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Recuadro 1.2. EL USO DE LA CERÁMICA EN LA INVESTIGACIÓN ARQUEOLÓGICA

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Los restos cerámicos constituyen una importante herramienta para los arqueólogos. La cerámica es ubicua en el registro arqueológico, los fragmentos prácticamente indestructibles; y los estilos de decoración, así como la forma de las vasijas cambian con considerable velocidad a lo largo del tiempo, indicando los gustos de grupos de personas diferentes. Al igual que hoy la forma y decoración de las botellas de refrescos se desarrolla con el tiempo y podemos fechar una fotografía por la botella que una persona tiene en la mano, también los estilos cambiantes de la cerámica de la Antigüedad pueden usarse como forma de datar yacimientos y los distintos niveles arqueológicos en ellos. Consecuentemente, las culturas prehistóricas a menudo son denominadas por el tipo de cerámica que las representa: Hassuna, Samarra, Obeid y demás, cuyos estilos cerámicos se identificaron por primera vez en los yacimientos con esos nombres (figura 1.2). Cuando aparecen distintos grupos cerámicos en una secuencia estratigráfica, podemos establecer su cronología relativa. Todos los tell del Próximo Oriente están cubiertos de fragmentos que representan los períodos de ocupación. Así, incluso sin excavación, el arqueólogo puede determinar cuándo estuvo habitado un yacimiento a partir de lo restos de cerámica.

Figura 1.2. Secuencia cerámica. Las formas de la cerámica y sus decoraciones pueden variar drásticamente entre distintas culturas arqueológicas, destacando así como marcadores de su identidad. En la secuencia del sur de Mesopotamia, la cerámica pintada de Obeid (a-g) es muy distinta de las sobrias vasijas de Uruk (h-n) que la reemplazaron, pero, por otro lado, los alfareros más recientes experimentaron con nuevas formas. Créditos: S. Pollock, Ancient Mesopotamia: The Eden thar Never Was (Cambridge University Press, Cambridge, 1999), p. 4. Según Meely and Wright, 1994, fig. III.5 c,f; III, 4a,h; III,7d,f; III,8b,c; Safar et al. 1981 74/8, 80/1, 9.

Originales del autor cortesía de S. Pollock.

En torno al 7000 existían aldeas plenamente agrícolas a lo largo del Próximo Oriente, todas ellas localizadas en áreas con suficientes precipitaciones para el cultivo. El foco de los desarrollos tecnológicos ulteriores se desplazó entonces hacia el este, en especial a la región bajo la zona de agricultura seca, es decir, las llanuras de Mesopotamia. Poco después de 7000, se desarrollaron comunidades agrícolas en áreas del norte de Mesopotamia que carecían de lluvia suficiente y dependían de la irrigación. La tecnología que conducía el agua de ríos y cuencas a los cultivos ya se había utilizado mucho antes en zonas como el Levante, pero con el paso de los asentamientos a zonas áridas la irrigación se hizo esencial. Hubo un cambio radical en la interacción de los granjeros con los cultivos naturales. Mientras que anteriormente habían potenciado el crecimiento de cereales que también existían en la naturaleza, ahora los introducían en áreas que no les eran naturales y donde dependían plenamente del apoyo humano. Los desafíos a los que hicieron frente en Mesopotamia eran enormes. Al contrario que el Nilo en Egipto, que aportaba agua a finales del verano, justo cuando se necesitaba para preparar los campos húmedos para plantar semillas, el Tigris y el Éufrates crecen a finales de la primavera cuando un exceso de agua puede destruir las plantas que ya casi han acabado de crecer. Los ríos están en su nivel más bajo cuando llega la temporada de la siembra, y los granjeros tuvieron que construir canales y cuencas de almacenamiento para controlar el agua y solo dejar que llegara a los campos cuando hiciese falta. El sistema no tenía que ser elaborado y podían gestionarlo comunidades reducidas, pero, con todo, era necesario un conocimiento de los ciclos de ríos y cultivos, por lo que planificación y organización eran necesarias para irrigar desde los ríos de Mesopotamia.

Sistemas de irrigación de pequeña escala aparecieron por primera vez en las colinas de los Zagros y probablemente también en las marismas al sur de Babilonia. La tecnología necesitaba más desarrollo, sin embargo, antes de que pudiera extenderse a la Mesopotamia meridional, donde lo extremadamente llano de la planicie exponía los campos a inundaciones, especialmente del Éufrates, que prácticamente carece de valle. El río, con todos sus brazos y canales artificiales, tenía que ser gestionado cuidadosamente y los granjeros no solo tenían que conducir el agua a los cultivos, sino también protegerlos del exceso de agua. Siempre que un ramal del río crecía en exceso, se formaba un límite por los depósitos de limo que quedaban atrás al perder velocidad el agua. Aunque los diques podían reforzarse artificialmente, la sedimentación a menudo hacía que los lechos fluviales quedasen por encima de los campos que los rodeaban. No había un drenaje natural del agua depositada en los campos y el clima cálido causaba evaporación y por tanto un nivel de sal más elevado en la tierra. Además, la capa freática ascendía tras la irrigación, dañando las raíces cuando se acercaba a la superficie. Pero, a lo largo de los milenios, los habitantes de Babilonia fueron desarrollando la tecnología para irrigar áreas cada vez mayores. Aunque la agricultura por irrigación se convirtió en el rasgo distintivo de la vida económica de la región en fases posteriores, al beneficiarse de la mayor fertilidad del suelo, su mero potencial no animaba a la población a establecerse allí. La considerable abundancia de recursos en las marismas —juncos para edificios y pasto animal— también jugó un papel clave. Entre 6000 y 5500, el asentamiento permanente en la llanura de la Baja Mesopotamia se hizo común y persistió como rasgo constante.

Gráfico 1.1. CRONOLOGÍA DE LA PREHISTORIA DEL PRÓXIMO ORIENTE


Fundamentalmente a partir de los estilos de cerámica, los arqueólogos trazan una secuencia de culturas del Próximo Oriente en el período comprendido entre 7000 y 3800: Proto-Hassuna y Hassuna en las áreas lluviosas de la Mesopotamia septentrional en el séptimo milenio, y Samarra en la zona irrigada del norte a finales del séptimo milenio. Una cultura menos desarrollada denominada Amuq B caracterizaba el oeste del Próximo Oriente en esa época. El sexto milenio experimentó una expansión masiva de la cultura de Halaf de Mesopotamia septentrional, que abarcaría toda la zona lluviosa en contacto con la llanura de Mesopotamia y se extendería hacia el Levante. Al mismo tiempo, la Mesopotamia meridional vería asentamientos permanentes por usuarios de un conjunto cultural que denominamos Obeid. En torno a 4500, esta cultura de Obeid reemplazaría a la de Halaf al norte y en los Zagros.

Los aspectos más notables de estas culturas son su amplitud geográfica y sus contactos con zonas distantes. Teniendo en cuenta que se trataba de comunidades pequeñas sin una organización superior a la aldea, la extensión de una cultura material como la de Halaf desde los Zagros centrales hasta la costa mediterránea resulta asombrosa. Hay restos limitados y las diferencias locales resultan confusas, pero los aspectos de la cultura de Halaf son bastante específicos, como la planta única de sus casas y las figurillas de terracota (figura 1.3). Además, observamos que los materiales preciosos recorrían distancias enormes. Por ejemplo, la obsidiana solo podía obtenerse por medios naturales en la Anatolia central, pero se ha hallado en yacimientos de todo el Próximo Oriente. Los arqueólogos suelen pensar que el éxito de Chatal Hüyük, un gran asentamiento de la Anatolia central que existió desde ca. 7200 hasta 6000, fue consecuencia del intercambio de esta roca volcánica. También se obtenían en zonas remotas bienes de menor prestigio. La cerámica de Obeid producida en el sur de Mesopotamia apareció por el golfo Pérsico en zonas tan meridionales como Omán, y los expertos han interpretado esto como restos de expediciones de pesca de pescado y perlas.

Figura 1.3. Figurillas femeninas de la cultura de Halaf. Estas figurillas de terracota que representan mujeres sin cabeza con pechos y caderas exageradas son típicas de la cultura de Halaf, que se extendió por el norte de Mesopotamia y Siria. Estas figuras suelen asociarse con la fertilidad y el parto. Museo del Louvre, París. Izquierda, 8,3 cm de altura, AO 21095; derecha, 6,3 cm de altura. AO 21096. Ca. 6000-5100 a.e.c.

Créditos: akg images/Erich Lessing.

Otra característica de estas primeras culturas es su longevidad. La cultura de Halaf duró casi mil años y gradualmente dio paso a la meridional de Obeid. La permanencia de la última durante casi dos milenios y el alto grado de continuidad cultural que exhibe son sorprendentes. Estos factores parecen sugerir que una vez que las comunidades se establecieron en la Baja Mesopotamia, mantuvieron un desarrollo local y estable. Preservaron la misma cultura material a lo largo de su existencia y se hicieron más extensas y complejas solo de manera gradual.

Uno de los principales desarrollos sociales fue la aparición de una jerarquía y la centralización de poderes y funciones, resultado del crecimiento del tamaño de las comunidades. Pueden verse diferencias fundamentales entre el norte y el sur de Mesopotamia en este aspecto. En la cultura meridional de Obeid, algunos miembros de las comunidades tenían un estatus diferenciado, como indican el mayor tamaño y el trazado particular de los edificios que habitaban o supervisaban. El poder de estas élites recién desarrolladas parece haber derivado del control de los recursos agrícolas. Entre las familias que constituían las comunidades, aparecería una que administraría el almacenaje de las cosechas en una ubicación central. Esto ya puede verse en el sur, mientras que la cultura contemporánea de Halaf al norte presenta un alto grado de homogeneidad social. Cuando la cultura de Obeid se extendió en el territorio de Halaf a partir de 5500, también allí llegó la diferenciación social. Las nuevas élites se nos hacen visibles en su reivindicación de bienes extranjeros escasos y exóticos. Posiblemente fueran inmigrantes del sur que impusieran alguna forma de autoridad política sobre las más débiles familias locales y controlaran el intercambio a larga distancia. Solo en fases posteriores del período de Obeid empezarían a ejercer el tipo de dominio agrario local ya antes visible en el sur.

El foco físico de estas funciones centralizadas parece haber sido un edificio al que tal vez ya llamarían templo. A partir de mediados del sexto milenio, el yacimiento de Eridu cerca del golfo Pérsico presenta una secuencia de edificios cada vez mayores en el mismo emplazamiento, que culminan en un gran templo de finales del tercer milenio. Si proyectamos hacia atrás en el tiempo la función de los primeros templos históricos, es probable que desde inicios del período de Obeid este edificio funcionase simultáneamente como lugar comunitario de culto y como centro para recolección y distribución de bienes agrarios. Algunos de los niveles arqueológicos de Eridu contenían grandes acumulaciones de espinas de pescado, lo que parecen ser los restos de ofrendas a la divinidad. Así, se estaba desarrollando dentro de las comunidades una organización social por encima del hogar individual, con la aportación de todas las familias al culto del templo. Allí también se desarrolló una jerarquía de asentamientos en el extremo meridional de Mesopotamia, con unos pocos de 10 a 15 hectáreas rodeados de otros más reducidos que no solían superar las 0,5 a 2 hectáreas de extensión. Esto demuestra que las comunidades individuales se estaban integrando en una organización territorial cooperativa más amplia.

Las evoluciones prehistóricas esbozadas brevemente aquí demuestran que muchos de los aspectos culturales de la historia posterior del Próximo Oriente fueron resultado de un largo desarrollo en el tiempo. Una culminación de estos procesos ocurrió en el cuarto milenio, cuando la convergencia de varias innovaciones condujo al origen de la civilización mesopotámica. Estudiaremos esos acontecimientos con mayor detalle en el próximo capítulo.

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