000 a.e.c. deben verse como el principio de la historia. Pero la escritura fue una más de las muchas innovaciones que tuvieron sus raíces en épocas anteriores y los textos más antiguos no contienen información «histórica» que podamos interpretar, más allá del hecho de que la gente podía escribir. Así, la mayoría de las historias del Próximo Oriente comienzan con la denominada prehistoria, a menudo en torno al 10000, y describen los desarrollos que tuvieron lugar antes de que existiera la escritura. Durante esos siete mil años, tuvieron lugar tantos cambios importantes en las formas de vida de los seres humanos que se hacen merecedores de un tratamiento en profundidad, que emplee fuentes y metodologías arqueológicas. No hay suficiente espacio en este libro, que persigue estudiar de manera sistemática los períodos históricos, para hacer justicia a todos los desarrollos prehistóricos. Así, comenzaremos a finales del cuarto milenio, cuando varios procesos prehistóricos culminaron simultáneamente, aparte de la aparición de la escritura, lo que cambió los materiales que constituyen nuestras fuentes. Me limitaré a bosquejar los desarrollos precedentes de manera sumaria en esta introducción.

La Historia rara vez presenta finales nítidamente definidos. Incluso cuando los estados son destruidos definitivamente, dejan una huella, cuya duración depende de que se examinen los aspectos históricos en la política, la economía, la cultura u otras áreas. Pero el historiador tiene que detenerse en algún momento y la elección de cuándo lo hace ha de justificarse. Se usan a menudo varias fechas para concluir la historia antigua del Próximo Oriente, muy frecuentemente la caída de la última dinastía mesopotámica nativa en 539 o la derrota de Persia por Alejandro en 331. He elegido a Alejandro como la última figura de mi historia política, porque aunque los cambios que instituyó probablemente no tuviesen gran impacto en la mayoría de la población en aquella época, nuestro acceso a los datos históricos se transforma a partir de su reinado. El cambio gradual de fuentes indígenas a fuentes clásicas externas requiere una aproximación historiográfica diferente. La llegada del helenismo es una línea de demarcación adecuada porque el acceso del historiador a los acontecimientos cambia significativamente.

Entre 3000 y 331 transcurrieron unos veintisiete siglos. Pocas disciplinas históricas se enfrentan a un arco temporal tan extenso, comparable a resúmenes de la civilización europea que conectasen la Grecia homérica con nuestros días. Aunque podemos apreciar períodos marcadamente distintos en ese desarrollo occidental y percibir los cambios esenciales que tuvieron lugar a lo largo del tiempo, es más difícil hacerlo en la historia del Próximo Oriente antiguo. Nuestra distancia del Próximo Oriente, tanto en tiempo como en espíritu, a veces conduce a un punto de vista que difumina las diferencias y lo reduce todo a una gran masa estática. Por otro lado, puede asumirse un punto de vista diametralmente opuesto y fragmentar esta historia en segmentos breves, coherentes y manejables. La discontinuidad se convierte entonces en foco. Esta segunda actitud es la base de la periodización de la historia de Próximo Oriente, que hilvana una serie de fases casi siempre denominadas según dinastías reales. Cada fase experimentó su ciclo de desarrollo, prosperidad y decadencia, como si fuera una entidad biológica y entremedias aparecían las llamadas eras oscuras, momentos de silencio histórico.

Adopto aquí una posición intermedia, y aunque sigo la subdivisión tradicional en períodos dinásticos, los agrupo en unidades mayores. No deberíamos sobredimensionar las continuidades, pero podemos reconocer patrones básicos. En términos políticos, por ejemplo, el poder del Próximo Oriente a menudo se hallaba fragmentado y tan solo hubo momentos relativamente efímeros de centralización bajo líderes de dinastías cuyo ámbito territorial se hacía cada vez más amplio. Pero estos momentos de centralización suelen llamar más la atención, porque han producido un gran número de fuentes escritas y arqueológicas. Teniendo en cuenta el crecimiento progresivo de las formas políticas, esta historia se divide en las edades de ciudades-estado, estados territoriales e imperios, cada uno con sus momentos de grandeza y disgregación (si consideramos que el poder equivale a la grandeza). La ciudad-estado fue el elemento político primero de 3000 a aproximadamente 1600; los estados territoriales dominaron la escena desde ese momento hasta comienzos del primer milenio; y los imperios caracterizan la historia posterior. Los estados mesopotámicos a menudo demuestran de la manera más clara estas fases de desarrollo, pero es evidente que también tuvieron lugar en otros lugares del Próximo Oriente.

A la postre, el acceso y la extensión de las fuentes definen el Próximo Oriente como materia histórica y subdividen su historia. En ciertos lugares y épocas aparece documentación escrita y arqueológica extensa, y estas regiones y momentos constituyen el núcleo de la materia. En este sentido, las culturas de Mesopotamia son dominantes. A menudo fueron las civilizaciones pioneras de la época y tuvieron impacto en todo el Próximo Oriente. Cuando influyeron o controlaron regiones no mesopotámicas, incluiremos esas áreas en nuestra investigación; cuando no fue así, a menudo perdemos la pista de lo que estaba sucediendo fuera de Mesopotamia. La exploración arqueológica en décadas recientes ha hecho cada vez más visible que otras regiones del Próximo Oriente experimentaron desarrollos independientes de Mesopotamia y que a ella no podemos asignar todas las innovaciones culturales. Aun así, sigue resultando difícil escribir historias continuas de esas regiones sin depender de un modelo centrado en Mesopotamia. Mesopotamia aporta unidad geográfica y cronológica a la historiografía del Próximo Oriente. Su uso de un sistema de escritura venerable, su preservación de prácticas religiosas y su continuidad cultural del tercer al primer milenio nos permiten contemplar su larga historia como un todo. El estudio de las otras culturas de la región está en su mayor parte ligado al de la cultura mesopotámica, pero no deberíamos ignorar tampoco sus contribuciones a la historia del Próximo Oriente.

Historia del Próximo Oriente antiguo

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