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El desterrado

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Dibujo de escenario en grafito realizado por el autor.

Leopoldo Lugones, en un trabajo sobre las misiones jesuíticas, que culmina con la obra «El imperio jesuítico», es acompañado a San Ignacio, en Misiones, por Horacio Quiroga como fotógrafo.

La tierra, a este último escritor, lo atraparía para siempre. Las ruinas históricas serían para él, el portal mágico que lo hacen quedar a vivir en la selva considerándola presente.

Son muchos los cuentos que desde San Ignacio escribe con personajes reales. «Los desterrados» es uno de ellos. A Lugones no le interesaban los notables del pueblo. Siempre había una barrera de hielo que lo separaba de ellos. Por el contrario, el escritor prefería a los que él llamaba «los desterrados», aquellos que a semejanza de las bolas de billar han nacido con efecto. Eran para él mucho más ricos, como personajes literarios, estos sufridos obreros que abrían a machete los secretos de la selva desentrañando su espesura.

Se le cuestiona, a veces, si realmente él amaba a la gente del lugar, a quienes veía como un observador no participante, quizás algo osco, citadino. Ellos lo consideraron siempre «el de afuera», el hombre de ciudad.

Y en esa mesa de billar hubiera puesto su atención, de seguro, en nuestro amigo y compañero, quien prefiere ser algo itinerante, casi nómade. Yo diría que desterrado por sí mismo. Que, al pegar en una de las bandas, sale disparado sin destino ni dirección a un lugar distante de la mesa de juego.

Es común verlo entrar a alguna oficina ya hablando, y de igual manera, al cabo de un rato, retirarse. Siempre tiene temas cotidianos que va hilvanando con soltura y que caen de su boca en forma de catarata misionera, casi verborrágico, quizás intentando ocultar su interior, y mantenerlo allí, muy profundo, en la abigarrada y tupida espesura de la selva de sus comentarios.

Generalmente habla de todo aquello que acaricia sus afectos y que, si bien pueden ser cotidianos, tiene la habilidad de convertir en interesantes: de su casa, de su señora, de sus nobles caballos de salto y, sobre todo, de sus hijos, de cómo ellos progresan, o de lo mucho que comen.

Cuánta sería la letra que este compañero lleno de anécdotas y de personalidad única, le hubiera dado al escritor uruguayo nacionalizado argentino.

Hoy yo también lo rescato, pero no como simple observador, porque mucho con él he interactuado, o como si me sirviera ahora como personaje de un interesante cuento, sino desde el sincero afecto, por considerar que Dany, desde su simpleza, es una interesante persona, quien con firme determinación ha sabido saltar todos los difíciles y enriquecedores obstáculos presentes en los caprichosos recorridos de las pistas que arma la vida.

EN LA ZONA 303(MUN2)

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