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Recuadro 1.1. ¿QUÉ HAY EN UN NOMBRE?

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Al igual que uso del término ‘Próximo Oriente’ es hoy poco frecuente fuera del campo de estudio de la historia y la arqueología, el significado exacto de muchos otros nombres geográficos tiene un valor particular en estas disciplinas. A menudo este uso es cuestión de hábito y rara vez se detalla explícitamente lo que esos nombres designan. A menudo derivan de fuentes antiguas, pero se modificó su significado para indicar una realidad algo diferente, a menudo según la terminología imperial británica del siglo XIX, cuando se desarrolló el estudio del Próximo Oriente antiguo. Uno de esos términos es ‘Mesopotamia’, una etiqueta griega para el área delimitada por la gran curva del Éufrates en Siria, pero que hoy día se aplica a toda la región comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates y a veces incluso a zonas más allá de esas fronteras. Mesopotamia está compuesta por dos zonas diferenciadas: Asiria al norte y Babilonia al sur. Ambos son en origen términos políticos que hacen referencia a estados antiguos que existían después de 1450 a.e.c., pero que a menudo se usan como designaciones puramente geográficas aplicables a cualquier momento histórico (y así las usaré aquí). Muchos expertos utilizan otro término político, ‘Sumer’ (o a veces el no existente ‘Sumeria’), para referirse a la mitad meridional de Babilonia en el cuarto y tercer milenios. No sigo esa práctica.

Fuera de Mesopotamia, los estudios de historia del Próximo Oriente antiguo a menudo hablan del Levante, esto es, el lugar por donde sale el sol desde una perspectiva europea, para designar la región a lo largo de la costa mediterránea oriental entre Turquía y Egipto. Al norte, la parte asiática de la actual Turquía a menudo es denominada Anatolia, nombre derivado del término griego que expresa la salida del sol. Para la misma región se utiliza también la expresión latina Asia Menor. A menudo aparecen nombres de países, como Irán, Siria, Egipto e Israel, pero sus fronteras no coinciden exactamente con las de los correspondientes estados-nación modernos. El uso del término ‘Iraq’ es raro, excepto en publicaciones británicas. Siria-Palestina y el correspondiente adjetivo son términos puramente geográficos. Todo esto puede parecer confuso de entrada, pero pronto resulta claro lo que el autor está pensando.

No deberíamos subestimar la medida en que los altibajos de la exploración arqueológica influyen en nuestra visión de la historia del Próximo Oriente. Las circunstancias políticas en el Oriente Medio contemporáneo, especialmente, han determinado dónde se puede excavar. La competición imperial entre Gran Bretaña y Francia a mediados del siglo XIX llevó a sus representantes a concentrarse en yacimientos masivos en el Iraq septentrional, la región de Asiria. Allí hallaron los monumentos más impresionantes, que se exhibirían en los museos nacionales, algo que desencadenó el primer interés en la historia de Asiria. Solo en fechas posteriores de ese siglo, cuando la inquietud por los orígenes alcanzó su apogeo, comenzarían los arqueólogos a explorar sistemáticamente el sur de Iraq, en busca de los antiguos sumerios. Los acontecimientos más recientes han tenido un impacto dramático en la investigación arqueológica. La Revolución iraní de 1979, las guerras de Iraq de 1991 y 2003, la presente guerra civil en Siria y otros conflictos han obligado a los arqueólogos a abandonar proyectos, especialmente en el corazón de Mesopotamia. Han buscado nuevos terrenos en regiones antes tenidas por periféricas y con ello han resaltado sus desarrollos. Como consecuencia, nos han obligado a reconsiderar la primacía y dominio de Mesopotamia en muchos aspectos de la Historia.

Hay que presentar una última idea sobre la distribución y naturaleza de las fuentes. En el Próximo Oriente antiguo hay una correlación directa entre la centralización política del poder, el desarrollo económico, la construcción de arquitectura monumental y el incremento de la producción de todo tipo de documentos escritos. Así, las fuentes, tanto arqueológicas como textuales, acentúan los momentos de fortaleza política. La Historia es por naturaleza una ciencia positiva (es decir, discutimos lo que se ha preservado) y se concentra necesariamente en esos momentos en que las fuentes son más abundantes. Entremedias aparecían lo que denominamos «eras oscuras». Con todo, los tres milenios de historia del Próximo Oriente antiguo están cubiertos con una continuidad casi total y en ocasiones las fuentes son muy abundantes. Por ejemplo, la documentación disponible sobre la Babilonia del siglo XXI supera en número y ámbito los textos escritos de muchos períodos posteriores de la historia. El Próximo Oriente antiguo no da a conocer las primeras culturas de la Historia sobre las que puede desarrollarse una investigación histórica auténtica y detallada. En esta investigación hemos de ser muy conscientes de la naturaleza de las fuentes, sin embargo. Puesto que derivan casi exclusivamente de las instituciones e individuos que ejercían el poder, se concentran en sus actividades y presentan sus puntos de vista. Siempre describen los éxitos de los reyes, por ejemplo, nunca sus fracasos. Representan a los poseedores del poder como los actores únicos de las sociedades, ignorando al pueblo, y los procesos que se oponían a sus acciones y debilitaban su efectividad. Es fácil ser llevado al error y acabar viendo la historia del Próximo Oriente antiguo como una larga secuencia de gestas gloriosas de reyes, cuyo control sobre las sociedades era absoluto. Ciertamente no era así y a lo largo de la historia hubo políticas fallidas, operaron líneas de oposición e individuos y comunidades escaparon a los controles cuya existencia proclaman las fuentes oficiales y demás. Existieron discursos alternativos, pero no podemos recuperarlos a partir de relatos explícitos. Por el contrario, tenemos que cuestionarnos los relatos que tenemos —leer entre líneas— a fin de obtener una imagen equilibrada.

Historia del Próximo Oriente antiguo

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