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1.4. DESARROLLOS PREHISTÓRICOS

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Debemos emprender el estudio de la larga evolución cultural de la prehistoria desde una perspectiva que tenga en consideración la totalidad del Próximo Oriente. A pesar de la gran diversidad ecológica de la región, apreciamos desarrollos simultáneos en distintos lugares. La cronología absoluta de los acontecimientos sigue siendo incierta y debatida, pero tenemos una idea bastante clara de las líneas generales. Especialmente con los inicios del período neolítico en torno a 9000, tuvieron lugar importantes desarrollos culturales que establecieron el marco de las civilizaciones históricas futuras.

El desarrollo tecnológico más crucial fue la agricultura, que hizo posible que grandes grupos de personas permaneciesen en el mismo lugar todo el año. El Próximo Oriente fue la primera región del mundo donde se inventó la agricultura. El proceso llevó varios milenios e implicó la domesticación de plantas, fundamentalmente cereales, y de animales. Los yacimientos arqueológicos donde vemos la llegada de estos cambios se localizan a menudo en los límites de zonas ecológicas distintas, cuyos ocupantes supieron aprovecharse de recursos vegetales variados y cazaban distintos tipos de animales. La variedad natural descrita más arriba puede haber sido de hecho una de las razones por las que la agricultura se desarrolló tan pronto en el Próximo Oriente. Sus habitantes se acostumbraron tanto al acceso a una variedad de recursos alimentarios que intentaron garantizar su suministro interfiriendo en los ciclos de crecimiento de cultivos y animales. Además, daba la casualidad de que los recursos salvajes a su alcance eran más adecuados a la domesticación que los de otros lugares. El trigo y la cebada cosechados pueden almacenarse durante más tiempo que la mayoría de las plantas africanas, por ejemplo.

Durante milenios, la humanidad había vivido recolectando comida de manera local y se mudaba al agotarse el suministro. La caza de animales probablemente era el complemento de una dieta que dependía primariamente de cereales, frutas y legumbres silvestres, marisco y cualquier otra cosa que el entorno ofreciese. Su modo de vida no tiene que considerarse necesariamente difícil y hostil. Los estudios etnográficos muestran que la vida de los primeros granjeros era más ardua que la de los cazadores-recolectores, especialmente en zonas del Próximo Oriente ricas en recursos, donde la comida podía recolectarse fácilmente sin mucho esfuerzo. La cuestión de por qué la población cambió hacia la agricultura sigue siendo por tanto difícil de resolver y el deseo de vivir en comunidades más grandes puede haber sido el principal estímulo. Algunos yacimientos prehistóricos muestran una increíble voluntad de cooperación anterior incluso a la agricultura. El yacimiento de Göbekli Tepe al sureste de Anatolia, recientemente descubierto, contiene estructuras monumentales de piedra con imágenes talladas, algo que solo pudo haber sido construido por grupos grandes de trabajadores (figura 1.1). Estos grupos tendrían que proceder de distintas comunidades recolectoras de la región, que usarían el enclave para reunirse en lo que pueden denominarse ceremonias religiosas. El asentamiento permanente hacía más fáciles las interacciones de ese tipo.

El control directo del suministro alimentario mediante la agricultura de cereales se logró a través de una serie de pasos probablemente inadvertidos entre el decimoprimer y séptimo milenios, a medida que los humanos ganaban práctica en sembrar, criar animales, cosechar y almacenar. Los cereales salvajes tienen dos características que causan problemas a los consumidores humanos —tienen tallos débiles para que sus semillas se dispersen con facilidad y caen al suelo antes de la cosecha—. Además, es difícil llegar a las semillas, que están cubiertas de vainas fuertes que evitan la germinación prematura. Al cosechar, los agricultores recolectarían más semillas que no habían caído al suelo de las plantas que tuvieran los tallos más fuertes, lo que los llevaría a promover el crecimiento de esas plantas tras sembrar las semillas. En un proceso más consciente, pudieron elegir granos de vainas más finas para sembrar, contribuyendo así a propagar esas especies. A lo largo de muchos siglos, los seres humanos modificaron genéticamente los cereales mediante la selección y la hibridación. La escanda y la espelta que crecían silvestres en el Próximo Oriente mutaron en los trigos harinero y racimoso modernos.

La caza selectiva de animales salvajes también reemplazó a la caza indiscriminada precedente. Los cazadores entresacaban las manadas silvestres para lograr un equilibrio de edades y sexos, y las protegían de los depredadores naturales. Ovejas y cabras fueron los animales domesticados más comunes y entre ellas se dio preferencia a las razas que aportasen la mayor cantidad de recursos, como ovejas de lana abundante. Con el tiempo, los humanos se hicieron responsables de todos los aspectos de la existencia de los animales, cuyo comportamiento ya se había apartado completamente del de sus progenitores salvajes y cuyos atributos físicos también se habían hecho muy diferentes. Las ovejas desarrollaron un largo pelaje que podía convertirse en hebras para tejer. Los perros domesticados comían cereales, algo que sus ancestros salvajes jamás habrían hecho. El cuerpo humano también cambió. Por ejemplo, algunos pueblos desarrollaron las enzimas necesarias para la digestión de la leche animal no procesada.

Así, no hubo un cambio repentino de la caza y la recolección a las granjas, sino un proceso lento durante el cual la población aumentó su dependencia de la comida que cultivaba, pero suplementando sus dietas con recursos salvajes. Está claro que el proceso no era irreversible. A veces, los pueblos tenían que regresar a una existencia de cazadores-recolectores o incrementar su ingesta de recursos salvajes cuando el suministro domesticado no colmaba sus necesidades. Tenemos que recordar que ambos modos de vida existían en la misma área geográfica: la agricultura se desarrolló donde los recursos naturales eran abundantes.

La agricultura permitió a la población permanecer en el mismo lugar largos períodos de tiempo. Las distintas culturas arqueológicas que diferenciamos entre los años 9000 y 5000 atestiguan una permanencia en la residencia y comunidades mayores. La casa es el atributo de la vida sedentaria más reconocible en el registro arqueológico. En el Levante, las casas se construían en piedra o con cimientos de piedra; en otros lugares del Próximo Oriente sus muros eran de capas de barro y luego de adobe. Los asentamientos se hicieron cada vez más grandes, lo que demuestra la capacidad de alimentar a un número de personas cada vez mayor. En el noveno milenio se produjo un cambio de casas de planta redonda a planta rectangular, lo que muestra que grupos más grandes de personas cohabitaban con algún tipo de jerarquía social y de especialización en el uso de las habitaciones. En los poblados más antiguos del noveno milenio, la población utilizaba receptáculos de almacenamiento de arcilla, pero en el séptimo milenio desarrollaron la cerámica cocida. Aunque quizá no sea uno de los grandes adelantos tecnológicos, puesto que solo era una extensión de prácticas de almacenamiento precedentes y del uso de la arcilla, facilitaba la cocina y permitía un almacenaje más seguro de los productos. Una afortunada coincidencia, la cerámica suministra al arqueólogo una de las herramientas más útiles para datar los restos excavados, en parte por tratarse de una tecnología en continuo desarrollo (recuadro 1.2).

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